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Batalla de Gamonal. Inicios del federalismo argentino

La derrota de los ejércitos porteños ante los santafesinos cerraba la denominada Anarquía del año XX y abría las puertas al federalismo. Y al ascenso de Juan Manuel de Rosas.

Historia
Batalla Gamonal

Un 2 de septiembre de 1820 los jinetes e infantes bonaerenses de Manuel Dorrego serían aplastados  por las montoneras santafesinas de Estanislao López, al sur de la provincia de Santa Fe, en las campos de Gamonal. Era una victoria final del Ejército Federal Libertador que había llegado a sólo 20 kilómetros de Buenos Aires en febrero anterior, a punto tras la Batalla de Cepeda de elevar la bandera celeste y blanca, vertical, con la banda roja cruzada, en el Fuerte y Aduana. Vivían aquellos cortos meses de triunfo los “bárbaros” y “anárquicos” argentinos de la Patria Grande de Artigas, el Protector de la Liga de los Pueblos Libres que batallaba en soledad contra los imperiales brasileños, y lograban la disolución del odiado Directorio centralista, pro monárquico y represor. Cuando López y  el entrerriano Francisco Ramírez se pasearon por la Plaza de Mayo, luego del Tratado del Pilar, simiente del federalismo nacional,  y dejaron de ser “los caudillos bandoleros”, en palabra de la prensa porteña vencida, ahora “ilustres modelos de hombres libres” Gamonal sería el canto de cisne del intento de unidad de la generación de la Revolución de Mayo, y el general Paz diría en sus Memorias que todo aquello, incluído el pacto citado que aspiraba a continuar con la mancomunión regional en la guerra de soberanía política y económica,  duró menos que un fósforo. La restauración del poder omnívoro porteño comenzaría unos días después con la designación del unitario Martín Rodríguez en la gobernación de Buenos Aires, apoyado por el partido neodirectorial que manejaba los intereses porteños encumbrando a Bernardino Rivadavia, y su as de espada, la estrella en ascenso, Juan Manuel de Rosas.

“El Tratado del Pilar es la piedra fundamental de la reconstrucción argentina bajo la forma federal”, remarcaba Bartolomé Mitre de este pacto del 23 de febrero de 1820, que además de asegurar apoyo porteño la lucha contra los portugueses, también avanzaba con principios para una organización nacional bajo la idea federal y el concepto de nacionalidad, y decretaba la libre navegación de los ríos.  La flamante Junta de Representantes de Buenos Aires, compuesta por ganaderos y comerciantes antes que políticos, se resistió a la medida que atentaba contra el monopolio fluvial, e impulsó un gobernador propio, Juan Ramón Balcarce, recibido como un héroe por las calles aledañas al cabildo por los “cívicos” En el medio, se eyecta al gobernador Sarratea, impuesto por los vencedores de Cepeda que pretendían juzgar a los directatoriales porteños, que habían arrasado provincias enteras, y ocurre el fatídico 20 de junio de 1820, día de tres gobernadores de Buenos Aires -por primera vez se empieza a hablar de Buenos Aires como provincia-, día de la muerte en la pobreza y el olvido de Manuel Belgrano. La Revolución, sus ideales republicanos y fraternales, se había detenido. Quien emerge de esta situación confusa en la poderosa ciudad es Manuel Dorrego, héroe de Tucumán y Salta, un federal convencido luego de un destierro en los Estados Unidos,  y apoyado por las milicias populares -el nuevo actor determinante de las futuras  guerra civiles- arremete contra López en su propia provincia, envalentonado por los sucesivos triunfos de San Nicolás y Pavón. Para ellos fueron decisivos los Colorados del Montes, unos dos mil gauchos que Rosas había pacientemente reclutado y entrenado, a su costo, en el sur bonaerense, curtidos en la batalla con los pueblos originarios.

 

Gamonal, la última victoria de los federales antes de Rosas

En la batalla de Pavón, Rosas, que permanece fiel a Dorrego pero representa los intereses de los ganaderos,  que ansían una paz duradera que no estorbe en el negocio, trata de disuadirlo de no perseguir a las fuerzas de López, en retirada. En paralelo, ya había iniciado negociaciones con el caudillo santafesino y que serían refrendados en el posterior Tratado de Benegas. Sin embargo, Dorrego, que también había tratado de pactar con López aunque sin éxito, ya que el santafesino recordaba al porteño cómo tropas a su mando saquearon Santa Fe en 1815, se lanza a la aniquilación de los federales del Interior, a sabiendas que el Supremo Entrerriano Ramírez estaba en pelea con su antiguo general, Artigas. Antes de llegar a Gamonal, López hábil en la guerra de montoneras, fue llevando a Dorrego a un campo con hierbas venenosas, que acabaron prácticamente con la mitad de los caballos del altivo militar, alguien que había sido sancionado por San Martín varias veces por su petulancia. Pese a las fuerzas severamente disminuídas, el coronel Dorrego decide hacer frente en el mismo campamento a López, quien se refuerza con milicias de su provincia y gauchos del norte de Buenos Aires. Estas tropas federales destrozaron a los rivales con la conocida maniobra envolvente del general López, sustentada en la habilidad excepcional de la caballería. De los mil bravos infantes del valiente Dorrego, un batallón entero de negros de los barrios populares de Buenos Aires, mueren 400, algo que hace que López dé la orden de alto el fuego, impresionado con el derramamiento de sangre. El mismo “bárbaro” López que había renunciado a arrasar el centro porteño en febrero de 1820, en sed de revancha, tal cual habían hecho Dorrego y Viamonte con sus queridos pueblos santafesinos un lustro antes.

