Ser Argentino. Todo sobre Argentina

Club de Barrio, Casa del Barrio

Familias, amigos y amores se sucedieron en los clubes de barrio y sociedades de fomento porteños. Una guía de hacedores de ciudadanos, ¡que no se corte!

El escritor Bernando Verbitsky en “Grandeza y decadencia del Estrella del Sur”  narra el nacimiento de tantos clubes y sociedades de fomento porteños. Básicamente nacían del amor a la fraternidad y la solidaridad que cruzaba generaciones y clases. Más que amor, auténtica pasión porteña a la buena vecindad. Un dentista inmigrante ruso habla con los muchachos de la barra de la esquina sobre las necesidades de la juventud, de la falta de espacios para la recreación y el aprendizaje de oficios básicos “De repente”, en el relato de Verbitsky, ofrece financiar las instalaciones.  Así los muchachos, criollos, hijos de tanos y gallegos, retacean horas de descanso, y con los ahorros, y rifas barriales, abren las puertas a los pibes para que corran detrás de una redonda, o emboquen al aro, fútbol y básquet en las actas de nacimiento de innumerables clubes argentinos desde los veinte.  Incluso conviven en el fomento de la educación con las escuelas de la zona, y comparten instalaciones, u ofrecen cursos con salida laboral (¡Corte y Confección!), apoyados en una biblioteca popular que crece con donaciones. Los fines de semana infaltables llegarán los bailes a ritmo de tango y tropical. Pero como cualquier épica al estilo “Luna de Avellaneda”, la entrañable película de Juan José Campanella, hay un reverso humano, que nunca está exento de una cuota de egoísmo, y ese dentista “desinteresado” termina de presidente del club para lucirse en el comité “¡Cuántos clubes de barrio quedaron fagocitados por las clubes de fútbol que los expoliaron en busca de cracks!” denunciaba el gran jugador de fútbol Carlos Peucelle en los setenta. Aunque cabe una importante aclaración: los clubes de barrio fueron club con fútbol, no de fútbol. Podían alumbrar aún en épocas tan tardías a Diego “Cholo” Simeone, que surge del baby fútbol de Club Villa Malcolm de Villa Crespo, pero nunca fue su principal objetivo. El principal sueño fue transformarse en Casa del Barrio, Casas de Ciudadanías. Y estos enclaves de sociabilidad  lo hicieron en los cien barrios porteños.

Una prehistoria de los clubes de barrios se hunde en los tiempos de Rosas. Allí se conforma el Club de Residentes Extranjeros, que reunía a vascos, italianos, franceses, suizos y, especialmente, ingleses. El centro social más antiguo de Buenos Aires fue presidido por Thomas Duguid y además de los deportes de las colectividades, pelota a mano, bochas, esgrima, gimnasia, tiro, rugby, fútbol -desde 1860- y cricket, servía de punto de reunión y mesa de amistad entre copas y juegos de mesa. Tres meses después de la Batalla de Caseros nace el Club El Progreso con la premisa de “desenvolver el espíritu de asociación, con la reunión diaria de los caballeros más respetables tanto nacionales como extranjeros; borrar prevenciones infundadas, creadas por el aislamiento y la desconfianza, uniformando en lo posible las opiniones políticas por medio de la discusión deliberada, y mancomunar los esfuerzos de todos hacia el progreso moral y material del país”cerraba el documento de este aristocrático círculo de varones que gestó las revoluciones de 1880 y 1890, tuvo cuatro presidentes argentinos entre sus miembros (Manuel Quintana, Luis Sáenz Peña, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña) y fue testigo en sus puertas del suicidio de Leandro N. Alem.

En las décadas siguientes aparecerían el Buenos Aires Cricket Club en Palermo y el Buenos Aires Athletic Sociaty en Plaza Miserere, primeras de estos deportes en América Latina, y el Buenos Aires Football Club, que en 1867 organiza el primer partido de fútbol en los parques de Palermo. En simultáneo se expanden los frontones, que hacía fin de siglo convierten a los pelotaris en leyendas, entre ellos Pedro “Paysandú” Zabaleta y Adriano “El entrerriano” Osuna, y que tienen en el Club de Pelota y Esgrima el faro de unas las pasiones porteñas del ayer. Hogar también de los grandes hombres como Miguel Laurencena, gran pelotari y presidente de ese club de la calle Moreno, aquel dirigente radical que impulsó varias leyes a beneficio de los trabajadores junto a Alfredo Palacios.

