El actor Florencio Parravicini y el socialista Alfredo Palacios obtuvieron los primeros “brevets”, habilitantes certificados para surcar los cielos. Jorge Newbery, nervio y motor de la aviación argentina, presidió la institución que arrancó con su sueño parisino de Aarón Anchorena, un dandy aventurero sin par de la Argentina finisecular que tiraba manteca al techo. Con una actualidad lejana de aquel brillo, el Aéreo Club Argentino, no Aero según el acta fundacional, cuenta miles de anécdotas que formaron pilotos, luego maestros de las escuelas de aviación civil y militar en las pistas del Norte a la Patagonia. Una patriada que empezó con globos y se puso hélices para el Centenario, cuando unos locos del aire franceses irrumpieron en las alturas de los descampados de Villa Lugano. Pampero, El Patriota y El Huracán los nombres de las primeras naves voladoras, infladas a gas, que rompían record mundiales y ponían al país a la vanguardia de la conquista de los aires. No por nada Antoine Saint-Exupéry elige estas pampas, en los veinte, y continúa haciendo historia en la aviación, porque aquí ya habíamos volado con coraje hacia el horizonte.
Coraje gaucho era lo que se necesitaba en los primeros carreteos para construir y volar los aparatos más pesados que el aire. Peligrosísimos. Es notable que el argentino José María Flores haya sido el primer aeronauta conocido de Latinoamérica, ascendiendo en globo en la costa del Pacífico en 1852, que en 1854 Guillermo Rawson proponga soluciones en el diseño aerodinámico inspirado en el planear de los cóndores, y que argentinos y brasileños pioneros utilicen la aeronavegación en el Guerra contra el Paraguay. Para completar el cuadro, en literatura, en 1894 Damián Menéndez titula la primera novela de ciencia ficción aérea en el Continente, "La Luna habitada, el futuro del hombre". El clima social, y el clima cultural, de la pujante Nación estaba preparado en 1907 cuando Jorge Newbery, entonces un exitoso ingeniero funcionario municipal, discípulo de Edison e introductor del tendido eléctrico en Buenos Aires, pero a la vez gran deportista, boxeo, natación, esgrima, náutica y polo –el mejor hándicap de la época- , insiste e insiste al amigo de remo Aarón Anchorena para que compre un globo en París al brasileño Alberto Santos Dumont “Elige uno y te lo llevás”, dijo el otro precursor latinoamericano, y Anchorena se vino con uno que se había elevado siete veces en Europa. Pidieron al Barón de Marchi la Sportiva, donde se encuentra actualmente el Campo Argentino de Polo en Palermo, y armaron un tremendo espectáculo para el 24 de diciembre de 1907, a beneficio de la construcción de un asilo.
Pero las horas pasaban y pasaban y el rebautizado “Pampero” no adquiría la forma de naranja, nada esférico. Ocurría que la usina de gas cercana no tenía la presión necesaria. Incluso los Granaderos fueron a dar una mano y tampoco pudieron hasta que la Nochebuena hizo que la vociferante asistencia vaya a sus hogares. Menos Newbery que pasó la noche controlando el proceso y a los dos de la mañana anunció en el Jockey Club que ahora se venía, se venía. El nacimiento de la aviación argentina. Cuando llegó Anchorena a las once de la Navidad la presión seguía baja pero se cansó y gritó “¡larguen!”, subido a la precaria canastita con Newbery. Y las dos docenas de brazos largaron el globo que cruzó el charco y cayó en Colonia de Sacramento, Uruguay, tras cinco horas de vuelo, perseguidos en el río marrón por la lancha a vapor “Pampa” de Anchorena –por eso se observan los salvavidas con esa denominación, acota Daniel Balmaceda. Toca tierra en la Barra de San Juan y las primeras palabras del aterrizaje fundacional argentino fueron en inglés, “Merry Christmas”, dijo Newbery, “Happy New Year”, respondió Anchorena. Newbery además desciende con las primeras fotografías aéreas del Río de la Plata. Todos contentos menos la mamá Anchorena, la temible Mercedes, Condesa Pontificia, que intima en el actual Palacio San Martín al loco lindo de Aarón que ni se le ocurra repetir semejante proeza. El nene consigue que le compren 11 mil hectáreas en la Barra de San Juan; que luego, peleado con la familia, dona al gobierno uruguayo para residencia veraniega presidencial. Detalles nimios en comparación a lo que ocurriría luego en la Confitería de los Hermanos Canale en el centro porteño.
