“Buenos Ayres no aspira a conserbar una prepotencia funesta para los demás Pueblos…y espera oír su voz para acreditarle que no habrá cosa que pueda romper los vínculos que nos unen”, exhortaba un golpeado Cabildo de Buenos Aires el 21 de abril de 1815, que luego del alzamiento que depuso el “tirano” de Carlos María de Alvear, produjo un novedoso giro en su política de “hermana mayor” de las provincias, eco virreinal “Jamás desde el principio de la Revolución hablaron a las Provincias las primeras autoridades en un lenguaje tan liberal…quien reflexione en tanta generosidad de sentimientos, creerá que la Municipalidad se ha convertido en una Academia de filósofos”, editorializa el diario la Gazeta, a lo que la anterior “bestia degolladora”, el federal José Artigas, respondió que se encontraba “feliz mil veces por el carácter conciliador” de la convocatoria a un Congreso, en un “lugar intermedio de las Provincias Unidas”, y que se abocaría a discutir la Independencia y la Constitución del Estado. Demasiado perfecto para durar, aquel momento donde Buenos Aires fue una más de las Provincias, y no existió Interior. Todo era Interior.
Buenos Aires fue desde sus comienzos una ciudad diferente al resto de sus contemporáneas. Apenas una mísera aldea hasta mediados del XVII, su instinto de comercio marcó la diferenciaba del resto, lejos de las opulentas Lima y Potosí, y con una población que no descendía de los conquistadores, sino que era una mezcla de criollos e inmigrantes. Esta condición marginal también repercutía en la organización política, en las cuales los virreyes aparecían más subordinados al Cabildo que en otras regiones, e incluso en la formación de las castas, menos atadas a títulos nobiliarios, dinámica en la posesión de las tierras y las profesiones liberales. Por algo, el Consejo de Indias se resistió a que este perdido puerto de apenas 10 mil almas tuviera universidad, ya que se sabía que su fortuna empezaba con el tráfico, y la libre circulación de mercancías e ideas. Buenos Aires, “ciudad famosa” en 1712 para Juan de Ulloa, además se distinguía de una monástica Córdoba, o castiza Salta, por las tendencias humanitarias de sus cabildantes, ciertas simpatías por el bienestar social, y un esmero en la educación, con casi el 15% de sus niños escolarizados a fines del siglo XVIII. Ganaderos y comerciantes serán el motor de la Revolución de Mayo, aliados a una novedosa fracción militar fortalecida por la Logia Lautaro y las milicias terratenientes, y que se asentarán en el poder aduanero, rentístico y la triple capacidad productor/ importador/ exportador de Buenos Aires.
La balcanización de las Provincias Unidas parece ser inevitable. Porque del otro lado, las provincias se encontraban en una situación de suma delicadeza, cortadas sus rutas comerciales con el Alto Perú, pero además tratando de retornar las aristocracias locales a cierto status quo anterior al paso de los ejércitos independentistas. Si bien la Liga de los Pueblos Libres de los federales promueve una inédita democracia agraria, y la movilización social apañada en la milicia, las provincias como Salta y Córdoba están más preocupadas de retener los privilegios de las castas, aislándose de maniobras unificadoras, muchos menos nacionales, venga de dónde venga. Peor, claro, si era de la arrogante y liberal capital virreinal, Buenos Aires. En esto ayudaba los malos ejemplos del paso de los “abajeños”, rioplatenses, que en el furor revolucionario descolocan los viejos órdenes coloniales. Por ejemplo cuando llegaron Juan José Castelli, Antonio Balcarce y Juan Martín de Pueyrredón a Potosí y Chuquisaca, en 1811, ordenaron violentas purgas contra aquellos “que atenten contra el orden revolucionario, pena de muerte”, y dictaron medidas sumamente avanzadas a favor de los indios y esclavos, con el consecuente rencor de los criollos pudientes, que de simpatizantes de los porteños terminaron casi todos de conspiradores. Ni hablar de varios casos de violaciones, una en particular en Chuquisaca que derivó en 150 muertos entre soldados “abajeños” y paisanos, y el saqueo de las arcas potosinas, que en su defensa motivó que Pueyrredón ordenara la matanza de varios pobladores de Tarija. Una década más tarde el Libertador Antonio José Sucre diría todavía, “no en balde -a los porteños- los aborrecen en estas provincias tanto como a los españoles”
En este marco preexistente, Buenos Aires adopta en 1815 una inédita “solidaridad transversal”, que da cuenta no sólo de la marcha adversa de la gesta emancipatoria, el desastre porteño de Sipe Sipe obliga a recalcular la supuesta “invencibilidad de Buenos Aires”, sino de una nueva configuración de poder en las provincias, sean o no de la Liga de los Pueblos Libres de Artigas. La experiencia de la guerra, un poder dislocado, muestra las fisuras del hasta ahora monolítico centralismo rioplatense, que llegaría al Congreso de Tucumán como una provincia más. Las soberanías provinciales, estimuladas además imprevistamente por un Estatuto porteño que alienta la participación popular, son la base de legitimidad que tendrá la Declaración de la Independencia el 9 de julio de 1816.
