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Alto puesto, alto riesgo: atentados a presidentes argentinos

En 50 años atentaron seis veces contra el primer mandatario. Desde Sarmiento hasta Yrigoyen, la violencia política estuvo a punto de cambiar el rumbo de los argentinos.

¿Qué hubiera ocurrido si Sarmiento era ultimado en Corrientes y Maipú en 1873? ¿Sería Avellaneda el próximo presidente, camino a la federalización porteña, o un improbable general Roca, todavía no mudada la piel en El Zorro ladino que dominaría un país? O, si Mandrini asesinaba a Victorino de la Plaza en los festejos del Centenario de la Independencia, ¿los conservadores hubiesen cedido el bastón a Hipólito Yrigoyen el 12 de octubre de 1916? Y, para cerrar el círculo de los intentos de magnicidios argentinos, y sin contar la “máquina infernal” que casi vuela por los aires a Rosas ni el salvaje asesinato de Urquiza, ¿los balazos mortales a Yrigoyen en 1929 impulsarían el levantamiento del Klan Radical en armas? ¿Y qué pasaría con los golpistas del 30? ¿hubiese surgido el peronismo? Complejo determinar un cambio de fichas en el tablero, y las posibles combinaciones entre peones, alfiles y reinas. Queda como interesante ejercicio contrafáctico, una práctica de los historiadores que buscan respuestas alternativas, y en una mirada global, una trama poco conocida de la violencia política de la “Paz y Administración” que supuestamente precedió a la Década Infame. Presidentes argentinos estuvieron a punto de perder la vida en sintonía a las luchas políticas de cada momento, primero por la Organización Nacional, luego en la conflictividad social combustionada en la militancia anarquista.

El primero fue Sarmiento, el último Yrigoyen. Y en el medio hubo más intentos que incluso hicieron que un presidente argentino brindara el discurso de apertura de sesiones legislativas nacionales manchado de sangre. Era Julio Argentino Roca “Un accidente imprevisto me priva de la satisfacción de leer mi último mensaje que como presidente dirijo al Congreso de mi país”, arrancaba 10 de mayo de 1886, en un año clave porque dejaría en el poder a regañadientes en su concuñado Juárez Celman, uno de los responsables del descalabro económico de 1890, “Hace un momento, sin duda un loco, al entrar al Congreso, me ha herido en la frente no sé con qué arma”, cerraba El Zorro, quien fue curado en la secretaría de la Cámara de Diputados -que funcionaba frente a la Casa Rosada- por el ministro Eduardo Wilde. Todo ocurrió cuando el presidente Roca cruzaba la calle, con la banda militar que interpretaba la Marcha de Ituzaingó, y el correntino Ignacio Monjes se arrojó piedra en mano contra la cabeza del mandatario. Pudo dar el primer golpe, que causó una herida profunda en el parietal, y cuando iba por el remate entre Carlos Pellegrini y David Arguello lograron reducir al atacante “Por considerarlo responsable de la situación política, que era insoportable hace un año y medio, y con la intención de salvar a la Patria, cuya libertad ambicionaba” fue el descargo de Monjes, que había actuado en la Guerra contra el Paraguay y en el aplastamiento de jordanismo en el Litoral, y que era parte de una corriente opositora dentro del liberalismo correntino al omnímodo autonomismo roquista. Fue condenado a diez años de prisión -y no veinte como dicen los algunos biógrafos de Roca, con la mención del indulto del archienemigo Juárez Celman- aunque contó del apoyo popular debido a su situación de epiléptico. Unos años después nuevamente intentarían asesinar a Roca, esta vez cumpliendo de ministro de Pellegrini. Para aquellos curiosos, la piedra y la banda ensangrentada se exhibían en el Museo Histórico Nacional.