¿Quién era Aarón de Anchorena?
Uno de los mayores aventureros de principios de siglo XX. Nacido en 1877 de cuna aristocrática, educado en la élite parisina, de joven realizó lo que hoy llamaríamos deportes de alto riesgo, navegación a vela, caza mayor y automovilismo. Anchorena participó en la primera carrera automovilística del país, el 16 de noviembre de 1901, a bordo de un Panhard Levanol de 8 HP. Antes de acompañar a Newbery en la Navidad de 1907 en globo aerostático, su nombre estaba asociado a la exploración y explotación con la célebre incursión por el sur argentino y un astillero en la Isla Victoria, en el Lago Nahuel Huapi. Alejado de los aires por el pedido materno, eso no impidió a Anchorena que su “Pampa” recorra el mundo, siendo una atracción para la alta sociedad europea de Marsella y la Costa Azul. En 1918 encabezó la “Expedición Anchorena” que además de cartografiar los ríos Bermejo y Pilcomayo intentó mediar con los pilagás, que terminó en un rotundo fracaso, y una de las últimas grandes matanzas de pueblos originarios.
Decidió entonces instalarse en su miles de hectáreas de Uruguay y construyó un imponente castillo normando, contratando a los mejores paisajistas de la época e introduciendo especies exóticas, en un establecimiento rural de lujo que alcanzó fama internacional. Volvió a interesarse por la aviación en 1920, siendo el propulsor de la Compañía Franco-Argentina de Transportes Aéreos, el antecedente de la Compagnie Générale Aéropostale donde trabajaría Saint Exupéry. En los treinta reiniciaría las aventuras Anchorena con largas travesías por la India y China, siendo uno de los primeros introductores del budismo en la región. En la función pública fue durante décadas secretario –honorario- de la delegación argentina en Francia, y en breve periodo de 1935, miembro de la flamante Dirección de Parques Nacionales. Casado con la heredera del diario La Prensa, Zelmira Paz de Gainza, falleció Don Aarón sin descendencia en 1965 y donó sus cuantiosos bienes, cantidad de hacienda y cultivos, rarezas zoológicas e incunables obras de arte, al Estado uruguayo.
Los muchachos voladores de la Confitería Canale
Aarón de Anchorena, Arturo Lugones, Jorge Newbery, Julián Paso Viola, el Barón de Marchi, Sebastián Lezica, Roberto Zimmerman y Juan Carlos Vivot, entre otros 45 locos de aire, a las nueve de la noche del primero de enero de 1908 están exaltados por la hazaña, festejando, pero también soñando en un club que los agrupe, en plena calle Florida. Así que el 13 de enero de 1908 deciden iniciar las funciones del Aéreo Club Argentino, sin máquinas voladoras ni pista. Don Aarón, cancelado por la madre Pontificia, carnet nro. 1, dona la primera nave, el Pampero. Con este globo en febrero de 1908 Newbery, junto a Waldino Correa, cubre 55 kilómetros, y luego trágicamente cedería el aerostático al hermano Eduardo, quien desaparece en compañía de Eduardo Romero en octubre, por las costas del Paraná. Pero esto no amilana a los precursores y Newbery pocos años después volaría triunfalmente en una aeroplano, un Bleriot Auzán 35 HP, que decoló de Villa Lugano –por otra parte, lugar del primer vuelo nocturno del mundo, el 30 de marzo de 1910. Sería Don Jorge el brevet número 8 del Aéreo Club Argentino, ahora su presidente. Desde allí reclama al presidente Sáenz Peña la necesidad de una flota militar, junto al Barón de Marchi, y en 1912 pusieron a disposición del país su parque aerostático, elementos y profesores libres de todo gasto, naciendo así una de las primeras instituciones de formación militar aérea del mundo. El 25 de mayo de 1913 Newbery, maestro de pilotos, encabeza el primer desfile de una escuadrilla de las Fuerzas Aéreas Argentinas. El as de la aviación argentino, muerto prematuramente en un accidente en Mendoza en 1914, cuando soñaba cruzar la Cordillera de los Andes, tuvo un entierro popular impresionante que lo coloca como el primer ídolo del deporte argentino.
