¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónEn los albores de la historiografía, Bartolomé Mitre no dudó en afirmar de la histórica noche del 5 al 6 de abril de 1811, “la única revolución de la historia argentina cuya responsabilidad nadie se ha atrevido a asumir ante la posteridad a pesar de haber triunfado completamente”. Aquel triunfo pírrico de los 4 mil orilleros, jinetes y campesinos de la Buenos Aires de 20 mil habitantes, que vieron con sorna, pero especialmente con horror, cómo la chusma se adueñaba de la precaria situación política de la tambaleante Revolución, “eran pequeños propietarios, poseían caballo y con tareas habituales…-Manuel- Dorrego fue su Graco, -Juan Manuel de- Rosas su César…”, los definiría el unitario Vicente Fidel López. A futuro, la “hez insolente”, frase de Bernardo de Monteagudo, serían los federales, las montoneras. José María Paz en sus memorias sobre los agitados días de abril tendría el balance para la historia, “casi con la Revolución de Mayo tuvieron nacimiento los partidos que han despedazado a la República…por poco se medite, un ojo medianamente ejercitado puede entrever en esos primeros partidos, no obstante las infinitas y aún esenciales modificaciones que han sufrido, el origen de las dos fracciones que hasta ahora dividen a la Argentina” Civilización y Barbarie. La grieta que tuvo un primer volcán con los cascos de los caballos overos metiendo las patas en las fuentes de la Plaza de la Victoria, Plaza de Mayo.
“Don Cornelio Saavedra abre la caja de Pandora votada por el destino aciago a la transformación del pueblo de mayo; la noche del 5 al 6 de abril fue el punto de su desborde para la sucesión de las funestas asonadas que devoraron a los próceres de nuestro origen político (...) como se decía entonces: Saturno empieza a devorar a sus hijos, y en Saavedra y la idea de Mayo se cumple el apotegma: “el que abre la puerta a las revoluciones no es el que la cierra”, comentaría en su autobiografía el vocal de Mayo, Domingo Matheu, representante de una facción que el diario oficial la Gazeta de Bueos Ayres lapidaba contrario a “los intereses del pueblo…-introduciendo- una furiosa democracia -ajena- a un pueblo cuerdo en sus deliberaciones, mesurado en sus deliberaciones”. Distinta ponderación distinguía a la chusma esta ala morenista, inspirada en el liderazgo radical de Mariano Moreno, que en el famoso decreto que suprime los honores a los hombres de la Junta de diciembre de 1810 firma sin titubear, ídem a como ordenó el fusilamiento del popular Liniers, “privada la multitud de luces necesarias para dar su verdadero valor a todas las cosas…el vulgo, que sólo se conduce por lo que ve”, en la medida que en verdad ocultaba socavar la influencia de Saavedra. Esto debido a que el decreto, además, apartaba la comandancia militar del presidente de la Junta Grande; aquella integrada por los diputados provinciales a partir de fines de 1810, y que era la gran derrota de los sectores portuarios y burgueses que luego se agruparían en la Sociedad Patriótica, a metros del Fuerte, en las actuales Alsina y Bolívar, Café del Marco.
Una de las cajas de Pandora que estallaban en los primeros meses revolucionarios fue la retroversión de soberanía en el pueblo invocada por los patriotas. La primera década del diez fue rica en fuerza asamblearia, “movimiento del pueblo” en palabras de Fabián Herrero, que no eran más que un grupo de vecinos que reclamaban directamente sobre los cabildos con inusitada regularidad. En uno de los momentos más álgidos de enfrentamiento entre morenistas y saavedristas, proto unitarios y proto federales -aunque no eran bloques cerrados ni excluyentes como se entendió desde Tulio Halperin Donghi, Manuel Belgrano podía pertenecer a ambos lados por ejemplo-, el estatuto de la Junta Grande del 10 de febrero de 1811 avanzó en extender los derechos del sufragio a la campaña, restando poder a los cabildos, al centralismo de aquí y de allá. En particular, por supuesto, el de Buenos Aires, que concentraba los esfuerzos de esos jóvenes morenistas, muchachada y no tanto del Café de Marco, que describe Vicente Sierra en su “Historia de la Argentina”, cita de Pablo Yurman en www.infobae.com, “Se suponían herederos del jacobinismo [facción radicalizada de la Revolución Francesa], pero desconocían el contenido social que lo había determinado, puesto que se trataba de una juventud de mentalidad aristocrática para quien tirano era todo gobierno del que no formaban parte; no concebían la vida sin batallar, pero de las reuniones del café retornaban a sus hogares, no se enrolaban en los ejércitos de la patria naciente”, retomado luego en los análisis del revisionismo venidero.
Hacia fines de marzo esta patota morenista, entre ellos Monteagudo que echaba diatribas contra el “potosino Saavedra”, estaban organizando una asonada cívico-militar, y repartían cuchillos entre los sediciosos en el Regimiento de la Estrella de Domingo French. “Yo sabía, es verdad, y esperaba se realizase lo que mis contrarios intentaban por medio del coronel del regimiento de la Estrella, más nunca me ocurrió la idea de prevenirlo, con forma otro en contra de él”, se defendía un anciano Saavedra, que sufrió el destierro y el oprobio, luego de los sucesos del 5 y 6 de abril. Es que se lo sindicó del principal instigador del movimiento que quiso deponerlo pero siempre afirmó, incluso en el sumario seguido posteriormente, que el alzamiento se hizo “sin mi noticia” Lo cierto es que “al anochecer del día 5 de abril empezaron a reunirse hombres emponchados y a caballo en los mataderos de Miserere, a la voz del alcalde de barrio don Tomás Grigera, cuyo nombre sólo conocido hasta ese día entre la pobre clase agricultora, principió a ser histórico para este país: a medianoche penetraron por las calles de la ciudad, y antes de venir el día ocuparon la plaza Mayor como mil quinientos hombres, pidiendo a gritos la reunión del cuerpo municipal, para elevar por su conducto sus reclamaciones al gobierno”, señala un azorado Ignacio Núñez, morenista, que sería detenido días posteriores por repartir escarapelas celestes y blancas, afines a la facción antiplebeya -que luego devendría en la escarapela nacional. La denominada Revolución de los Orilleros o Revolución Quintisexta levantaba banderas en la hermandad de corrales y cuarteles, en esa sociedad militarizada que fue la sociedad de la época de la Independencia.
