¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Miércoles 29 De Marzo
Buenos Aires era abandono. Ni siquiera las numerosas tribus guaraníes quedaban en estas costas después de la desgraciada experiencia de Pedro de Mendoza, finiquitada en 1541. Cierta maldición sobrevolaba al Río de la Plata, leyenda de antropófagos y reinos plateados endemoniados. Sin embargo los nuevos intereses españoles en abrir un canal franco por el Atlántico para el expolio de las riquezas del Alto Perú, y no el sufrido paso por el Pacífico a merced de los piratas ingleses, volvieron a resonar en la liberal Asunción, una ciudad que empezaba a ejercer su influencia en la cuenca del Plata. Así que Juan de Garay, “un aventurero que no atina más que a su propio negocio”, hizo un llamado “a su costas” en la aldea mestiza, y reclutó un variopinto conjunto de voluntades, que bajaría por río y tierra, con la anhelada recompensa de “caballos y yeguas cimarronas” Gracias a esa promesa comercial partieron a fundar la ciudad de Buenos Aires, que en el futuro sería la capital de habla hispana más importante del mundo. En lo que respecta a la historia, los porteños venimos de algunos españoles y decenas de mancebos de la tierra, criollos y mestizos paraguayos.
Desde Charcas en 1566 había advertido Juan de Matienzo que era menester instaurar “puertas a la tierra” en la abandonada Buenos Aires, debido a “la gran contratación” que auguraba un tráfico comercial en el horizonte. Y recalcaba que el “feudo de Irala”, Asunción, era un enclave aislado en la selva. No tuvo eco en la corte medieval de Felipe II.
Francisco de Aguirre, fundador de Santiago del Estero y Tucumán, Gerónimo Luis de Cabrera, fundador de Córdoba, y el gobernador Abreu en 1580 de Tucumán, y rival de Garay, también tuvieron entre sus planes llegar a los insípidos bañados bonaerenses. Incluso Abreu instigó una sublevación en Santa Fe de criollos y mestizos un par de años después, en la ciudad que había fundado el mismo Garay, que pasaría a ser la primera revuelta de nacidos en América, y que intentaba poner en jaque la autonomía del Río de la Plata -y la vida del mismo Garay. Este oriundo de Vizcaya, un vasco riguroso y severo, dicen, empeñó todo su capital en la empresa, bienes y hacienda, y se endeudó fuertemente para cumplir el poder que la había conferido su tío, el gobernador de Perú y tercer adelantado en el Río de la Plata, Juan Ortiz de Zárate. Garay sería nombrado en un testamento de su tío, teniente gobernador y capitán general de todas las provincias del Río de la Plata. Esta fue la fuente tanto del encono de Abreu, como del despótico virrey del Perú, Francisco de Toledo, que hicieron todo lo posible para demorar la empresa de Garay, “en quien concurren las cualidades, ciencia y conciencia que para tal caso y derecho se requieren”, decía el documento del fallecido Ortiz de Zárate en 1576.
Recién 1580 logró reunir el fundador, y colonizador de Buenos Aires, apenas diez españoles y cincuenta mancebos de la tierra, entre criollos y mestizos; y que en su mayoría se costeaban armas, mil caballos y quinientos vacunos -el bing bang de la ganadería nacional “Toda este gente que va abajo a poblar aquel puerto” diría satisfecho Garay en marzo en una mañana asunceña, en viaje en una antigua carabela, los hidalgos “que detestan el trabajo”, y dos bergantines, van lentos por el Paraná, y mientras tanto, emprenden camino hacia abajo los mancebos, arreando animales, y las carretas, bajo el mando de Alonso de Vera y Aragón. Hacen un breve escala en Santa Fe en la segunda quincena de mayo, con la esperanza de sumar entusiastas a una propuesta que sólo prometía caballos salvajes; y que se calculaban vagando libres, alrededor de cien mil, de aquellas decenas que había dejado Mendoza. Aunque Garay sabía que no resultaba fácil domarlos, “por ser la tierra tan rasa y llana, no hemos podido tomar ninguno de los caballos ni hemos tenido posibilidades ni espacio para hacer corrales” Reanudan el viaje en la segunda quincena de mayo, navegan lentos por el Paraná de las Palmas, y divisan en los primeros días de junio una llanura, bordeada de sauces. Desembarcan con una idea clara de construir un fuerte, conventos, la Plaza Mayor, calles, casas, estos adelantados tienen menos de conquistadores, y mucho más de colonizadores. Incluso en la carabela, construída con madera de la selva paraguaya, Gonzalo Martel de Guzmán pergenia la heráldica de la ciudad por nacer, el águila negra de los Ortiz de Zárate y de los Torres Vera, la cruz de los caballeros calatravos y los aguiluchos hambrientos.
