¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Martes 21 De Marzo
Doscientos años después, el 25 de Mayo aviva las pasiones de historiadores y la opinión pública.Justamente una de las grandes novedades que aparecía en la capital colonial, esa semana lluviosa de mayo con el colapso del imperio español, otra de las variables imprescindibles para entender la oportuna acción de los patriotas en Buenos Aires. O los levantamientos en el Alto Perú del año anterior, aquellos que instalaron el progreso en la liberación de los esclavos e indígenas, o la primera junta independiente de las regencias españolas, en Montevideo en 1808, rebelde al Virrey Liniers, sospechado de conspirar con los franceses. Patriotas que algunos se llamaban argentinos, que era cómo se les decía a los porteños a principios del siglo XIX, que podían vivar por la Patria, pero en tercer orden después de la Religión y el Rey, pero que en ningún caso reconocerían una nación Argentina. Ellos se sentían americanos tal cual dejarían asentado en el acta de la Independencia de 1816, un hito que se abrió en el asalto al Cabildo de Buenos Aires por una elite de criollos, Manuel Belgrano, Juan José Castelli y Nicolás Rodríguez Peña, con el apoyo a punta de cañón de las milicias al mando de Cornelio Saavedra, y la colaboración de la temible Legión de Infernales de Domingo French y Antonio Beruti. Que tenían funciones de choque los infernales más importantes que repartir cintas.
Para buscar la punta del ovillo en la insurgencia en el Río de la Plata, que no es indiferente al avance incontenibles de Napoleón en Europa y las políticas erráticas del reino español con sus colonias, pongamos a las invasiones británicas como primera vuelta del espiral revolucionario. La espectacular, e inesperada, victoria de los criollos y españoles del joven Virreinato del Río de la Plata contra el imperio británico, con un pueblo -que remitía a vecindad más que a un estrato social- unido, mujeres, esclavos e indios, tuvo grandes consecuencias en la futura sociedad emancipada. No solamente encendió la chispa sediciosa sino que precipitó la acelerada militarización y, por ende, el cada vez mayor prestigio de los soldados en la cosa pública. Esta entronización del águila guerrera, admirada por Martín de Güemes y José de San Martín, combatida por Moreno y Bernardino Rivadavia, tendrá consecuencias funestas apagadas las llamas independentistas, y serán las puertas a las guerras civiles posteriores. Pero volviendo a los días posteriores a julio de 1807, “el paso dado por el pueblo de ella, la capital del virreinato Buenos Aires, sin duda de gigante, cuyas consecuencias futuras no percibía ni calculaba ¡la deposición de un virrey! Cosa nunca vista en las Américas españolas, ese paso fue a todas luces imprescindible. El sagrado deber de su dignidad, de su conservación y seguridad era el solo objetivo que le impulsaba a darle”, aparece en “Noticias históricas, políticas y estadísticas de las provincias unidas del Río de la Plata” del capitán Ignacio Núñez, un revolucionario morenista que residía en Londres, en 1825. Pero si aquellas invasiones iban a cimentar el brazo armado a la gesta de Mayo, y que habían probado su efectividad sosteniendo al Virrey Liniers del primer intento en estas tierras de derrocamiento del poder, el 1 de enero de 1809 por el grupo de españoles de Martín de Álzaga, otros sucesos en el Alto Perú habrían de acelerar los procesos políticos en las costas bonaerenses.
“En 1809 marca para Sudamérica el verdadero comienzo el movimiento general de las colonias en busca de su emancipación, siendo por tanto inexacta la afirmación de todos aquellos escritores que señalan 1810” analizaba el escritor boliviano Jaime Mendoza en 1911, anticipándose a una línea que luego explorarían los historiadores contemporáneos, y comentando los levantamientos del 25 de mayo de 1809 (sic) en Chuquisaca, y el 16 de julio en La Paz, y agrega el también médico, de intentos no solamente de cambios de gobierno en nombre de la autoridad real, sino que de enfrentamientos con las autoridades de Buenos Aires que transcendían lo político, con los no tan supuestos intentos porteños de aliarse con los portugueses a través de la infanta Carlota, e impactaban en la puja económica, con el puerto de Buenos Aires enclave del contrabando, y el negociado ultramarino británico -propiciada por el mismo reino español-, “en 1809 cuando el resto de América aún soportaba paciente el yugo peninsular, el Alto Perú se alzó entre sus montañas a favor de la libertad. Y de aquí, en 1809, partieron a diversas partes del continente los heraldos de la patria nueva -basta recordar los profundos lazos que unían a los revolucionarios de Mayo con los futuros bolivianos, Saavedra, Belgrano y tantos más- Y en fin lo más notable, en 1809 ya corrió aquí la sangre de los primeros soldados del Independencia. Es decir en el Alto Perú la idea revolucionaria… se hizo acción”, cerraba es su análisis el autor de “En las tierras de Potosí”, obra mayor en la lucha de los derechos de los pueblos originarios. El nuevo virrey en el Río de la Plata, Baltasar Cisneros, designado por la Junta Central de Cádiz, en medio de la anarquía de la península ibérica, uno meses antes la Junta de Galicia había nombrado a Pascual Ruiz Huidobro -quien no llega a asumir en el caos administrativo colonial-, ordena una brutal represión a las ciudades del Alto Perú. Especialmente es dura la mano del general Goyeneche en La Paz, donde los juntistas eran en su mayoría criollos, mestizos, mulatos y el “bajo pueblo” Todos fueron ahorcados pese a que juraban que seguían siendo fieles a Fernando VII. Noticias como éstas caldeó más el sentimiento insurgente de los patriotas en Buenos Aires, que no estaban solos, Santiago de Chile, Caracas y Bogotá seguían la misma senda, sumadas a que los hábiles fragatas inglesas atracaban con la “buena nueva” de la disolución de la Junta de Sevilla, y la formación del Consejo de Regencia en la isla de León. Reducido el Imperio español y su rey cautivo, los patriotas motivados por los circunstancias estrechan sus contactos con el mando militar, antes que con el pueblo, ya que ahora el tiempo de comer las “brevas”, cómo les había prometido Saavedra unos meses antes.
