Ser Argentino. Todo sobre Argentina

Argentina, el nombre de una quimera

Habría que esperar a mediados del siglo XIX para llamarmos argentinos. Un sustantivo a veces adjetivo, un gentilicio a veces sustantivo, que nació poético de la desilusión y el fracaso.

La trama de cómo llegamos a llamarnos argentinos encierra algunas pistas del camino recorrido en doscientos años. Aquel desmesurado poema de Martín del Barco Centenera, “Argentina y conquista del Río de la Plata, con otros acaecimientos de los Reynos del Peru, Tucuman, y estado del Brasil”, publicado en 1602 para ganar los favores del Rey de Portugal, quedó en el olvido hasta que los revolucionarios de Mayo lo reflotaron, en donde argentino podía desplazarse entre patria y porteño. En la despareja y truculenta crónica en verso del arcediano español deambulando por estos ríos, pampas y punas, “diversas aventuras y estrañezas, / prodigios, hambres, guerras y proezas”, se suceden traiciones, falta de solidaridad y diálogo, dislates y, sobre todo, codicia, “Que de hoy en adelante se dijese/Y nombrase Vizcaya el Argentino;/ ¡Mirad el ambición del Vizcayno! -en referencia a Juan de Garay, fundador de Santa Fe y, segunda, Buenos Aires- ”. Por décadas estos versos que dieron nombre a un país fueron materia de encubrimiento de las historias oficiales. Tal vez porque no es una épica ni una epopeya sino son pequeños hombres y mujeres que, frente al espanto de lo que solemos llamar Descubrimiento de América, recaen en el individualismo como única forma de supervivencia. Hacerse la América. Una alegoría moral, un sustrato espiritual temido por la Generación del 80, que uno de sus ideólogos, Sarmiento, acusaba en el polvo de la Historia, “¿Somos Nación? ¿Nación sin amalgama de materiales acumulados, sin ajuste ni cimiento? ¿Argentinos? Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de ello?” Don Centenera, la voz de una empresa fallida, de un desastre anunciado, da cuenta de ello.

Para cuando Barco Centenera se decide a empezar las líneas que recuerden casi un cuarto de siglo en este “extraño y maravilloso”, nada agradable sino amenazador, las fábulas de reinos perdidos y seres bestiales, contaminados de indios, encendían las mentes de principios del siglo XVII. "La Araucana", de Alonso de Ercilla, el poema épico que narra la lucha entre españoles y araucanos o mapuches, llevaba varias ediciones; incluso nuestro autor lo nombra, habiéndolo conocido a de Ercilla en Lima. Sin embargo Don Martín no era un poeta y soldado afamado sino un vicario de baja estofa que retornaba a Europa, más pobre de cómo había partido, y con un único capital, la memoria. Martín Barco de Centenera o Martín del Barco Centenera, nacido en el pueblo extremeño de Logrosán en 1544, acompañó al Tercer Adelantado Juan Ortiz de Zárate en su viaje al Río de la Plata, en 1572. Para muchos la peor de las expediciones españolas por el nivel de codicia e inhumanidad del contingente, empezando por el avieso Ortiz de Zárate, y siguiendo por “todas la escoria de España” que venía en carabelas; en parte explicado en que ya se sabía de las dificultades y peligros para los invasores desde el Brasil al Río de la Plata, y que no estaban compensadas por ningún reino de oro y plata. Barco Centenera sobrevive angustiosamente en Asunción, tras una travesía infernal en el Brasil, acompaña a Garay a la segunda fundación de Buenos Aires, y consigue un puesto de Vicario en el Alto Perú, del cual sería despojado por la Inquisición. Consigue volver a España en 1594, con un nuevo paso por Buenos Aires y Asunción. Tampoco en al reino de Felipe III, el Piadoso, el impulsor de la Pax Hispánica y protector de los artistas del Siglo de Oro, tuvo espacio ni reconocimientos, y terminaría nuestro dador del nombre patrio abatido en la falda de la corte portuguesa.