Las cartas de Don Tomás
En junio de 1815 retornaba Tomás Manuel de Anchorena al Alto Perú. Sus fuertes intereses en las provincias del Norte, y unas deudas de la herencia de su padre, hacen que viaje hacia “pueblos sublevados en la mayor confusión y desorden…no hay pueblo que no esté dividido en dos bandos”, informaba a su hermano Juan José. Graduado en Chuquisaca en 1807, altamente calificado intelectual, era un gran conocedor de las “postas en mal estado”, y había sido secretario del general Belgrano hasta 1814. Formaba parte del grupo que gravitaba en la política porteña, arribado en el pronunciamiento federal que derrocó Alvear, y resulta elegido diputado para el Congreso de Tucumán, pese a sus resistencias, “no sé cómo no siendo vecino de ella (Buenos Aires) me pueden obligar a la diputación”
Finalmente acepta en Jujuy a principios de 1816, “no hay nada más común entre todas las clases de paisanos que creer que los nuestros sólo van a robar y exprimir a los pueblos…yo creo que tienen razón…han hecho de la Patria un patrimonio exclusivo suyo a pretexto de defenderla”, comenta de sus coterráneos porteños.
El 7 de mayo arriba el diputado del pueblo Anchorena a Tucumán y, demora varios días en incorporarse el Congreso, debido a una “enfermedad nerviosa”, y solicita a su hermano “Azafrán de Marte” de las abundantes boticas portuarias, frente a la pobreza de aquellas ciudades norteñas. Sin embargo comenta los pormenores de las negociaciones con Artigas a puertas cerradas, delimitadas por “los Provincianos más enemigos de los Porteños”, y que “el Congreso es una vergüenza. Casi la mayor parte de los diputados no tiene una corta idea del derecho público…hasta ahora no han hecho más que nombrar de Director a Pueyrredón y una comisión para que arregle el Estatuto…todo el tiempo se le va en fruslerías…en que los cordobeses y varios diputados de las Provincias, formado un partido preponderante, no despliegan más que envidia, rivalidad y pretensiones indecorosas contra este pueblo (Buenos Aires)…el partido cordobés se ha empeñado que -el tucumano- Aráoz no sea diputado -porque- es un esclavo de los Porteños, acaso porque no ha entrado en la liga de los orientales, cordobeses y salteños” Sorprende en este clima de divisiones agudas al mismo Anchorena que se haya llegado al 9 de julio con la Declaración de la Independencia, en la sesión presidida por el sanjuanino Francisco Laprida, aunque bien sospecha de la decisiva intervención de Belgrano y San Martín, ambos arquitectos de la gloriosa jornada de Julio. En Buenos Aires se cantaba unas meses después, “Jurada la Independencia/Ya están todos obligados/a no vivir más separados”
“Es tanta la corrupción de nuestro país”
Poco menos de 62 horas después del acta, que es firmada con la ausencia de un diputado de Córdoba, escribe Tomás, “se encargó un manifiesto a Bustamante, Medrano y Serrano. Se trata de la forma de gobierno, y está muy bien recibida en el Congreso y pueblo la Monarquía constitucional, restituyendo la casa de los Yncas. Las tres ideas han sido sugeridas por Belgrano…todo el Perú se conmoverá…libre ya de atolondramientos democráticos”, cerraba el republicano y federal porteño, que se espantaba con un futuro democrático, aquel que había sido bosquejado por los mismos revolucionarios americanos en los campos de batallas. El mismo que en la célebre sesión del 6 de agosto, que discutía el tema de las formas de gobierno de las Provincias Unidas en Sud-América, expresaría, en el