“La Avenida de Mayo reluce en tu corona/como la más preciosa rambla de Barcelona/Transnochadora España que reina en el café,/mezclando a voz en grito el vos, el chau y el che”, recitaba el poeta español Rafael Alberti, uno de los tantos artistas que iban de café en café en los años de la Guerra Civil española, y que podía cruzarse con Adolfo Bioy Casares, o Benito Quinquela Martín, en el Tortoni. O discutir a viva voz con los periodistas de La Prensa, que salían de la monumental gloria edilicia del Art Nouveau, hoy Casa de la Cultura, los de La Razón o los de Crítica, que peleaban por las primicias en las diez cuadras que separan el Congreso Nacional y presidencial La Casa Rosada “Arboles de la Avenida/¡cómo va pasando el tiempo!” exclamaba el vecino Baldomero Fernández Moreno desde una mesita al boulevard, y se apenaba de los corsos que languidecían, como Leónidas Barletta, y que fueron la alborozo ciudadano casi un siglo. La Avenida de Mayo, la primera que tuvo numeración en 100 o que retumbó con el subterráneo bajo sus pies antes que nadie en el Continente, “La boca del subterráneo/vomita carne de oficina”, ponía amilanado el escritor Antonio Requeni, para algunos es la suma de la impersonalidad, “nadie nace en Avenida de Mayo” aseguraba Jorge Luis Borges, y, sin embargo, es el paso obligado de los sucesos más importantes, alegres y tristes, de la historia argentina. En Monserrat, elegante, bulliciosa y misteriosa como la definía Manuel Mujica Láinez, la Avenida de Mayo es el casco histórico de lo que vendrá.
La primera avenida pensada para edificios altos de renta, que rápidamente fue ocupada por los diarios y el sector financiero, varias aseguradoras, menos por los adinerados que preferían establecerse en el norte. Las familias patricias optaron por abandonar las antiguas edificaciones del barrio, de habitaciones corridas, comedor central, y tres patios con aljibe, en el primero, rodeados éstos por columnas de hierro, en las cuales se enredaban el jazmín del país y madreselva “La casa de la azotea –anotaba Sarmiento paseando en los boulevard parisinos de 1846, construídos por el Barón Haussmann- pierde su autoridad y empieza a ser indigna de un pueblo libre” Nada de aquello quedaría en pie cuando el enjundioso Torcuato de Alvear, Presidente de la Comisión Municipal de la Ciudad de Buenos Aires nacida al calor de la federalización de Buenos Aires, que con la incorporación de Flores y Belgrano sumaba 443 mil personas en 1884, y quien decidió en 1882, ya nombrado el primer Intendente municipal , la expropiación y demolición parcial de varias manzanas y edificios importantes, lo cual generó muchos conflictos y cuestionamientos sobre si esta gran erogación de dinero era necesaria con tantas otras necesidades de la ciudad por resolver –por ejemplo, cloacas. En realidad, el intendente retomaba un proyecto de 1872 de los ingenieros Carlos Carranza y Daniel Soler, que proponían una gran avenida de 50 metros de ancho desde la Plaza de Mayo a la Plaza 11 de Septiembre. Alvear propuso 35 metros, con arboledas como proyectaba José Lagos en su trazado de la ciudad en 1869, y fueron finalmente 32 metros, en el consenso logrado por el Director de Obras Públicas, arquitecto Juan Antonio Buschiazzo –diseñó entre otros edificios, el Mercado de San Telmo aún en pie, imaginó la avenida 9 de Julio, trazó las primeras ochavas, entubó los cauces de las calles céntricas y decenas de proyectos de urbanística avanzada-, y conciliar la especulación inmobiliaria, con las medidas límite, preservando la escala del emprendimiento.
La Avenida de Mayo, que en principio se pensó llamar 25 de Mayo pero se optó en homenajear la gesta revolucionaria de 1810 en su totalidad, nació así denominada “la avenida de los pleitos”. Alvear decidió hacer oídos sordos, al igual su sucesor Antonio Crespo, quien fue efectivamente el funcionario que cumplió la Ley Nro. 1583 del Congreso Nacional de 1884, y que autorizaba la apertura de una avenida cuyo recorrido de diez cuadras se extendería desde la Plaza de Mayo hasta la Plaza del Congreso, cortando por el medio las manzanas comprendidas entre las calles Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) y Rivadavia.