“He escrito, pues, aunque en estilo poco pulido y menos limado, este libro, á quien intitulo y nombro Argentina, tomando el nombre del subjecto principal que es el Rio de la Plata; para que V. E., si acaso pudiera tener algun rato como que hurtado à los necesidades”, en el prólogo del canónigo dirigido al Virrey, Gobernador y Capitán General de Portugal, Marqués Castel Rodrigo, el 10 de mayo de 1601, en la primera mención a esta región del mundo como Argentina. Era ya un vocablo conocido entre los conquistadores porque la plata, el metal, es en latín argentum, que los adelantados buscaban afanosamente entrando por el Río de la Plata, aquellas minas ricas en piedras y metales preciosos. Y el codiciado argentum terminó dándole nombre a este territorio aunque careciera, en los hechos, de minas de plata. Pero pasarían tres largos siglos para que sea reemplazado el “rioplatense” por el argentino, primero rescatado por José Manuel Lavardén en “Oda al Paraná”, mención a las “sencillas ninfas argentinas” imaginadas por Barco Centenera, publicación en nuestro primer periódico, el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata, abril de 1801. Más tarde sería Vicente López y Planes en el “Triunfo Argentino” de 1807, en homenaje a las victorias sobre los británicos -aquí porteño no es muy diferente a argentino-, y claro, el “Himno Nacional Argentino” de 1813. Sin embargo, fueron Bernardino Rivadavia, con la impopular constitución unitaria de 1826, y Juan Manuel de Rosas, el tirano federal y rico terrateniente, que impusieron República Argentina. Sin una ficción orientadora como en Estados Unidos, los americanos, hubo aquí un territorio indómito sin voluntad común, inefable, jibarizado en múltilpes cabildos de celosa autonomía, al que tuvo que inventarse desde arriba una identidad, luego de la Independencia.  Este pasaje de lo colonial a lo nacional, que repercute todavía más de lo que se cree, lo explica Nicolás Shumway, “la palabra Argentina señala una paradoja: el país fue bautizado por la plata, mineral que no tenía, mientras lo que sí tenía en abundancia, un fabuloso potencial agrícola, quedó ignorado durante casi cuatro siglos” Verás que todo es mentira, silbaba Discepolín.

 “Derrotero y viaje a España y a las Indias”, de Ulrico Schmidl (1567), “Comentarios” de Álvar Núñez Cabeza de Vaca (1555) ,  “Romance elegíaco” de Fray Luis de Miranda (1541-1545?)”, el posterior “La Argentina” de Ruy Díaz de Guzmán (1612), más el mencionado de Ercilla, componen con el libro del de Barco Centenera la constelación de primeros textos de inspiración americana. Lo que distingue a “Argentina y conquista del Río de la Plata”  en sus diez mil versos, dividido en veinticinco cantos, es que en su “De nuestro río Argentino y su grandeza/tratar quiero en el canto venidero”, además de primerear en cómo llamar a la región bañada por la Cuenca del Plata, no alaba ninguna gesta, ninguna acción heroica, ninguna obra de civilización. Lo contrario.

“Poblando con soberbia y fuerte mano”

“Lo ilusorio de un señuelo ofrecido al conquistador en tierras que no son otra cosa que un tránsito hacia una vana meta, y en la cual viven tribus fantasmales por lo desorganizadas y dispersas en las soledades inmensas”, es una de las descripciones de Ricardo Rojas, que ubica a los poemas del español en la historia de la literatura argentina. Y lo ubica con desgano, no sabiendo cómo calificar un verso que navega entre la crónica y la literatura, que sería una primera vida crítica del texto, presente en la reconstrucción histórica de “La novia hereje” (1854) de Vicente Fidel López. “Un poema épico muy formal, muy aconsonantado, aburrídisimo”, en la óptica de César Fernández Moreno y H.J. Becco para un tardío 1968. Recién a fines del siglo pasado, y en los trabajos pioneros de Emi Aragón Barra, Silvia Tieffemberg y Rosalba Campra, ocurre una revalorización en términos novedosos, dismitificadores de los dorados escudos de los cuadros de los adelantados: la voz desflequeda y lamentada de un proyecto ruinoso y vil llamado Conquista de América con nombres y apellidos.