Sin embargo este triunfo no depararía un lugar en el historia grande a López, tal cual él quería, y sucesivamente sería un engranaje más de los manejos desde la Reina del Plata. Empezando en el enfrentamiento con su ex compadre Ramírez, ambos remarquemos lugartenientes de un vencido Artigas en 1821, que con el apoyo de Rodríguez y Rosas, terminaría con la cabeza del Supremo Entrerriano en el escritorio de López. Así el caudillo santafesino  era la máxima figura nacional y parecía árbitro de un nación a construir. Podría haber sido Urquiza. Pero no. Los porteños quedarían dueños del país porque López se atendría hasta el final de los días a su máxima: la autonomía provincial. Esta federalismo mal entendido, la defensa a rajatabla del provincialismo, más cercano a una confederación de estados independientes, y ajeno a la idea de Nación como aclararía Juan B. Alberdi, derivaría en la “paz perpetua” entre Buenos Aires y Santa Fe. Treinta años que fueron el sostén político y económico de Rosas.

 

Juan Manuel de Rosas

 

Rosas, el hombre del momento

“Todos conspiraba a favor de la ambición de Rosas, ya fuera porque el preparaba los sucesos o que los esperaba”, anotaba en un perfil histórico y sicológico su sobrino Lucio V. Mansilla. Lo cierto es que el 9 de agosto de 1820 se reunirán López y Rosas y ambos hombres, con intuición gaucha más que con especulación política, deciden la paz entre las provincias, algo que garantice la recuperación de ambas economías exhaustas. Allí también convendrían que el federalismo que se adecuaba al momento, una postura meditada por el santafesino,  era la autonomía plena de las provincias de Buenos Aires, y la delegación de la representación exterior en la ciudad más rica, y con el puerto de mayor movilidad económica -en este sentido, son contemporáneos al pensamiento de los republicanos españoles de entonces- No por nada el mismo Rosas llamaría a López el “Patriarca de la Federación”. Superado un motín militar que intentó deponer a Rodríguez, “desde hoy ser el sostén de la autoridad”, arengaba a sus gauchos el Restaurador de las Leyes en los combates cercanos a la Manzana de las Luces,  unos meses después el Tratado de Benegas, que tuvo de garante al mismo Rosas -y las 30 mil cabezas de ganado que cedió en concepto de reparación de los desastres realizados por los porteños-, avanzaba en la propuesta de un Congreso a desarrollarse en Córdoba a fin de organizar el país. Una asamblea nacional  que resultaría boicoteada por Buenos Aires en el tiempos de la “experiencia feliz” de Rivadavia.  Retirado a sus exitosos negocios desde “Los Cerrillos”, Rosas había logrado un renombre en el política, garantía de orden y la propiedad,  y un respeto popular, en contacto con las masas y sus necesidades, que ocho años más tardes lo consolidarían en los destinos del país. Por casi 25 años.

Rosas, en varios aspectos, en sus maneras de manejar la política criolla, en constantes y movibles círculos rojos, como en un modelo de federalismo unitarista que condensa los devenires de nuestras tierra, sea desde Buenos Aires, sea desde el mal llamado Interior, es más contemporáneo de lo que muchos creen. Por eso la vigencia de su pensamiento y acciones, “nunca pensé en organizar a estos pueblos porque la única manera de gobernarlos es en guerra”, sino repasemos su lengua lasciva en ocasiones públicas, en un eco lejano a la agenda de jerga sexualizada de la campaña 2021.

 

 

Fuentes: Irazusta, J. Ensayos Históricos. Buenos Aires: Eudeba. 1968; Halperin Donghi, T. De la Revolución de Independencia a la Confederación Rosista. Buenos Aires: Paidós. 2000; Mansilla, L. V. Juan Manuel de Rozas. Buenos Aires: Ediciones Históricas. 2018

ImágenesBuenosAires.gob

Fecha de Publicación: 02/09/2021

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