No solamente salían de las “cuevas” de Miserere, en la prédica de Grigera, uno de los alcaldes promovidos por la Junta Grande en tareas policiales, sino que venían de los confines de la Recoleta, La Boca, Barracas y San Telmo, muchos cruzando el Riachuelo a caballo, en vez de en camión arriba del puente, como en aquel 17 de octubre de 1945. Joaquín Campana, otros saavedrista, habría instigado al resto de los alcaldes. A los dos de la mañana Grigera se reunió con Saavedra, y un representante del Cabildo, y a la consulta de quién había solicitado la manifestación en la plaza, respondió un lacónico, y magistral, “El Pueblo” La democracia directa era una realidad más que palpable en el Río de la Plata. A las tres de la mañana llegaron los diputados a leer el petitorio de los sectores bajos y medios de la ciudad, que entre la separación de los “jacobinos” morenistas - Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes, Miguel de Azcuénaga, Juan Larrea, French y Beruti-, la expulsión de los extranjeros -españoles pero a la larga uno de los ejemplos tempranos de xenofobia criolla, ya que la movilización se incubó en arengas antiextranjeras- y el apoyo irrestricto a Saavedra; incluía un tajante, “Undécima: El Pueblo quiere que en lo sucesivo no se practique elección de algún Representante suyo, ni se ejecute variación sustancial en la forma de su gobierno, sin que concurra con su expreso voto, a excepción de los casos comunes y ordinarios que siempre se ha practicado”, en un punto que señala un mojón de soberanía popular pocas veces repetido. Se aceptaron todos los puntos reclamados en el mediodía del 6, menos la suma pública del poder en Saavedra, y volvieron los jinetes a los ranchos, protegidos por los sables del ejército argentino.
“El 6 de abril, que no será para Buenos Ayres menos glorioso, que el 12 de agosto, 5 de julio y 25 de mayo, ha presentado este pueblo el espectáculo mas tierno é interesante. -reseñaba el diario oficialista de la manifestación de la chusma donde no hubo ni un tiro ni siquiera un piedrazo al morenista Café de Marco- Unido en la plaza mayor en numero considerable, y defendido por las tropas patrióticas que cuidaban de evitar el desorden y la confusión, se apersonó con toda la energía de su carácter generoso delante de este Excmo. Cabildo, acompañando una nota de 18 artículos, en que comprendía el remedio de los males y abusos, que nos conducían a nuestra completa ruina”
Con Campana en el rol de secretario, el instrumentador del temible Comité de Vigilancia, brazo judicial de los saavedristas para castigar a los morenistas, “Campana entraba durante ellos a acusar de revoluciones y acusar a personas, las más respetables de Buenos Aires”, se quejaba el diputado jujeño -morenista- Juan Ignacio Gorriti, la Junta Grande lanza además una serie de medidas tendientes a fortalecer el poder de los alcaldes de las quintas, y expresa ciertas cuestiones inéditas en la política criolla. “Estas provincias exigen solamente mantenerse por sí mismas y sin los riesgos de aventurar sus caudales a la rapacidad de manos infieles…para que el gobierno inglés pudiese hacer los oficios de un mediador imparcial es preciso que reconociese la independencia recíproca de América y la Península, pues ni la Península tiene derecho al gobierno de América ni ésta de aquella”, se plantó el gobierno criollo a los intentos de mediación británico, y acto seguido, prohibió el comercio textil inglés a fin de favorecer la economía regional.
La experiencia orillera duraría unos meses. Primero porque un huidizo Saavedra, que no asumió el llamado a erigirse caudillo, marcha al Alto Perú a recomponer el maltrecho Ejército Auxiliar masacrado en el Desastre de Huaqui, en parte debido a que los mandos morenistas y saavedristas no pudieron concordar una estrategia común contra el sanguinario realista Manuel Goyeneche. Aunque en verdad el fin de la “feliz experiencia” popular acontece porque atemorizados por la movilización popular, los porteños, y no pocos militares saavedristas, movieron las piezas para diluir el poder de los alcaldes, y de la misma Junta Grande, con una amañada elección, del 19 de septiembre de 1811. En vez de poder al pueblo, “la hez insolente” que no votaba, claro, se concentró el mando. Los morenistas asestaron un golpe de timón que derivará en la formación del primer Triunvirato, poniendo en peligro el rumbo independentista con miras a integrarse al Reino de Portugal o Inglaterra. A bordo de la fragata Canning en 1812, en cambio, amarraría el triunfo argentino y americano. José de San Martín arriba a su Patria luego de 30 años de ausencia y el sueño Grande renacía.
Fuentes: Saavedra, C. Memoria Autógrafa en Los suceso de Mayo contados por sus actores. Buenos Aires: El Ateneo. 1928; Halperin Donghi, T. Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002; Polastrelli, R. “La Revolución en alerta” Historiapolitica.com
Imágenes: Infobae
Fecha de Publicación: 06/04/2022
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