La inmigración aluvional cambió el panorama y las manos de los clubes, que se mezclaban entre criollos y  los recién llegados, en sociedades de socorro y fomento de las colectividades, particularmente españolas e italianas. Aquí también la cuestión identitaria fue crucial en estas asociaciones solidarias y se compartían las costumbres de los añorados terruños. A todos, sin excepción de cuna. Juan Poggeti, un médico italiano que fue héroe combatiendo la Fiebre Amarilla de 1871, propulsó en Pompeya la “Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos e Instrucción Musical del Bañado” en 1894. Desde la sede de la avenida Sáenz durante casi cien años desarrolló una intensa acción humanitaria y, entre inmensos logros barriales, fue el primer cine que tuvo Pompeya en 1921.

Los albores del siglo verán crecer exponencialmente los clubes al calor de las reformas sociales, y la extensión del ocio y el tiempo libre, que inician los socialistas, suman los radicales y consolidan los peronistas.  En un signo de los tiempos, y marca de territorialidad, florecen como hongos clubes en las esquinas, sin sede, muchos con la denominación de argentinos o próceres, otros repartidos entre jóvenes, defensores o unidos, símbolo del orgullo barrial. Capítulo aparte merecen los clubes anarquistas y comunistas de aquellos momentos debido a que imponen una espíritu desinteresado, y con conciencia de clase,  que modela el prototipo del club barrial “Crea vínculos de camaradería entre los jugadores y los espectadores. No ofrece espectáculos. Es humano, siendo el trofeo una cosa secundaria”, comentaba el boletín del partido comunista, en un emergente de la cultura obrera que late en nuestros clubes barriales.

 

Luz de Porvenir, Luz de Versailles

“Dado el sinnúmero de incomodidades que se ven rodeados los vecinos de esta zona, donde no existe ningún adelanto edilicio, es imprescindible la formación de una comisión vecinal que reclame ante las autoridades correspondientes”, recuperan Viviana Spezia y Marta Pizzo las palabras de la carta fundacional de la Sociedad de Fomento Luz de Porvenir de Versailles en 1923, y suman “esta comisión además se encargará de la formación de la sociedad de fomento local”, cierra el documento que contrabalancea la presunción que este tipo de sociedades, o clubes, estaban orientados exclusivamente al ocio, o al deporte. En cambio, en la mayoría prima la razón social de estos verdaderos frentes ciudadanos de vecinos.

En este caso del oeste de la Ciudad estuvo  formando en los veinte por barrenderos, taxistas, ferroviarios y textiles cercanos a la Estación de Liniers. Tan potente era la raíz social que en sus diez años fundacionales, la Luz de Porvenir había conquistado la conexión cloacal, tendido ferroviario, asfalto y, su mayor preocupación, una escuela pública en la zona porque la única que existía se hallaba entre los chalets de los vecinos más pudientes. En una insólita, y contundente protesta, la Sociedad de Fomento transportó en “bañaderas” (colectivos abiertos) a 800 niños de edad escolar, sin colegios cercanos, a las puertas del Consejo Nacional de Educación. En 1934 al fin llegó en Lisboa 666 la Luz de las Aulas gracias a estos vecinos trabajadores, que siguieron ampliando la acción cultural ya en sede propia de Dupuy 1135. Memorables bailes, carnavales y obras de teatro se llevaron a cabo como también proyecciones de cine a partir de 1948.

Con los años empezaron las clases de folklore, artes marciales y gimnasia. Se sumaron talleres y espacios para los adultos mayores en conjunto con el gobierno de la Ciudad. Cuando parecía a fines de los noventa que los viejos valores barriales iban a sucumbir con las espumas de la globalización, el cachetazo del 2001 revivió la Casa del Barrio en una multiplicación de intervenciones luminosas a favor del vecino. Luz  de Porvenir fue la mano gaucha, tejer nuevos lazos sociales y la promesa de un mañana mejor. Parecido a las mujeres fundadoras que se peleaban con los patrones de sus maridos, jefes que sistemáticamente hacían desaparecer un tablón-puente, y que unía los talleres de Liniers y los hogares, las nuevas generaciones tendieron puentes  de abuelos a nietos, puentes de grandes esperanzas y sueños realizados.