“Desde el momento, los hombres pensadores se resolvieron hacerse influencia útil a la patria -aparecían en la “Gaceta Mercantil” en 1826, con el fin de argumentar un proyecto del Poder Ejecutivo Nacional, al mando de Rivadavia, que instaba al congreso por un monumento conmemorativo de la Revolución de Mayo- se reunió en este objeto en la jabonería de los doctores Peña -dueño del solar- y Vieytes, y en otras casas particulares. Su número había aumentado, y ya eran comunes las ideas de libertad. Peña, Vieytes y Castelli, eran acompañados de Manuel Belgrano, Feliciano Chiclana, Manuel Alberti, Agustín Donado, Francisco Paso, Manuel Aguirre… Y ellos traían a su seno a los jefe de las milicias urbanas. Así se hallaron unidos al cuerpo patricios, granaderos, húsares y Arribeños -como se les dice a los nacidos en el Alto Perú-, por los oficiales Viamonte, Pereyra, Terrada, Cruz, Rodríguez, Bustos, Ocampo y Balcarce, y muchos otros subalternos, que todos se han decidido por la patria aunque ignoraban los medios con que habían de liberarla”, sin líderes los hombres del Puerto dominante, librados al juego de los circunstancias y a las presiones internacionales.
Ante esta situación Cisneros convoca a los jefes militares, y es Saavedra, el primero que le retira su apoyo el 20 de mayo de 1810, y apoya la propuesta de los más moderados patriotas por un Cabildo Abierto para el 22 de Mayo. Esto después que a la mañana se presentaran Martín Rodríguez y Castelli en el fuerte, y encontrando a Cisneros despreocupadamente jugando a las cartas, al tresillo, espetaran, “Excelentísimo Señor. Tenemos el sentimiento de venir en comisión por el pueblo y el ejército, qué están en armas, a intimar a V.E. la cesación en el mando del virreinato” La suerte del virrey estaba echada. Un día antes “la mozada bien armada” de los subversivos French y Beruti copó la Plaza Mayor con cintas blancas en los sombreros, y se la encajaban a todo aquel que pasaba desprevenido.
Aquel congreso arrancó con una pregunta a los 250 vecinos, “la parte principal y más sana del vecindario”, aunque la Legión Infernal había fraguado invitaciones y repartiendo los papeles entre los rebeldes, e impedía la llegada de monárquicos de buena o mala manera, “se ha de subrogar otra autoridad a la superior que obtiene el Excelentísimo Virrey , dependiente de la soberanía que se ejerza legítimamente a nombre del señor don Fernando VII y en quién” Después de escuchar los posiciones del fiscal Villota y de Castelli, que argumentaba en la retroversión de la soberanía de los pueblos, o sea el mando a los Cabildos mientras se sepa la suerte del reino de España, fue determinante la voz de los militares Saavedra y Rodríguez, “que no quede ninguna duda de que el pueblo confiere la autoridad o mando…. Es imposible conciliar la permanencia de la autoridad del gobierno -de Cisneros- con la opinión pública”, por lo que no solamente es elocuente el poder de las milicias criollas, sino que el nacimiento de un nuevo actor político, la opinión pública, y que era digitada por los porteños -que rechazaban poner en consideración de los demás cabildos del virreinato la revocación del mando de Cisneros, conquistada por 159 votos. Al día siguiente para sorpresa de los revolucionarios, el virrey desconocía lo resuelto en el también conocido “congreso general”, y se ponía él mismo al frente de la junta que había designado el ayuntamiento, debido a la letra chica del acta. Parte de una inútil resistencia, “todos los empleados y tribunales rebosan de alegría que tome el mando”, recordaría un desubicado Cisneros, también mostraba la nueva mentalidad emancipada americana colisionando con las viejas estructuras coloniales, algo que continuaría ocurriendo en el manejo de gobierno durante buen tramo del siglo.