“Estando en este puerto de Santa María de Buenos Ayres -en honor a la virgen del puerto de Cagliari, Italia, que era venerada por los mercedarios que acompañaron a Mendoza-, que es en la provincia del Río de la Plata, intitulada de la Nueva Vizcaya, hago e fundo en dicho asiento e puerto una ciudad”, exclamaba en la actual Plaza de Mayo, Don Juan de Garay ante una cansada pero solemne comitiva que no llegaba a los setenta, un 11 de junio de 1580, “y la dicha ciudad se intitule la ciudad de la Santísima Trinidad -o se que la ciudad terminó tomando el nombre original del puerto, también en un recuerdo que la primera fundación en 1536 fue para un astillero, no un poblado-…tomó posesión de la ciudad e de todas estas provincias, leste, ueste, norte y sur…y en señal de posesión echó mano a su espada y cortó hierbas y tiró cuchilladas” , en un arcaico rito, pagano antes que cristiano. Y para seguir con fuerzas inexplicables, tres veces se vota, y tres veces sale como patrono un obispo francés, ante el horror de los españoles, y queda instituído por el flamante cabildo un 20 de octubre de 1580, San Martín de Tours.
“Los indios llaman isla a la tierra de Buenos Aires (sic) Es muy galana la costa que iba corriendo la loma llana de campaña sobre el mar, por alguna parte puede llegar carretas hasta el agua… muestra grandes peñascos… hay gran cantidad de nuevos marinos…. hallamos entre los indios ropa de lana muy buena, dicen que la traen de la cordillera… traen una plancha de metal amarillo en unas rodelas”, describe el fundador sus primeras impresiones porteñas, y el puntapié de su trágico fin, porque seducido por un inexistente reino de los césares explorará hasta Mar del Plata para encontrar la muerte en el Río Baradero por los indios mocovíes en 1583, Garay que representaba la primera generación europea que había proyectado vivir en América, no saquearla, “dicen que por la costa hay poca gente, y que a tierra adentro, hay mucha gente…supliqué a Vuestra Alteza hiciese la merced a la ciudad de Trinidad (Buenos Aires) y a ésta Santa Fe, de todo aquel ganado -caballuno-…pues por haberse dispuesto a los trabajos y gastos de los pobladores”, reclamaba sin mucha respuesta de las autoridades reales, quienes desconsideraban todo aquello debajo de Potosí y sus minas. Sin embargo el previsor Garay había procurado contar con criollos para su ciudad, “muy buenos hombres de a caballo y a pié…son como unos robles”, señalaba, que resistirían mejor a los hidalgos nacidos del otro lado del Atlántico, y que rechazaban el “trabajo de manos” y la labranza. Aunque cuando se retiraron los 600 indios que rodeaban la flamante ciudadela, por culpa de la torpeza del primer gobernador de Buenos Aires, Antonio de Torres Pineda, que mandó a ahorcar a cuatro caciques por una vaga sospecha de participar en el asesinato de Garay, la subsistencia del miserable caserío fue casi milagrosa -recién en 1602 cuando Buenos Aires es autorizada a exportar, y emerge como epicentro de operaciones del contrabando, tráfico de esclavos y la coima virreinal, pese los controles de Hernandarias, su destino tendría un vuelco que eclipsaría a la región “Acá se tiene por cierto que de los criollos se puede confiar poco”, era la mirada de los españoles sobre los primeros porteños.
