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Alférez Sobral: el primer argentino en la Antártida

Pionero compatriota que invernó en la Antártida Argentina, José María Sobral también fue de los primeros en comprender el Destino Blanco del país.

Hasta bien entrados los años sesenta, el alférez José María Sobral era un perfecto desconocido, quien en febrero de 1902 se convirtió en el primer argentino registrado en pisar la Antártida y pasar dos largos años. Sólo su fallecimiento revivió una trayectoria, que si bien es sabida de oído, resta una mayor dimensión de quién fue también el primer geológo universitario, y una de las máximas autoridades en petróleo. O un hombre que en un temprano 1920 propugnaba solitario inversiones hidroeléctricas no contaminantes, antes que la búsqueda de otras fuentes de energías no renovables. O que fue un defensor acérrimo de los recursos estratégicos argentinos desde su puesto en la Dirección Nacional de Minas, Geología e Hidrología. Es cierto que la hazaña del novecientos le proveyó de una fama rutilante momentánea pero también fue una carga debido a que sólo se alabó el aspecto anecdótico, y no la importancia de la expansión científica  y ocupación efectiva del Continente Blanco por los argentinos. Tal es así que la negativa Armada Argentina de una licencia sin goce de sueldo por estudios fuerzan a Sobral a una sentida baja del arma en diciembre de 1904, y la mediocridad y envidia prosiguió en el tiempo, cuando al alférez se retiró en 1935, y la fuerza negó su jubilación de los dos años de la gesta antártida porque no estuvo “embarcado”.

Sobral sería “embarcado” en una de las mayores misiones de la Armada nacional. Los congresos de geografía de fin del ochocientos apuntaban a las últimos confines por explorar, el aún indómito Polo Sur. Varios países iniciaron la “Edad Heroica” de la conquista del denominado Desierto Blanco y Suecia, con una vasta tradición de marinos y científicos, aspiraba a llegar al Polo geográfico en una expedición terrestre. Con financiamiento mayormente privado arriba a Buenos Aires en diciembre de 1901 el Antarctic bajo el mando de Otto Nordenskjöld, un minerólogo y geólogo que ya había trabajado en Tierra del Fuego en 1895. Rápidamente el Perito Moreno y el teniente Horacio Ballvé, que trabajaban en el reconocimiento científico del Sur -y en las peliguadas cuestiones territoriales que casi llevan a una guerra con Chile el año anterior-, advierten al presidente Roca de la importancia geopolítica de incluir un representante nacional en la tripulación. Para ellos escogen al alférez José María Sobral, un joven de 21 años que recién salido de la Escuela Naval, tenía una aquilatada experiencia, entre ellas el primer viaje de la Fragata Sarmiento en 1899. Para Sobral, nacido el 14 de abril de 1880 en Gualeguaychú, Entre Ríos, hijos de vascos, era la oportunidad perfecta de cumplir sus sueños de aventuras y exploración a la manera de las novelas de Emilio Salgari. Lo había recomendado el capitán de navío Betbeder, que  conocía sus saberes en oceanografía y sus condiciones de operador,  y contó con el beneplácito de los ministros de Roca pero, en principio, no era del agrado de Nordenskjöld. Todo se destrabó apenas pisó cubierta el alférez, “El 17 de diciembre, por la mañana, vi por primera vez al entonces subteniente don José M. Sobral. Me pareció tan sencillo, tan simpático, tan entusiasta y tan valiente, que dejando de lado todas mis vacilaciones, me decidí a admitirlo definitivamente, y el mismo día quedó arreglada la cuestión”, diría el científico más tarde, en una relación de admiración mútua que duraría décadas, ambos compartirían estudios y conferencias. 