registro del diario El Redactor, “exponiendo los inconvenientes del gobierno monárquico, haciendo observar las diferencias que caracterizaban los llanos y los altos del territorio…mayor resistencia del habitante de los llanos a la monarquía (sic)…imposibilidad moral para los de la montaña (doble sic, Anchorena, que se quejaba de la cortedad de sus colegas…)…el único medio capaz para conciliar era, en su concepto, el de la federación de las provincias”, en un discurso en las antípodas de sus cartas personales, y cercano al anhelo de los caudillos ¿Qué pasó? Que una dinastía incaica significaba la pérdida del centro geopolítico de Buenos Aires, que pasado el sofocón, volvía a mandar con el férreo puño del director supremo, Pueyrredón, a unas provincias cada vez más desmembradas, Alto Perú bajo los realistas, el Litoral confederado, la Banda Oriental en disputa con los portugueses, y el Paraguay solitario en su camino. Manuel Dorrego, una vez conocido el manifiesto, el líder de los federales porteños, dijo “Este es un rey de patas sucias” Anchorena escribiría a su compadre Juan Manuel de Rosas, treinta años después, “nadie se ocupaba en Tucumán del sistema republicano federal…era tanto el odio a Buenos Aires”, y vuelve a despotricar contra la ridícula idea del monarca indígena, pese a que los porteños habían apoyado la moción en un principio.
Cabe mencionar que en esas sesiones fue el fraile Santa María de Oro quien sostuvo el republicanismo federal, alegando que debían ser consultados los pueblos sobre la forma de gobierno. Mientras tanto, Pueyrredón reforzaba a las castas provinciales con la resolución del Congreso de Tucumán de que los gobernadores provinciales debían tener la aprobación “suprema” del director en Buenos Aires. Un clavo más para cualquier intento de unidad nacional, prolegómenos de la sociedad de opositores sin fin.
Continúa un año su trabajo Anchorena en el Congreso de Tucumán, presenciando las remanidas rencillas entre Porteños y Provincianos, “como si estos quisieron que Artigas y Santa Fe entren libremente a degüello a Buenos Aires… y venderlo por parte”, hasta que los peligros de la ofensiva realista en el Alto Perú, y los temores de los diputados bonaerenses de un Congreso totalmente fuera de su control, trasladan las sesiones al Río de la Plata. Una de las últimas cartas de Don Tomás en 1817, un porteño orgulloso de su metrópoli, defensor de sus intereses, pero también un patriota ferviente, “en cuanto a nuestro estado político, hace mucho tiempo que estoy bien desengañado, y cada día más me penetro del desengaño. Mis conatos y esperanzas sólo se limitan a que los españoles no salgan con la suya. Por lo demás es tanta la corrupción en nuestro país, y son tantas las raíces que hecha cada día, que no puede mi imaginación lisongearse un solo momento con la idea de un buen resultado, en orden a cimentar nuestra libertad. ¿Cuál será? no lo sé, pero me parece que con evidencia se puede asegurar que no ha de ser el que hemos deseado desde el principio de la Revolución” ¿Cambiamos?
Fuentes: Ibarguren, C. Tomás Manuel de Anchorena comenta el Congreso de Tucumán y los sucesos políticos de 1816 en revista Historia XI Julio-Septiembre 1966. Buenos Aires; García, J. A. La ciudad indiana. Buenos Aires: Hyspamerica. 1986; Ramos, J. A. Historia de la Nación Latinoamericana. Buenos Aires: Peña Lillo-Ediciones Continente. 2011
Imágenes: Ministerio de Cultura Argentina
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.