La gente andaba “cueros, y al presente podré decir con mucha verdad, andan de sayal, y todo es pobresa y miseria”, señalaba el gobernador Valdez y de la Banda, y se alegraba de la existencia de ganado cimarrón, que permitía a la gente comer y alimentarse “Los vecinos y moradores hazen sus labores con su propias manos…lo qual es cosa de mucha lástima”, se resignaba un franciscano, mientras el Cabildo en 1589 sumaba, en la queja de falta de mano indígena ante el rey, “(los pobladores) que no han tenido ni tienen provecho de la naturales (sic) aramos y cavamos con nuestras manos…la agua que gastan en sus casas las traen cargadas sus mujeres e hijos y Ella propias lavan la ropa son maridos y van a lavar al dicho rio… cosa cierta que mugeres españolas nobles y de calidad por su mucha pobreza an ydo a traer a questa el agua que han de beber” El gobernador Casco de Mendoza añadía que las “gentes soportan hambre y desnudez indignas” aunque resultaba la mejor defensa ante los piratas holandeses e ingleses, el famoso Drake surcaría el Río de la Plata, porque ¿quién codiciaría a la harapienta Buenos Aires?
En la territorialización de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Buenos Aires, realizada por Garay el 24 de octubre de 1580, con un criterio particular ya que se hizo de norte hacia el sur, y no en forma de abanico usual con respecto al centro, según las leyes de las Indias, “yo en nombre de SM he empezado a repartir, y les reparto a los dichos pobladores, y conquistadores de tierras, y Cavallerías y Solares y cuadras en que puedan tener sus Labores y Crianzas, y labores de todos sus Ganados…sustentar la dicha vecindad y Población durante cinco años…”, figuran algunos nombres notables de la colonia, Luis Gaitán que accede a 500 varas, en el vital corredor que conecta con la lejana Santa Fe, o al alcalde González Martel, un proto intendente porteño, 400 varas, y dos mujeres, excepcionalmente, Jerónima Pérez, con 350, que bajó desde Santa Fe una vez fundada la ciudad, y Ana Díaz, 300 (un cuarto de manzana aproximadamente), quien se apuntó decidida colonizadora en Asunción, cuando Garay elevó el estandarte real llamando a la aventura del Río de la Plata. Y venció la negativa inicial de Don Juan. Dos mujeres, 70 hombres, entre ellos 60 soldados, Buenos Aires 1580.
“Y los señores cuentan sus proezas y se mueven como si bailaran, agitando las plumas de los birretes como crestas de gallo, para que Ana, la labradora, sonría”, se la imagina solitaria Manuel Mujica Láinez en “La Fundadora”, en el puente de la carabela San Cristóbal de la Buenaventura, hasta que bajan en la llanura bonaerense, y Ana solicita un solar para trabajar la tierra -en el actual Florida y avenida Corrientes, existe un placa homenaje- , frente al del santafesino criollo Ambrosio de Acosta, sin escuchar la serenatas interminables de la vihuelas de los enamorados, y solitarios, 70 hombres, “hasta que las otras mujeres empiezan a llegar Buenos Aires…cuando los señores se topan en su camino con Ana Díaz, arqueada por el peso de los cubos de agua, la saludan apenas…Ana riega su huerta bajo el chillido de los teros o los largos gritos de los chajaes. Recuerda a Juan de Garay, alzando la visera relampagueante y brindándole la ciudad con un inclinación cortesano del busto de un hierro, como si fuera un flor. Se frota la manos que la tierra oscurece, sonríe”, bosqueja el escritor de “Bomarzo” de una paraguaya que descendía de los payaguáes, y cuya madre era la legendaria Savé, a quien su padre Mateo Díaz había ganado en un partido de dados. La labradora casaría finalmente con Juan Martín, que era de la partida fundadora, y serían el primer matrimonio en Buenos Aires. Pero además en 1583 Díaz, con sus magnéticos ojos verdes, su tez cobriza y su larga cabellera negra, inspiradora de que Garay pusiera Valle de Santa Ana en su honor a lo que hoy conocemos como Tigre, fue una pionera emprendedora agricultura, y tuvo una floreciente chacra en San Isidro. Y con sus productos abriría una pulpería, Doña Ana, la primera mujer criolla con negocio propio.
Fuentes: Hosne, R. Historias del Río de la Plata. Buenos Aires: Planeta; Tijeras. E. Juan de Garay. Historia 16-Quorum. Madrid; Larreta, E. Las dos fundaciones de Buenos Aires. OCESA. Buenos Aires.
Fecha de Publicación: 11/06/2021
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