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Congreso Pedagógico Internacional 1882. Es la Educación, es la Educación

Pocos momentos en la historia argentina determinaron el porvenir como el congreso educativo de abril a mayo de 1882. O cuando la clase dirigente, la odiada oligarquía, pensó que la única manera de superar la grieta era la educación.

El presidente Roca, y la Generación del 80, se propusieron lograr a fondo el lema de Paz y Administración desde la Puna a la Patagonia. El Norte era incorporar a la Argentina al tren del capitalismo. Pero resultaba complejo administrar en un país de pocos, menos de la mitad sabía leer, mil lenguas se empezaban a escuchar desde los puertos, y, encima, la instrucción parecía más un aseguro privilegiado de carrera pública que una preparación para el desarrollo individual. Además la persona que podría realizar la tarea con esta ideología liberal, nadie discutiría a Sarmiento, era una figura incómoda para estos jóvenes que lo idolatraban pero lo querían atado en una inocua Superintendencia de Educación. Así que Roca, no por nada llamado el Zorro, reflotó una vieja idea de un congreso pedagógico de Onésimo Leguizamón, ministro de Avellaneda, y adosó a una feria industrial, que nadie recordaría al fin, un Congreso Pedagógico Internacional en 1882. Dos años después, con las conclusiones de los debates y las razones de un Ejecutivo dominante, se sancionará la Ley 1420 que organizó el sistema de educación común argentino,  modelo en el mundo. Financiamiento estatal de las escuelas primarias, paridad de sexos, aprobación de contenidos mínimos obligatorios referentes a la vida nacional, la inspección estatal en las escuelas particulares, la promoción de la escolarización de adultos -completada luego con el servicio militar obligatorio-, jubilación para los maestros, y, sobre todo, el carácter federal, público, obligatorio y gratuito de enseñanza,  fueron los logros de la visión futurista del presidente Roca. Paradójicamente, un dirigente liberal que para agrandar el país, agrandó el Estado.

“No nos han de traer gran cosa los educacionistas -maestros, directores e inspectores del Interior- en todo lo referido a la educación común”, advertía un número del oficial Monitor de Educación de noviembre 1881. En esta sintonía, el gobierno se aprestó a invitar delegaciones de Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, San Salvador, Costa Rica, Nicaragua, Italia y Estados Unidos, en los líneas que planeaban más adecuadas para los pueblos de América del Sur, o sea las iniciativas francesas y norteamericanas. Varios de los funcionarios roquistas se habían formado en la Escuela de Paraná, que desde 1870 irradiaba una educación positivista, de libre examen y racionalismo. Ellos estuvieron en primera fila cuando se abrió el Congreso Pedagógico Internacional de Buenos Aires el 10 de abril de 1882. “¡Hay que organizar la educación! ¿Para quién? y ¿Para qué?. Así, se reunieron un total de 249 delegados de 14 provincias, 8 países extranjeros, 9 colegios nacionales y universidades, 12 escuelas normales, 4 escuelas superiores, 86 establecimientos elementales, 48 escuelas infantiles, 26 sociedades de la educación y gobiernos municipales, 17 maestros normales y 21 educadores invitados”,  en la cita de Ignacio Rossi, y enfatiza el esfuerzo del erario público para sostener abultados contingentes. Pero este cuadro distaba de ser igualitario debido a que la mayoría de los argentinos, docentes de la provincias, y la gran masa de maestras de las escuelas normales, a pesar ellas de estar formadas en el normalismo norteamericano, quedaron de oyentes en las interminables mesas de especialistas extranjeros, que se extendieron de los diez días iniciales a veintiocho. E iban en los más variados temas, desde la sostenimiento rentístico de la educación popular y los fondos de pensiones a la instrucción de los sordomudos, cursos de perfeccionamiento constantes y la necesidad de la Instrucción Cívica como formadora de ciudadanos.

Educación, pasión de -instruídas- multitudes

El clima fue bastante picado en las salas, quejas de los maestros nacionales que no tenían voz ni voto en las comisiones, o los representantes uruguayos que intuían -bien- que se trataba de un congreso de fachada internacional destinado a resolver cuestiones domésticas. Afuera, la opinión pública acompañó fervorosas los opiniones de los conferenciantes, como aquella de Paul Groussac que afirmó, “la República Argentina está, pues, en la situación de un país de siete hijos que educa a uno rudimentariamente y deja a los otros seis en la más floreciente ignorancia”. Clara Peiró de Infobae.com recalca que además de los diarios que seguían con especial interés las acaloradas jornadas,  además informaban las novedades siete publicaciones especializadas en educación. Siete en 1882. Y es que, matizando una escuálida opinión pública que no superaba los salones y aulas de los centros urbanos, se filtraban cuestiones más allá de la discusión pedagógica, “¿No es cierto que si todos los niños de la República pudieran estar educados en la creencia permanente de que ningún país puede estar en el camino de las riquezas nacionales…cuando manda sus productos crudos a otros países, para volver a comprar y traer todos, otra vez, manufacturados…enseñando esto haremos como simples maestros todo cuanto pueda hacerse por el engrandecimiento de la República”, cuestionaba E. Herold, a poco de librarse la batalla entre los triunfantes librecambistas y los tímidos proteccionistas.

