En los años anteriores del primer centenario de la Revolución de Mayo bullía Buenos Aires. Era una afiebrada ciudad que había triplicado sus habitantes desde 1880 con la inmigración, y que se había convertido en una Torre de Babel, desde la avenida Alvear a Almirante Brown. Tanos, turcos y gallegos conformaban una ensalada cultural que nutría las raíces argentinas. A esa ciudad porteña que derrochaba optimismo llegó Alberto Gerchunoff en 1895, procedente de la colonia judía Rajil, cerca de Villaguay, Entre Ríos. “En Rajil fue donde mi espíritu se llenó de las leyendas de la comarca. Las tradiciones del lugar, los hechos memorables del pago, las acciones ilustres de los guerreros…a través de los gauchos, rapsodas ingenuos del pasado argentino que abrieron mi corazón a la poesía del campo…saturándome de esa libertad orgullosa, de ese amor a lo criollo, a los nativo…que borró mis orígenes y me hizo argentino” dice en su “Autobiografía” (1924) este escritor y periodista nacido en Proskuroff en 1883 bajo la persecución antisemita de la Rusia de Alejandro III.
Borrar los orígenes era una aspiración de un pueblo perseguido con destino de muerte en la Europa del siglo XX y, a la vez, un canto a la integración en un país que prometía constitucionalmente “gobernar es poblar”. En este clima esperanzador Gerchunoff halló una escalera que lo encuentran en el cambio de siglo como vendedor ambulante, allí el magistral cuento “El día de las grandes ganancias”, y, diez años después, entre los principales periodistas porteños en colaboraciones con “Caras & Caretas” y el diario La Nación. En esas páginas verán la luz las veinticinco narraciones que conformarán un best seller de 1910, “Los gauchos judíos”. Además del innegable oportunismo de glorificar ante infantas y diplomáticos un país “crisol de razas”, el impacto de Gerchunoff también se explica con el nacimiento del escritor moderno en la Argentina.
Con Mitre, Sarmiento y Hernández se habían acabado los escritores, devenidos en periodistas, que realizan una trayectoria ligada y financiada por facciones políticas. Desde fines de siglo XIX la industria cultural argentina comenzaba a profesionalizarse, con sus diarios de grandes tiradas de casi 20 mil ejemplares, La Prensa, La Nación y La Razón –inventor de la Quinta y la Sexta en 1905-, e imprentas modernas para tirar miles de libros y revistas como Rosso, Kraft y Estrada. Tamaña maquinaria editorial necesita muchas y más manos y mentes, profesionales de la escritura y las ideas, y serán los arribados a Buenos Aires los que ocupen las primeras planas. Y no hablamos de los extranjeros, que eran 300 mil sobre 500 mil habitantes. Los primeros escritores modernos, que pretendían ganar la vida con su pluma, la loca bohemia porteña del 900 que repudiarán de grande figuras como Manuel Gálvez, eran en su mayoría provincianos como Ricardo Rojas o Leopoldo Lugones. En el Buenos Aires del presidente Figueroa Alcorta la modernidad artística vino del Interior –y de Nicaragua, Rubén Darío mediante.
El labrador y boyero que inventó a los gauchos judíos
Sería inexacto decirlo ya que el mismo Gerchunoff atribuye al autor, entre la ficción y la realidad. En verdad el escritor retoma las palabras del poeta Favel Duglach, que junto al rabino Abraham, son los personajes entrañables de sus crónicas entrerrianas. Entre los criollos se destacan Remigio Calamaco, un boyero, cuidador de las vacas, payador consumado, y Estalisnao Benítez, último de los bravos de Urquiza. Paisanos y colonos son los actores de viñetas costumbristas, no ajenas a la ironía del escritor, que muestran un país abierto, sin barreras culturales ni raciales, en paz. En el “El Himno”se recuerda esta amalgama prístina cuando la colonia quiso celebrar el 25 de Mayo. Había un detalle. No sabían el tema patrio ni el color de la bandera argentina –lo que también daba cuenta de la soledad de la pampa gringa, y sus pioneros, hace poco más de cien años. “Me acuerdo –dijo el rabino- que en la ciudad de Kischenef, después de la matanza de judíos, la sinagoga fue cerrada porque no quisimos bendecir al zar. Aquí nadie nos obliga a hacerlo; por eso bendecimos al presidente…Jacobo explicó a don Benito Palas, criollo poco entendido, el sentido del discurso. Y por toda contestación, el comisario recitó las estrofas del Himno. No lo comprendían los israelitas; pero al llegar a la palabra libertad, el recuerdo de su antigua esclavitud, de la amargura y las persecuciones seculares sufridas por la raza, revolvió sus corazones y con el corazón y con la boca, todos exclamaron, como en la sinagoga, ¡amén!”, cerraba Gerchunoff en una embellecida postal, acorde al espíritu de concordia de un doble inmigrante, provinciano y judío.
