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César Milstein: pasión por la ciencia

César Milstein produjo una revolución con sus investigaciones. Ganó un premio Nobel por su trabajo.

Una característica que comparten muchos de nuestros grandes hombres y mujeres es su humildad. Lo que los mueve es la pasión, es el amor por lo que hacen, sin esperar grandes glorias ni reconocimientos. Pasan por la historia de la Humanidad tratando de aportar su granito de arena para que el mundo sea un lugar mejor. Sin ninguna ambición más que dar lo mejor de sí. Alguien que sin dudas cumple con todas estas características es César Milstein, uno de nuestros cinco premios Nobel.

Empecemos por el principio. César Milstein nació en el seno de una familia judía, en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, el 8 de octubre de 1927. Su padre fue Lázaro Milstein, un inmigrante ruso que se desempeñaba como viajante de comercio, y su madre fue Máxima Vapñarsky, una maestra de escuela. Fue el segundo de tres hermanos y, según dicen, el más rebelde y travieso.

Otra de las características propias de las grandes mentes, tal vez, es que sienten que nacieron para eso. Como si hubiesen venido al mundo con un propósito claro, que se les manifiesta desde muy temprana edad. En el caso de Milstein, la primera revelación vino de la mano de un libro. Cuando tenía unos 10 años, recibió de regalo Los cazadores de Microbios de Paul de Kruif, un libro que recorre la biografía de algunos de los más célebres microbiólogos. Fue un antes y un después en su vida.

La segunda señal fue todavía más clara. Un buen día, una prima llegó de visita de Buenos Aires. Trabajaba en el Instituto Malbrán y, durante la cena, comentó sobre los experimentos que realizaban allí. El joven Milstein lo tuvo claro: a eso quería dedicarse el resto de su vida. Luego de finalizar el secundario, estudió en la UBA, donde se recibió de químico y luego se doctoró. Ávido de adquirir conocimientos, fue a buscar un lugar en el equipo de investigación del Dr. Bernardo Houssay. Como el no tenía vacantes, lo recomendó con el Dr. Andrés Stoppani, quien se había formado con el primero. Fue así como Stoppani se convertiría en su gran maestro.

Segunda casa

Milstein siempre fue un gran agradecido a la universidad pública argentina. Sin embargo, hubo otro país que se convertiría en su segundo hogar, y donde desarrolló sus investigaciones más importantes: Inglaterra. En 1960, obtuvo una beca de la Universidad de Cambridge, donde realizó su investigación postdoctoral bajo la dirección del bioquímico molecular Frederick Sanger, una de las pocas personas que recibió el Nobel dos veces, en 1958 y 1980. Al poco tiempo regresó a la Argentina, donde le ofrecieron el cargo de jefe de biología molecular en el Instituto Malbrán. Sin embargo, la experiencia duró poco. Con el golpe militar de Guido, que destituyó al presidente Frondizi, Milstein –judío y comunista– sintió que la Argentina ya no era un campo adecuado para continuar con su trabajo.

Su destino fue una vez más Cambridge, de la mano de Fred Sanger nuevamente. Se sumó a su equipo y comenzó a especializarse en el estudio de los anticuerpos. Ese sería el puntapié inicial para el Nobel que recibió años después. En 1975, junto a su colega alemán George Kohler, publicó en la revista Science un trabajo en el que daban a conocer los anticuerpos monoclonales. Se trató de un hallazgo que produjo una revolución en el proceso de reconocimiento y lectura de las células y de moléculas extrañas al sistema inmunológico.

Finalmente, en 1984, llegó el premio tan esperado: 15 de octubre de ese año, recibió el Nobel de Medicina. Fue el último argentino en ser galardonado hasta el momento. Es, hasta el día de hoy, uno de nuestros mayores orgullos nacionales.

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