Los elefantes en el bazar eran dos fundamentalmente. La ausencia de pesos pesados como Avellaneda, José Manuel Estrada -católico, que se retiró por las tendencias liberales de los ponentes-,  y quien había convocado el congreso junto al ministro de Educación Manuel Pizarro, Domingo Faustino Sarmiento. Leguizamón ocupó el cargo de presidente honorario de la actividad reservado al Maestro de América. La artimañas de la administración Roca habían enervado a Sarmiento, unas semanas antes de la apertura de la asamblea educativa, “el enfrentamiento giró en torno a tres problemas; el debate sobre la necesidad de abrir una escuela de artes y oficios, las limitaciones con las que contaba Sarmiento al tener sobre él la autoridad de Pizarro y, finalmente, el concordato que el ministro intentaba acordar con el Vaticano para los planes de educación”, acierta Rossi. Inevitablemente Sarmiento tampoco aceptó la presidencia del Congreso -para alivio de Roca- aunque sería una ponente más en las páginas del diario El Nacional. El otro elefante, claro, fue la cuestión de la educación religiosa en la escuelas, que motivaría una de las grietas nacionales de larga fecha de vencimiento, laicos y católicos. En éste round, que se había despuntado en verdad con las medidas liberales de Nicasio Oroño en la Santa Fe y la prédica anticlerical en la Córdoba de los Juárez Celman, señala Hugo Biagini, “la fracción ultracatólica, minoría dentro de la asamblea y entre la elite gobernante, pareció adueñarse de las más caras tesis liberales al sostener el papel subsidiario del Estado en materia educativa.   Por su parte, los sectores liberales, confiados en su poder de mando, abandonaban parcialmente el abstencionismo estatal y reconocían en el gobierno el único medio con suficiente autoridad como para armonizar la educación pública en un régimen republicano”, sentenciaba el historiador de un tropezón que la Iglesia argentina aprendería y, así, fortalecería los lazos con el poder político a lo largo del siglo XX.

"La escolaridad a las masas se transformó en el imperativo"

El ministro interino de Instrucción Pública Victorino de la Plaza diría en el cierre del 9 de mayo de 1882 ante el auditorio, “¿Queréis ser comerciantes, manufactureros, creadores; queréis ser fuertes en la tierra y en los mares; queréis que predomine el espíritu individual o social en la organización política? Pues bien, todo esto ha de formarse en la primera dirección de las escuelas y en el plan de la enseñanza, porque es allí donde la gran generalidad termina su preparación intelectual para luego entrar en la lucha del trabajo y de la vida”, a la par que el ministro Wilde festejaba que la educación haya sido cuestión de todos los argentinos. Y arengaba a los maestros, “Os pido que (...) cuando volváis a vuestras escuelas lleváis al fondo de vuestra alma una convicción profunda a la altura de vuestra misión, para que ella/os fortalezca y os aliente en las dificultades que encontréis”. Amanecía en el Congreso Pedagógico de 1882 la Ley 1420 de Educación  Primaria pública, laica, obligatoria y gratuita, del 8 de julio de 1884.

“Se creía que la educación, además de representar una necesidad básica del hombre, al cual configura, se erige en el requisito casi único e indispensable para asegurar su bienestar y su perfeccionamiento, para proporcionarle una vida libre que colmaría su porvenir con riquezas y felicidad de todo tipo", definía Biagini las bases del Congreso Pedagógico Internacional de 1882,que no solamente prefiguró la educación primaria sino el concepto de universalidad en los grados superiores, "La extensión de la escolaridad a las masas se transformó en el imperativo de la hora, como indicador axiomático y estadístico de la grandeza de las naciones y de su grado de civilización", concluía el investigador. O cómo aparecía en uno de los puntos finales de la asamblea firmados por Leguizamón y pares del Uruguay y Brasil, “La acción exclusiva de las autoridades escolares nunca podrá ser tan eficaz como fuera necesario para difundir la educación común, y es por tanto indispensable no sólo que los padres y tutores cooperen al buen éxito de la enseñanza, sino que todo el pueblo propenda por su propio esfuerzo y por todos los medios a su alcance a extender los beneficios de la educación común, fundando sociedades para el fomento de la educación, empleando la propaganda, las conferencias públicas, formando bibliotecas populares, etc., etc.” Como hace 140 años es la Educación, es la Cultura, muchachos.

 

Fuentes: Biagini, H. Educación y progreso. Primer Congreso Pedagógico Interamericano. Buenos Aires: CEAL. 1983; Rossi, I. El Congreso Pedagógico Internacional de 1882: reconstrucción y reflexión sobre su desarrollo en revista de Educación. Año XII N°23|2021. Buenos Aires; Recalde, H. El Primer Congreso Pedagógico (1882). Buenos Aires: CEAL. 1987.

Imagen: Museo Roca / Biblioteca Nacional de Maestras y Maestros

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