“El francés Pablo Castaibert montó un taller-escuela en el aeródromo de Villa Lugano denominado «Construcción y Reparación de Aviones», constituyéndose en pionero de la industria aeronáutica nacional, fabricando una serie de aeroplanos llamados «Castaibert». El primero en ser fabricado fue el modelo 910-1°siendo un total fracaso. Esto no hizo bajar los brazos al terco e imaginativo francés ya que en el año 1911 construye el segundo modelo de avión que voló magníficamente, siguiendo esta serie con éxito. Castaibert construye en 1912 el Castaibert 3, aparato con el que el 20 de Junio obtiene el brevet nro. 12 del Aero Club Argentino. Con una exitosa serie de aviones construidos don Pablo Castaibert en 1916 es contratado por el gobierno uruguayo para que dirija la organización de la escuela y taller de aviación del país hermano, vendiendo Castaibert todo sus instalaciones que poseía en el aeródromo de Villa Lugano”, comenta Jorge Riesnik en barriada.com.ar, y señala el lento desmantelamiento del extenso campo de la calle Chilavert, y la mudanza de las instalaciones a Morón hacia los treinta. Así muere éste solar histórico argentino, nido de cóndores.
Semejante forjas pletóricas de gloria son un llamado de atención a la dejadez que en enero de 2020 Horacio Marcello, Marcos Nieto y el doctor Martín Pratto Chiarella, miembros de la Federación Argentina de Aeroclubes (FADA), denunciaban, “decenas de veces –intentaron- reunirse con integrantes de la Comisión Directiva del Aero Club Argentino, fueron a sus instalaciones en el aeródromo San Justo sin poder dar con nadie y sólo comprobar que las instalaciones (hangares, oficinas, taller, confitería, sala de pilotos, entre otros) se encuentran en total estado de abandono” , sintetizan en www. aeromarket.com.ar. Asimismo hay planes habitacionales de la gobernación provincial que proponen apropiarse de estas tierras, parte de la historia argentina; algo que lamentablemente se perdió en Villa Lugano, cuna de la aviación civil y militar argentina –un Mirage III C matricula n° 706, combatiente en la Guerra de Malvinas, se yergue solitario en la Plazoleta “Aeronáutica Argentina” como olvidado homenaje. Carlos Gardel nos pone, una vez más, en órbita, recordando la importancia de Newbery y la gesta del Aéreo Club Argentino,” Ya cada pecho argentino/te consagra un monumento!/¡Titán que al rayo y al viento/desafió en su trayectoria,/no morirá tu memoria,/serás grande entre los grandes”
Fuentes: Balmaceda, D. Pampero, alto en el cielo en Historias Insólitas de la Historia Argentina. Buenos Aires: Sudamericana. 2021; Bra, G. Jorge Newbery, aeronauta en revista Todo es Historia nro. 338 Mayo 1997. Buenos Aires; Cutolo, V. O. Novísimo Diccionario Biográfico Argentino (1930-1980). Buenos Aires: Editorial Elche. 2004.
Imagen: Federación Argentina de Aeroclubes / Minist. de Cultura
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.