1905 tampoco fue un año tranquilo, con la revolución radical del 4 de febrero frustrada, que impulsaba el sufragio universal entre otras agendas, y la tensión por la aplicación de la Ley de Residencia, o Ley Cané, que justificaba la persecución y expulsión de “elementos disolventes”, en los albores del movimiento obrero. A las dos de la tarde del 14 de agosto marchaba por la calle Santa Fe la cupé del presidente Quintana. Atravesando la Plaza San Martín se abalanza Salvador Planas y Virella esgrimiendo un arma que no funciona y sale corriendo hacia Esmeralda, donde lo intercepta el jefe de la custodia, el comisario Felipe Pereyra. Planas y Virella confesó que  “había acariciado desde el martes anterior la idea de eliminar al presidente de la República, por considerarlo culpable como Jefe de Estado del malestar del obrero ”, y manifestó ser anarquista. La pesquisa determinó la falla en el mal estado de las balas del Smith Wesson de calibre 38. Eran tiempo violentos en el mundo entero además, también habían atentado contra el presidente francés, y el director de la Penitenciaria Nacional, Antonio Ballvé, había solicitado tiempo atrás un refuerzo de la custodia presidencial.  Fue condenado este tipógrafo catalán a trece años de cárcel en la Penitenciaria Nacional -en el actual Parque Las Heras- aunque sólo cumplió cinco porque fugó con otro compañero anarquista, y otro agresor presidencial, en abril de 1911. 

Su compañero en la fuga fue el salteño Francisco Solano Rejis, que también aseguró atentar el 28 de febrero de 1907 contra el primer magistrado Figueroa Alcorta debido a la “opresión de las clases trabajadoras” e, idem, falló por un artefacto defectuoso, ahora una bomba. Ninguno de los dos pudo ser recapturado.

El anteúltimo presidente argentino que sufrió un atentado fue Victorino de la Plaza,  un 9 de julio de 1916 “¡Viva la anarquía!” testimoniaron los testigos que gritó Juan Mandrini, mientras disparaba con pésima puntería contra el palco presidencial. Este porteño frentista estaba indignado por el fusilamiento de Giovanni Lauro y Francisco Salvatto, la última vez que se aplicó la pena de muerte en Argentina según el Código Civil de 1886. Ellos habían sido sicarios de una adinerada familia y que no recibió la misma pena en el famoso caso Livingston de 1914. A raíz de comprobados problemas mentales del imputado, la justicia dictaminó sólo un año y medio de prisión, “ese loco merece que lo condenen, por mal tirador”, aseguró de la Plaza ¿Si ese disparo en vez de la moldura hubiese impactado en el corazón del presidente, Yrigoyen asumiría ese mismo año como el primer presidente de todos los argentinos?

 

El trabuco de los Guerri

“Es sabido que Sarmiento es una figura polémica. Sus escritos contra Rosas en los años 40 y sus discusiones con otros pensadores como Alberdi, son hechos que lo ubican en el centro de grandes debates. Desde que asumió la presidencia en 1868, viene enfrentando los violentos ataques de los partidarios del ex Presidente Bartolomé Mitre. Además, ha tenido que afrontar problemas con distintas provincias. Pero hasta ahora, nadie había intentado atentar directamente contra su vida. Es más, es la primera vez  que alguien buscar asesinar abiertamente a un presidente argentino”, reflexionaban en la prensa de la época  tras los sucesos del 23 de agosto de 1873 (algunos historiadores ubican el hecho el 28) Al resumen noticioso de los enemigos del “Loco” Sarmiento faltaba agregar al caudillo López Jordán, autor intelectual del asesinato de Urquiza, y que se sublevó dos veces contra el Estado Nacional. Todos estos vectores convergieron una tarde de julio en La Boca donde se tramó el golpe por diez mil pesos, una fortuna que correspondía a la magnitud del asesinado, el presidente Sarmiento. Sabiendo el recorrido sin escoltas, Francisco y Pedro Guerri y Luis Casimir, inmigrantes italianos que habían sido contratados por Aquiles Sesabrugo, esperaban en la esquina de Maipú y Corrientes con un trabuco, y balas y puñales envenenados con sulfato de estricnina. Apenas divisan el carro presidencial a las 20,  Francisco abre fuego pero el trabuco explota en la mano por exceso de pólvora (de allí la vieja frase cuyana “peor que el trabuco de los Guerri”)  A todo esto Sarmiento, con una sordera en aumento, nunca se enteró de la estampida y llega tranquilamente a la casa de Dalmacio Vélez Sarsfield -y su hija, amante del presidente, Aurelia- en la calle Cangallo. Anoticiado del apresamiento del atacante sólo atina a preguntar “¿Y ellos me conocían?” y continúa su trabajo en un momento complejo, solitario en el poder, y preparando la sucesión presidencial a favor de Avellaneda. El oficial inspector Floro Latorre reduce a los atacantes escondidos en una casa de Corrientes 145, y unos días después confiesan la participación Sesabrugo, que había fugado al Uruguay. Allí encuentra la muerte supuestamente por el doctor jordanista Carlos Querencio pero deja unos comprometedores papeles, y que son recogidos por el comisario Ireneo Miguens. Inmediatamente emprende el regreso este oficial a Buenos Aires pero su barco “La Porteña” es interceptado por jordanistas, al mando de Luis Bergara, en pleno Río de la Plata, y Miguens liberado a condición de nunca revelar la información. Los papeles con los autores intelectuales del intento de magnicidio desaparecieron en el Río Uruguay.