 

Club Italiano, el Norte de Caballito

Un emblema del corazón porteño nació en Paraná y Lavalle en 1898, y tuvo durante varios años su sede en Recoleta, en un solar donde conviven actualmente refinados locales. Esta segunda ubicación fue circunstancial debido a que los italianos buscaban afanosamente un terreno para la actividad “sportiva” que cimentó los primeros años del club, el ciclismo. Debido a la recesión del contrato, los socios encuentran un nuevo emplazamiento y el 31 de diciembre de 1910 se inaugura la ubicación definitiva de avenida Rivadavia y Campichuelo. Y liquidan la ligazón con el ciclismo porque no se construyó un velódromo debido a los costos. En sucesivos años fueron adquiriéndose terrenos aledaños que erigieron al club de los tanos en uno de los nodos de sociabilidad porteña más refinados.  El Club Italiano de Buenos Aires fue La Perla del Oeste con un impactante edificio que, también es cierto, obturó la extensión de la actividades deportivas. Para aquellos inmigrantes que estaban haciendo la América fue más importante adornar un majestuoso Salón Blanco que el ejercicio aunque en 1920 se transformó en una pista de patinaje y, en simultáneo, en los terrenos linderos comenzaba la práctica del tenis “Un alto salón de Sud América” alababa el ministro italiano Cobianchi que tuvo también espacio para el teatro y la ópera.

Recién en los treinta los socios deciden darle un perfil vinculado al deporte y la recreación con la construcción de una pileta y una cancha de pelota “La segunda etapa fue cuando llegó la juventud a la institución ¿cómo se logró eso?”, recuerda Amadeo Milanesi para Luis Cortese, “Eliminando la rémora. Lo único que tenía el club eran once canchas de bochas -el deporte predilecto de los pioneros de la colectividad- y una pileta. La juventud en 1946 no tenía ningún asidero, no tenía dónde pasar la tarde. Esa etapa se cumplió y llegó a su término. Posteriormente, hubo que pasar a lo que yo llamaría etapa de la integración familiar, pues sabíamos que toda la familia debía estar en el Club. Ese fue, sin dudas, el gran adelanto que tuvo el Club” Un lugar con pretensiones se convirtió en el alma de una barriada típica de clase media porteña y se adecuó a los tiempos con mayores actividades deportivas y gimnásticas, el Italiano formador de campeones en gimnasia artística, y además sociales, y allí el Salón de Folklore en los sesenta. Afectado en los dos mil por las crisis y los costos del predio anexo en Parque Brown, el Club cede parte de la hermosa fachada a emprendimientos privados, y locales, que no empañan una labor  que potencia su arraigo en la comunidad día a día.

“Acá conocí a tu vieja”, “Allá ví a Pichuco”, “Sandro se tiraba al piso con Rosa, Rosa”, “en esta canchita practicaba Stábile que lo descosió en Italia antes de Maradona” son los ecos del pasado cuando pasamos por las puertas de cualquier club o sociedad de fomento de barrio, sea el Club Social y Deportivo Resurgimiento de La Paternal o El Tábano de Saavedra (¡El Polaco Goyeneche cada día canta mejor!)  Porque de esos horizontes no tan lejanos nacimos nosotros.

 

Fuentes: Cortese, L. Club Italiano- 100 años de Historia. Buenos Aires: Lulemar. 1999; Spezia, V. Pizzo, M. Luz de Porvenir, Sociedad de Fomento en revista “Todo es Historia” Nro. 448 Noviembre 2004; Martin, L. El barrio-pueblo de Nuevo Pompeya. Buenos Aires: MCBA. 1996; Wilde, J. A. Buenos Aires desde 70 años atrás. Buenos Aires: Eudeba. 1960.

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