Finalmente zarparon el 21 de diciembre de 1901 hacia lo desconocido, aunque deberion superar una huelga portuaria que casi arruina la pomposa partida. La tripulación del Antarctic estaba conformada por suecos y noruegos. El grupo que invernaría en la península antártica se integró por el doctor Nordenskjöld como jefe de la expedición; Gosta Bodman, meteorólogo; Carl Skottsberg, botánico; K. A. Andersson, oceanógrafo; Axel Ohlin, zoologo; S. Ekelof, doctor y S.A. Duse, cartógrafo. Y un argentino, el alférez Sobral. Recalaron en Puerto Argentino y en la Isla de Año Nuevo para calibrar aparatos y sumar provisiones y perros, y el 15 de enero navegaban aguas argentinas en el mar de Weddell, “Llamé a Stokes -un pintor norteamericano, embarcado también en Buenos Aires, y que dejó pinturas y fotos de notable valor histórico-  para que trasladar al lienzo aquel hermosísimo panorama, admirable en su conjunto y en sus detalles, pero pensé que esos son tonos que el más hábil pintor no puede reproducir; son tonos tan llenos de belleza y de armonía, que yo deseaba en esos momentos ser poeta, para cantar himnos de alabanza a esa naturaleza que tan profusamente engalanada se presentaba en aquellos desiertos helados; deseaba ser músico, para buscar acordes melodiosos comparable en su armonía al inimitable cuadro que tenía”, acotaba en su diario de la primera vista a la Antártida.

 

Dos años de soledad

El 14 de febrero de 1902 Nordenskjöld y Sobral desembarcan en la Isla Colina Nevada (Snow Hill) y permanecieron durante todo el invierno efectuando observaciones meteorológicas, trabajos de biología y diversos reconocimientos geológicos. Sobral era el encargado del registro de la magnetrónomos e instrumentos meteorólogicos en jornadas extenuantes, para las cuales no estaba bien equipado, “Los guantes que hasta ahora he usado son como casi todo mi equipo absolutamente inadecuados para este clima y como en estos días se proyecta una excursión en trineo, he tenido que fabricar unos que respondan de mejor manera a las exigencias del frió. Para eso los he confeccionado de piel de guanaco, forrándolos después con lona de vela, creo que sino son de lo mejor podré pasar con ellos más o menos bien", anotaba en su diario, el primer registro argentino de la vida en la Antártida.

El refugio tenía el diseño de las tradicionales cabañas suecas, las paredes eran dobles, formadas por tablas de media pulgada de espesor y su exterior, al igual que el techo estaba recubierto de cartón embreado. Podía albergar cómodamente a las seis personas que conformaban la expedición y les protegía de las inclemencias del clima antártico; este tipo de cabaña ya había sido utilizado con excelentes resultados en las invernadas de Groenlandia. Y sin embargo, “en todas partes de la casa, a pesar de los dobles muros y los forros de papel, imperaba la humedad; en los días fríos, sobre la pared hasta unos quince centímetros del suelo, se adhería una gruesa masa de hielo. En las noches se hacía necesario dormir dentro de un saco totalmente vestido”, acotaba mientras los días se hacían semanas, las semanas meses y, finalmente dos años. Ellos no sabían que el Antartic, barco previsto para el retorno, se había hundido y su tripulación sobrevivía penosamente intentando hacer contacto con ellos. Algo que ocurrió milagrosamente cuando prosiguiendo con el reconocimiento del territorrio -una de las costas argentinas se llama Nordenskjöld-, el 12 de octubre de 1903 se topan en la isla del Diablo con sobrevivientes del naufragio. Y los milagros no terminarían allí porque cuando la Coberta ARA Uruguay llega en la célebre misión de rescate, sin saber dónde podrían estar vivos -o muertos-, encuentran los primeros días de noviembre en la isla Seymour -hoy Marambio- un cartel “Andersson - Sobral octubre 1903''

“Yo quisiera volver por varios años a internarme en las regiones heladas”, escribiría a mediados de los cuarenta, en un momento que solicitó al gobierno retornar con todos sus conocimientos científicos, y experiencias polares, a trabajar en Cerro Nevado, “Yo quisiera volver a oír en aquel silencio de muerte el ruido del ventisquero, el silbido del viento y de la nieve por los flancos de la tienda; quisiera tener que refregarme las manos con nieve para volverlas a la vida, y a marchar al costado de un trineo tirado por veinte perros a plantar el pabellón de la patria más allá del paralelo 80”, remataría. Nunca Sobral puedo volver a su querida Antártida.