Las diatribas a los conquistadores se siembran en toda el poema. Centenera llama salteador a Pedro de Mendoza por el saqueo de Roma, y recuerda su enfermedad, "el morbo que de Galia tiene nombre". Muestra al desnudo la indisciplina y codicia de Ortiz de Zárate, el inmoral de Diego de Mendieta, la soberbia de Juan de Garay, el talante intrigante del Virrey Toledo, la ambición desmedida de Hernando de Lerma; las miserias políticas del mundo colonial, la crueldad de los capitanes, la falta de fe de algunos clérigos. Nada bueno en poema que nombre una Nación y donde lo cotidiano es el horror y la incomprensión “El caso con dolor es celebrado/La causa dèste mal y desconcierto/Los mas dicen Garay haber causado…con una soberbia cruel, maligna,/ encumbra su negocio hasta el techo” comenta de quien, de todos modos, reconoce el más capaz, Don Juan, al menos en su competencia militar y el hálito fundador de ciudades y sociedades, “y pobre del que él hiere con su mano” Durante el verso en suma no existen los héroes, no nacieron los criollos San Martín o Belgrano, y abundan los mendaces europeos intemperantes, lujuriosos y ávidos de beneficios y rapiña. Una lectura atenta del extenso llanto de Barco Centenera, tal cual sugiere Tieffemberg, deja en claro que en la conquista, y sus derrotas, los enemigos no fueron los pueblos originarios sino los mismos adelantados y la turba detrás de ellos.

“Garay el rio arriba se ha tornado,/Y puebla á Santa Fé ciudad famosa:/La gente que está en torno ha conquistado, /Que es de ànimo costante y belicosa./Los Argentinos mozos han probado/Allì su fuerza brava y rigurosa,/Poblando con soberbia y fuerte mano”, presencia el arcediano la llegada de los asunceños y pocos españoles, garrote en mano, a las costas bañadas por el Río de la Plata.Curiosamente cambia el canónigo a lo largo de los miles de versos la palabra conquistar por poblar, dando puerta también a que en ese punto, sabido de la ausencia de tesoros, debían conformarse con fijar dominio de tierras y hombres.

Finalmente reluce, y justifica el olvido de los primeros analistas de un poema nada menos que nombra a la República, es que no hay grandes batallas, no hay ninguna Troya cual sería el modelo homérico. En cambio, descontando el gran enemigo que es el hambre, en medio de la abundancia, los españoles de cualquier casta detestaban el trabajo manual, lo que aparece son los traiciones, las injusticias y los tormentos entre los mismos europeos. Otra cuestión, invisible en los escritos analíticos de este poema hasta finales del siglo pasado, es el papel relevante de las mujeres en el Nuevo Mundo. Es el caso de Ana, una mujer que vende su cuerpo por una cabeza de pescado, en lucha contra el hambre, o el de doña Elvira, cuyo marido, Ruy Díaz de Melgarejo la asesina por adúltera. Barco Centenera presta especial atención a los casos protagonizados por mujeres, tanto indias como españolas, a quienes presenta con voz propia, adelantado a su tiempo.

Los codiciosos, traidores y asesinos se encuentran en ambas culturas, ambos sexos, sin juicio de valor al respecto. Otra vez, adelantado a su tiempo. En esto, el texto de Barco Centenera, imbuído en el humanismo, es un precursor de una mirada distinta a los pueblos que fueron descubiertos por el Viejo Continente ¿o fue al revés?

"¿Porqué has muerto al Señor de la montaña?"