Alvear, quien finalizó su gestión en 1887, y falleció tres años después, comenzó su gestión a piquete limpio con la demolición de la Recova Vieja, aquella "galería comercial" de la época, que dividía en dos plazas a la actual Plaza de Mayo, y abrió el camino a la futura avenida. Pero hubo pronto severas dilaciones en la entrega de los terrenos necesarios, no solamente por los vecinos perjudicados, sino por la fuerte discusión que causó una nueva mutilación al histórico Cabildo. Debido a que la apertura derribaba tres arcos del lado izquierdo, y se perdía definitivamente la torre por temor a una caída, aunque ya había sido intervenido seriamente el Cabildo con un techo plano con balaustrada, y una torre “italianizada” (sic), obra de fines de los setenta de Pedro Benoit (h) Menos traumáticos fueron en los días posteriores al 25 de mayo de 1889, demoler la Casa de la Policía y fondos de trece manzanas. Se debió tirar abajo unos quince metros en cada fondo de las propiedades que daban al centro de las manzanas, reestructurar el conjunto, y rehacer las fachadas que daban hacia Rivadavia, o hacia la calle Victoria (Hoy Hipólito Yrigoyen), para que asomaran decorosamente sobre la avenida, y a escala de la misma. Un maravilla de la urbanística contemporánea. Al mismo tiempo se plantan los plátanos en las veredas, y elegantes círculos de hierro alrededor, y se colocan las luminarias en el medio de la ancha avenida, que lucía silenciosa al principio, salvo el golpeteo de los cascos de los carruajes –la única avenida que no conoció el tranvía por un petitorio de los comerciantes en 1909.
En 1890 ya se podía circular por varias cuadras pero el aspecto de los edificios cercenados, más la lentitud de los trabajos, seguían siendo motivo de fuertes críticas, y pedidos de juicios a los funcionarios públicos. Ese año se ponía la piedra fundamental del Palacio Municipal, que funciona donde estaba la policía, y que utilizó material de la demolida mansión Zuberbühler –antes este solar había pertenecido a un traficante de esclavos y fue cedido a San Martín por la campaña en Chile, quien nunca solicitó el terreno. También se fijaron adoquines de pinotea en la calle, caros e imprácticos, que rápidamente se reemplazaron por el nacional algarrobo; y que fue replicado en Londres, Roma y París, con calles que aún debajo del asfalto tienen madera argentina.
¡Tiren cohetes, que se viene la gran Apertura!
De los faroles que dividían las dos manos nada quedó, al igual que varios de los túneles que unían los cuartos ubicados en algunas esquinas. Por aquellos túneles de 2,3 metros de alto por 1,5, que corrían abovedados en paralelo a las fachadas, algunos de los edificios los utilizaron como una ampliación de los sótanos, en vez de su función pública proyectada, una rápida manera de instalación de cableado y cañería, y arreglos en general, muchísimo menos costoso que romper la vereda….También, a la manera londinense, esquinas y calzada albergaban mingitorios entre 1893 y 1923, que fueron muy útiles en los respiraderos necesarios de la Línea A de subterráneo, inaugurada en 1913.
Luego de sortear varios impedimentos, la Avenida de Mayo fue inaugurada el 9 de julio de 1894. Era intendente municipal Federico Pinedo -bisabuelo del senador Federico Pinedo- y presidente de la Nación, Luis Sáenz Peña. Relata Horacio Spinetto, que el “gran boulevard” en la víspera de la inauguración fue escenario de una marcha nocturna protagonizada por los obreros municipales que participaron de los trabajos. Cada uno de ellos llevaba una antorcha; la suma de éstas generaba una titilante plataforma de fuego, que era acompañada por bandas de música, entre el estruendo de bombas festivas y luces de bengala. Que se repitieron al día siguiente desde la Plaza Lorea. Después de unos meses donde predominaban aún los largos paredones, y seguía siendo burla de los principales medios, la construcción de los primeros edificios de corte academicista son testigos elocuentes de la influencia de la arquitectura francesa, y embellecieron definitivamente el entorno de la avenida. Uno de los primeros fue el edificio de la futura Gath & Chaves de la esquina de Perú en 1891, a pedido de la familia Ortiz Basualdo, aún en pie, y que en 1956 abriría en su planta baja, la tradicional London City. Debido a las nuevas técnicas que utilizaban el hormigón armado, y las vigas de hierro, las construcciones eran más altas y macizas en los albores del siglo XX; y cambiaron rotundamente la apariencia del antiguo centro colonial de la ciudad. Con el correr del tiempo no pudo sostenerse la rigurosidad estilística y la Avenida de Mayo terminó en un mosaico de estilos arquitectónicos, pero manteniendo algunos lineamientos, como por ejemplo la continuidad de los balcones. Se fijó una altura máxima de 24 metros pero el Concejo Deliberante libró una sospechada exención para la construcción del Pasaje Barolo, inaugurado en 1923 por el mismo arquitecto del Hotel Castelar, Mario Palanti, y que fue el punto más alto de la ciudad hasta la aparición del Kavanagh en 1935.