 

Amargo retorno para un patriota

En diciembre de 1904 Sobral es dado de bajo de la Marina. Había pasado un año exacto que fue recibido en andas, tapas y notas en diarios y revistas, felicitaciones del presidente Roca, y ahora se iba a Suecia por la puerta de atrás ¿Qué pasó? Sobral pensó adelantado a su época que la carrera militar debía fundirse con la preparación científica, tal vez estimulado por las largas horas rodeado de naturaleza por descubrir, tal vez porque sabía que la soberanía se ejerce con herramientas. Pero la Armada no pensaba lo mismo y, ante la disyuntiva de estudiar becado filosofía y geología en la famosa Universidad de Uppsala, con tristeza deja una prometedora carrera militar, Sobral, el primer argentino que vivió y estudió la Antártida Argentina. Doctorado con honores en Suecia decide emprender el regreso a su patria con el fin de aplicar sus conocimientos, el primer geólogo universitario. Ingresa en la flamante Dirección Nacional de Minas, Geología e Hidrología en un cargo menor y rápidamente destaca en campañas en Misiones (allí se hace amigo de Horacio Quiroga), La Rioja y Mendoza. El presidente Alvear lo nombre director, y Sobral impulsa la primera ley de minería, y el presidente Yrigoyen lo incluye en los planes petroleros nacionales del general Mosconi, Sobral una eminencia en petrología. Con el golpe de 1930 es exonerado, bajo falsos cargos administrativos, y nombrado cónsul en Noruega (sic)

Volvió en 1932 para trabajar en Yacimientos Petrolíferos Fiscales y se jubiló en 1935. Cuenta su biógrafo Destéfani que cuando narraba sus aventuras polares, a sus compañeros de oficina, pocos creían que ese hombre dijiera la verdad.  Una vez retirado, “mi padre se dedica a recorrer el país haciendo estudios geológicos y dando conferencias sobre esos temas. Yo lo acompañaba siempre, era como su asistente personal. Le llevaba las diapositivas, los mapas, las carpetas. Siempre me decía que a la Antártida había que ocuparla de manera pacífica”, recordaba su hijo Alvar en diarioelargentino.com.ar en 2009.

El doctor José María Sobral escribió varios libros de urgente actualidad, entre otros, “El futuro de nuestra Armada”, “Problemas de los Andes Australes”,”Sobre cambios geográficos”, “La Frontera Argentino-Chilena en el Canal de Beagle” y “Dos años entre los hielos”. En 1930  fue declarado por la Sociedad Hispánica de Nueva York,  el sabio geógrafo más grande del Hemisferio Sur, y en Suecia, los científicos llamaron "Sobral" al mineral piroxmangita descubierto en 1913.

En los cuarenta además colabora con el diario Crítica en columnas sobre defensa nacional . A poco de cumplir 80 años pudo hacer un breve viaje en la Corbeta ARA Uruguay por el Río de la Plata y recibió una medalla de la Marina. Hasta el final de sus días el 14 de abril de 1961 sostuvo la imperiosa necesidad de una política activa en la Antártida, que protega soberana recursos y territorios, y amplíe las fronteras del saber. Algo que su nieto Pedro Sobral cumplió en 2009 cuando fue uno de los científicos que descubrieron un gran yacimiento fósil en la Antártida. 

"El hombre nunca debe contentarse con la victoria adquirida”, cerraba “Dos años entre los hielos”, y llamaba a las cosas por su nombre, ”el éxito no solo no debe ofuscarle sino que debe darle nuevo aliento para atacar lo más difícil, porque precisamente en eso se encuentra el placer de la vida", sentencia el alférez Sobral, adelantado en la Antártida, y científico de la verdadera Patria Grande.

 

Fuentes: Destéfani, L. El Alférez Sobral y la soberanía argentina en la Antártida. Buenos Aires: Instituto de Publicaciones Navales. 1974; Sobral, J.M. Dos años entre los hielos. 1901-1903. Buenos Aires: Eudeba. 2003; La juvenil aventura de Sobral en revista Antártida. nro. 14. diciembre de 1985. Buenos Aires.

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