Sentenciados a veinte años Francisco Guerri, y quince  Pedro Guerri (sin relación filial) y Casimir, solamente este último cumplió la totalidad de la condena porque Pedro fallecería en la cárcel en abril de 1883,  y Francisco sería indultado por Juárez Celman en 1890. Como cierre de la historia novelesca del primer atentado a un presidente argentino, a los nueve años los Guerri escriben a Sarmiento solicitando interceda ante la justicia para conmutar la pena, que “habían sido seducidos y dominados por un criminal” y que actuaron “como unos pobres locos extraviados” El Padre del Aula de América ignoró el pedido de clemencia. En 1889, a unas pocas cuadras del atentado de 1873, sería asesinado a balazos López Jordán.

 

Un susto Peludo

A fines de 1929 la Argentina era un hervidero. Intervenciones federales en Mendoza y San Juan, asesinato de opositores políticos, el mendocino Carlos Lencina, y tomas de facultades nacionales, confluían en un diciembre caliente. El presidente Yrigoyen se encontraba acorralado por un congreso adverso, y una prensa injuriosa, pese a que el país sobrellevaba el crack del 29 de manera airosa. Incluso hubo ciertas mejoras sociales, y se avanzaba con proyectos de largo alcance nacionalistas, como el petróleo. Pero el machaque de una supuesta senilidad, y los datos ciertos de un verticalismo del presidente que obstaculizaba la gestión, socavaban el poder en el inexorable paso  hacia el golpe militar. Y para terminar el año, un 24 de diciembre a las 13.30 disparan sobre su coche en la calle Brasil, cuando salía a trabajar como todos los días desde su humilde casa hacia la Casa Rosada, sin importar los feriados ni los fines de semana. A metros del cruce con la calle Tacuarí, Gualterio Marinelli, un mecánico dental italiano de lejanos antecedentes ácratas, dispara tres veces del lado de Yrigoyen. El chofer Eudosio Giffi acelera a fondo y dobla por Piedras raudamente. La custodia en el mismo auto, adelante, subcomisario Alfredo Piccia, recibe un disparo en el abdomen, y abre fuego contra el atacante. En simultáneo disparan el agente Carlos Sicilia, y el resto de los policías, que vigilaban las inmediaciones debido a los persistentes rumores de atentado.  Marinelli muere acribillado no sin antes herir en una pierna a Sicilia.  Yrigoyen vuelve a la comisaría a contemplar el cadáver y, supuestamente, exclama “¡Y yo que nunca hice mal a nadie!” Luego pasa por el hospital a felicitar a los policías heridos. En días posteriores circula la versión en la prensa que el atacante estaba aferrado a una carta donde pedía por un médico, de un hospital público, injustamente exonerado por vínculos sindicales. También se conoce que al agresor había vendido sus bienes a favor de la familia, y practicado tiro con su revólver de cinco tiros calibre 32, Iver Johnson´s.

Unos meses después el gremio de mecánicos dentales, en un homenaje en la Chacarita en honor a Marinelli, socio fundador de la asociación, exclaman, “A Gualterio Marinelli, Vox populi, Vox Dei, ¡Salve!” “El revólver no le ha herido en la carne pero sí en el alma” diría Manuel Gálvez sobre un sentimiento de pesimismo generalizado, en el presidente Yrigoyen y su pueblo, y que presagiaba el fatídico 6 de septiembre de 1930, el quiebre de la democracia argentina.                             

 

 

Fuentes: Rodríguez, A. E. El peligroso oficio de Presidente en revista Todo es Historia Año II Nro. 18 Octubre 1968. Buenos Aires; Luna, F. Soy Roca. Buenos Aires: Planeta; 1989; Chávez, F. Historia del país de los argentinos. Buenos Aires: Theoría. 1977; García Hamilton, J. Cuyano alborotador. La vida de Domingo Faustino Sarmiento. Buenos Aires: Sudamericana. 1997

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