En el estilo del libro se conjugan una retórica que desea recuperar el brillo del lenguaje español, anterior a la Inquisición, el mundo de castizos, moros y judíos, en la línea del modernista acriollado Enrique Larreta, y la construcción de escenas que parecen arrancadas de las hojas de los libros sagrados judíos. Al ritmo de vidalitas y salmos, claro. Aparecen pues pequeñas bendiciones bíblicas en el cultivo provechoso y no faltan las plagas de langostas “La huerta perdida” es otra viñeta que condesa la solidaridad de los colonos y criollos ahuyentando a los insectos con latas, bolsas y gritos. Y una muchacha que cubre un rosal con su cuerpo en una imagen casi divina, “regresamos tristes y huraños. El matarife mascullaba maldiciones mientras daba comienzo a los rezos de la tarde. Y cuando Don Gabino volvió con el ganado sólo se oía en la colonia el llanto entrecortado de las mujeres y el ladrido de los perros”
“Admiro tanto a los gauchos como a los hebreos de la antigüedad. Como estos, son patriarcales y nobles” grafica nuestro héroe Favel. El afán de “paz e integración” que recorre “Los gauchos judíos”, con bellas metáforas de soles que “bañan” el campo o “laboriosas conciliaciones” de hombres y mujeres que surcan la tierra “prometida de libertad, la nueva Canaán”, deformaban el choque cultural de dos mundos, uno por perderse, el gaucho, y otro del mañana aunque con pocos finales felices. Uno de sus más duros críticos fue Jorge Luis Borges quien, aún imbuído en el criollo mito del coraje que luego renegaría, marcaba claramente que no hay continuidad entre el gaucho, con un modo de vida consustanciado con el nomadismo de la campaña, y los judíos, quienes traían al campo la vida sedentaria y organizada de la chacra. Por otra parte, tampoco Borges creía a los judíos naturalizados argentinos, sino todo lo contrario, y por eso puso en ridículo cada vez que pudo la fábula de Gerchunoff.
La pampa gringa a lo Disney
Seguramente las objeciones que más afectaron a Gerchunoff fueron las de Roberto J. Payró, su mentor, “toda la parte externa de su libro es de primer orden; en la parte íntima, en el “alma” del libro, falta algo...¿dónde está el descontento de Rajil? ¿dónde el que se volvió al comercio hastiado de la tierra fecunda? ¿dónde el que, descontento de la autocracia rusa, no se satisfizo con la seudorepública sudamericana, y soñó con perfecciones democráticas-humanitarias mayores y más bellas”, remata mirando de reojo la mitad de los 5 millones de inmigrantes arribados a Buenos Aires que retornaron antes de 1914, y presagia los pogroms antisemitas de la Semana Trágica de 1919. Gerchunoff sigue celebrando el “crisol de razas” hasta los treinta, y recién con el ascenso del autoritarismo en la sociedad argentina decide concentrar su prosa a la defensa de aquella libertad y paz que anhelaba cuando llegó a Villaguay en 1891. Y que ya había sido golpeada por la realidad con el asesinato de su padre a manos de un gaucho ebrio, a los pocos días de llegar al país, en una cruel parábola que se puede leer sin edulcorar en la viñeta “La muerte del rabí Abraham” de “Los gauchos judíos”, tal vez la única contada sin sentimentalismo ni vendas patrióticas.
“Conviene, por lo tanto persuadir a las gentes bienintencionadas…que el mundo no asiste exclusivamente a una guerra de naciones –Segunda Guerra Mundial-, sino a la lucha por un tipo determinado de civilización…el peligro que amenaza la dignidad del hombre, que es precisamente el fin de la sociedad...Hitler es el diablo” sentencia un militante Gerchunoff en la publicación antifascista “Argentina Libre”. Llegamos al epílogo de la extensa carrera de un escritor inclasificable, que iba desde el ensayo político y filosófico, “El problema judío” (1945), al literario y autobiográfico, tan bien representados en “Pequeñas prosas” (1926)
Fallece en 1950 siendo un acérrimo crítico de las tiranías y desencantado con los mitos argentinos, sus dirigentes, la pampa gringa, “manejar la promesa, administrar la esperanza, mantener divididos los núcleos de la opinión para ser el único punto de coincidencia, es la sabiduría del gran político, la técnica del caudillo, la maestría del conductor americano de los hombres...es muy difícil ser un buen caudillo. Es el oficio del rastreador, la profesión del baqueano”, explica en el magnífico “El hombre importante” (1934), el retrato de un ascendente político cuyo mérito es no involucrarse con ninguna idea, “opinar, que es una vocación del estadista, es alejar simpatías. Juzgar ideas y hombres es estar en desacuerdo con ideas y hombres. Es una enfermedad de la civilización. Es la enfermedad de pensar. –Le contestan al político- Es tener carácter. -Y éste responde- El carácter es también una enfermedad”, escribía pesimista el escritor, quien rechazó ser académico en la Década Infame. Un olvidado libro éste último del gaucho judío, el labrador y boyero Gerchunoff, que grita ser parte de cualquier biblioteca del pensamiento político argentino.
Fuentes: Gerchunoff, A. Los gauchos judíos. Buenos Aires: Eudeba. 1964- Entre gauchos y judíos. Buenos Aires: Biblos-Secretaría de Cultura de la Nación: 1994; Bisso, A. El antifascismo argentino. Buenos Aires: Cedinci. 2007; Viñas, D. Literatura Argentina y realidad política. Volumen 2. Buenos Aires: CEAL. 1994
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.