“Del indio Chiriguana (guaraní) encarnizado/En carne humana, orìgen canto solo./ Por descubrir el ser tan olvidado/Del Argentino reino, ¡gran Apolo!/Envìame del monte consagrado/Ayuda con que pueda aquí, sin dolo,/Al mundo publicar, en nueva historia, / De cosas admirables la memoria”, es de las primeras referencias de una tierra siniestra, salvaje, caníbal, “el mundo tenga entera noticia y verdadera relacion del Rio de la Plata, cuyas provincias son tan grandes, con gentes tan belicosas, animales y fieras tan bravas, aves tan diferentes, víboras y serpientes que han tenido con hombres conflicto y pelea, peces de humana forma, y cosas tan exquisitas, que dejan en éxtasis à los ánimos” Pero a medida que avanza la trama, y Barco Centenera viaja por Brasil y Paraguay, el litoral y la Puna argentina, y arriba al Perú, el disvalor cede a una mirada comprensiva, en particular, de los nativos. Esto ya lo había señalado José María Gutiérrez en su “Escritores coloniales americanos” (1870), una serie de artículos que no merecieron la atención hasta el presente. Allí, si bien no se despega de los preceptos racistas de su Generación, realiza una desapasionada relectura de Barco Centenera, poniendo en relieve que los nativos sostenían una pelea defensiva, y adjudica a los caciques honor y valentía que carecían los conquistadores. "Los charrúas pueden llamarse también los Araucanos del Plata; menos numerosos que éstos sucumbieron mientras que aquellos aún resisten y obtendrán al fin justicia tomando la parte que les corresponde en el banquete de la civilización. Y esta pariedad resulta en la Argentina sin que lo advierta el mismo autor, porque si hay en su poema estrofas que en algo se aproximan a las bellísimas de Ercilla son aquellas en que describe a los valientes con quienes Zárate tuvo los primeros encuentros", en un elogio inusual y subterráneo de Gutiérrez, una de las voces de Civilización y Barbarie “Los unos y los otros allegaron/Al puerto Buenos Aires, y poblaron./El guaraní penoso està mirando/La cosa como pasa, y determina/En èl, pasado tiempo, imaginando/El pueblo deshacer con cruda ruina”, señala el humanista Barco Centenera, proyectando que en un futuro con grietas, pueblos marginados de un orden avasallador, soplan vientos de matanzas y falta de entendimiento. "¿Porqué has muerto al Señor de la montaña?" preguntaban los nativos brasileños a un bárbaro español que mataba  sin razón, miedoso, a un mono venerado, reproduce Barco Centenera.

Caben más entradas en un poema desmesurado, de allí su renovado interés, por el ejemplo las maravillas que describe (¡encuenta sirenas en el Paraná!), una ficción que anticipa el realismo mágico -tesoros fantásticos a falta de reales-, o la pelea de todos contra todos en los mismos primeros pasos de los americanos, con hermanos que se comen unos a otros “De nuestro río argentino y su grandeza/tratar quiero en el canto venidero,/de sus islas y bosques y belleza/epílogo haré muy verdadero./Ninguno en lo leer tenga pereza,/que espero dar en él placer entero/de cosas apacibles y graciosas/y dignas de tenerse por curiosas”, resuena en los cantos menos sombríos, donde el improvisado poeta, autor de una sola obra, otorga al esforzado lector un poco de respiro. Y esperanza. La misma trama confusa y abierta de “Argentina y conquista del Río de la Plata” de Martín del Barco Centenera ayuda a pensar que quedan huecos, que no todo está dicho, que la palabra hegemónica de cinco siglos puede resultar quebrada; una intención que trasluce aquel desbocado poema por momentos grotesco y extrañamente contemporáneo. A veces usamos argentino como sustantivo, otros como adjetivo, ocurre en el mismo canto patrio, y, en los últimas épocas, aparece como verbo y pierde el artículo, siendo menos taxativo, más maleable, menos imponente, más indefinido. Aún vale la pregunta de Sarmiento y eso de inventar la Argentina.

 

 

Fuentes: Del Barco Centenera, M. Argentina y Conquista del Río de la Plata [1602]. Ed. Silvia Tieffemberg. Universidad de Buenos Aires: Instituto de Literatura Hispanoamericana, 1998; Aldao, M. I. De sirenas, gigantes y apariciones: maravilla y monstruosidaden Argentina y Conquista del Río de la Plata (1602) de Martín del Barco Centenera en Badebec - VOL. 3 N° 6 (Marzo 2014). Buenos Aires; Maturo, G. La doble lectura de la Argentina de Martín del Barco Centenera en Juan María Gutiérrez en www.cehsf.ceride.gov.ar; Campra, R. Crónica de un encubrimiento: la Argentina de Martín del Barco Centenera en “Atípicos en la Literatura Argentina” Buenos Aires: CBC-UBA. 1997.

 

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