Si bien se inspiró en un diseño francés e inglés, toma un carácter más español en su espíritu, debido a la gran inmigración ibérica que se asentó en las proximidades, “lograr la definición de la Avenida de Mayo es un poco lograr la expresión de Buenos Aires en su relación intrínseca con España”, decía Ramón Gómez de la Serna en 1948, “Explicación de Buenos Aires”, “tiene algo de rambla catalana, de la calle de Alcalá y de la entrada de la Gran Vía…chocolates y churros a la salida de “La verbena de la Paloma” o “La revoltosa”, en La Armonía o en La Cosechera”, dos de los cafés históricos de la avenida central de Monserrat.
Cafés de Avenida de Mayo, quién puede decir que me fui, si siempre estuve
“A pesar de la lluvia, yo he salido/a tomar un café. Estoy sentado/bajo el toldo tirante y empapado/de este viejo Tortoni conocido”, en el poema de Baldomero Fernández de otra tarde más suya en el mítico café fundado en 1858, mucho antes que la apertura de la Avenida de Mayo, y que empezó teniendo entrada por Rivadavia en 1880. Sin embargo esa moderna avenida parecía predestinada a los antiguos cafés a la española, o más precisamente a la madrileña, porque el Almacén del Rey funcionaba en la Recova demolida desde 1769, al igual que el famoso revolucionario criollo Café de Marcos –o Mallco- La nueva avenida con alturas parisinas, en sus veredas hervía en sangre española, era un volver al futuro. Cuplés, tonadillas, habaneras y canciones de Madrid, se canturrearon por las mesas de los bares, confiterías y veredas en las primeras décadas, detallan Oscar Himschoot y Ricardo Ostuni, donde, además, era uno de los pocos espacios al aire libre destinados a tomar un café o un refresco en Buenos Aires.
Entre los más recordados de la bohemia porteña está La Cosechera, en el 625, y que era el lugar predilecto de Arlt, Barletta y buena parte de la izquierda intelectual. En tanto, que La Armonía servía el “mejor chocolate con churros” desde 1899, según Evaristo Carriego. O las cafés Iberia y Español, en la intersección con la calle Salta, que motivaba sillazos y botellazos con las novedades de la Guerra Civil Española. El último recuerdo de uno de los notables bares, la mayoría desaparecidos salvo excepciones honrosas como Los 36 billares, frente el Barolo, queda para el Parque Goal, a la altura del 1400, que vivió el canto de cisne de los payadores hasta 1930 –y que fue uno de los pocos solares de las expresiones musicales populares porque el tango estuvo prácticamente ausente de la vida cultural de Avenida de Mayo, salvo tal vez el Café Colón que contó con la orquesta de Julio de Caro pese a que estaba reservado “a los grandes concertistas extranjeros y las orquestas de señoritas…lugar de lujo y reacio al tango”
“Yo quisiera tener/ un kiosco en la Avenida,/bajo un plátano frondoso/y una ruidosa esquina/Y, filosóficamente,/ver cómo pasa la vida,/sin otra preocupación/que hojear libros y revistas,/con un ademán cansado,/con una vaga sonrisa/Hojas, más hojas de libros,/Hojas, más hojas de vida”, inmortalizaba Fernández Moreno a su querida Avenida de Mayo, esa que es parte de nuestro presente, y sorprende, enorgullece, con sólo saber mirar.
Fuentes: Spinetto, H. La Avenida de Mayo en revista Todo es Historia Nro. 333 Abril de 1995. Buenos Aires; Romay, F. El barrio de Monserrat. Buenos Aires: Cuadernos de Buenos Aires. 1971; Himschoot, O. Ostuni, R (VVAA) Buenos Aires. Los cafés. Buenos Aires: Librerías Turísticas. 1999; http://www.arcondebuenosaires.com.ar/calle_avenida-mayo.htm.
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.