La importancia escolar del famoso y desapacible 25 de Mayo olvida que el día anterior fue tan, o más decisivo que éste, porque los patriotas tomaron la iniciativa inaudita de hacerse del Poder, ante la felonía del Virrey de armar su propia junta con los españoles Solá e Inchaurregui, y los criollos Saavedra y Castelli. Ambos próceres rechazaron la medida ofendidos, y Saavedra aconsejó al pueblo a quedarse en sus casas para evitar “hechos desagradables” Belgrano se acerca al regimiento de Patricios y jura ante los soldados en medio de vivas, el general muy querido entre los paisanos, “si a las tres de la tarde del día inmediato, el virrey no hubiese sido derrocado, yo lo derribaré con las armas” Un comerciante inglés informaba la gravedad de la situación a su gobierno, “el descontento que se fermentó entre los criollos patricios, había llegado un punto serio durante el 23 de mayo y toda esta noche, y fue necesario que se recomendara mucha prudencia para evitar que ellos cometieron actos de violencia”,en una cita transcripta por Felipe Pigna.
“Habiendo el Cabildo excedido la facultad de que el pueblo le había dado en la elección de la Junta y el nombramiento de señor Cisneros para presidente… el pueblo habían asumido la facultad que confería el Cabildo del día 22 por el hecho mismo de haberse sido violado su encargo: no quería ya que subsistiese la junta nombrada, y en reemplazo de ella, quería que se constituyese otra en esta forma, presidente y comandante de armas, Cornelio Saavedra, vocales Castelli, Belgrano, -Manuel- Alberti, --Domingo- Matheu y -Juan- Larrea, secretarios Mariano Moreno y Juan José Paso” era la proclama de 400 vecinos “respetables” que entregaron en el Fuerte a la noche del 24, al tiempo que las milicias se aprestan a irrumpir por las fuerza si era necesario. La Primera Junta Patria estaba consagrada ese día, y partía “de los hombres sabios, que habían estando coordinándola unos meses antes…una revolución sin una gota de sangre”, admitiría el hermano de Beruti, Juan en 1856.
En las calles de ese glorioso 24, French, Chiclana, Beruti y José Melián iban soltando “mueras al virrey y los capitulares del Cabildo realista”, “No queremos reina puta/no queremos rey cabrón/ni queremos que nos gobierne/esa vil e infame nación/al arma alarma, americanos/ sacudid esa opresión/Antes que morir esclavos/de esa vil e infame nación” se escuchaba dirigidos por los jóvenes patricios, en una letra que empezaría a calar hondo en los futuros argentinos, en especial en los sectores populares, hombres y mujeres, que serían la carne de cañón de las guerras de la Independencia.
Para el amanecer del encapotado 25, frío y con una llovizna persistente, sin paraguas, los grupos coordinados por las milicias y los revolucionarios fueron llegando a las puertas del Cabildo, algunos con las cintas blancas y celestes de los Patricios, otros con cintas rojas, los más radicales -y opositores a Saavedra- que luego conformarían la Sociedad Patriótica y la Logia Lautaro.
A las nueve de la mañana arrancaría una reunión que decidiría la suerte de una futura Nación. En una primera instancia Cisneros pretende resistir, incluso llega a pensar en reprimir cruentamente la revuelta como había hecho en el Alto Perú, pero la impasibilidad de Saavedra, y la agresividad de los Infernales, que acceden a la galería, tornan insostenible cualquier postura del virrey y sus fiscales. Uno de ellos, Leiva, ante un retiro parcial de las milicias de la plaza, vaciada a media mañana, en una señal de buena voluntad de los patriotas, pregunta ¿dónde está el pueblo?, a lo que Beruti iracundo responde, “señores del Cabido: esta ya pasa de juguete, no estamos para que nos respondan con sandeces…el pueblo está armado y espera para venir aquí…¿quieren verles -las caras-?...Pronto, señores, si o no -la renuncia del Virrey-…sino volveremos con las armas y no responderemos a nada”, amenazaba mientras los líderes, Castelli, Moreno y Belgrano entre ellos, esperaban su señal en la comodidad de la casa de Azcuénaga, en la actual esquina de Defensa e Hipólito Yrigoyen. Uno de ellos diría que ese 25 de Mayo, “Buenos Aires declara la guerra el despotismo”, Bernardo de Monteagudo.
A las tres de la tarde juraba la junta promovida el día anterior y se comprometía a “despachar circulares a las provincias para la elección de un congreso que debía realizarse, y a no reconocer otro soberano que el señor Don Fernando VII”, en una medida que respetaba las leyes coloniales, y la potestad del Rey de España, pero tenía la caja de Pandora de la revolución, abriendo el camino de la autodeterminación “La máscara de la monarquía” cubriría a los primeros gobiernos patrios pero no es menos cierto que aquel acto insurgente del Río de la Plata acabó con tres siglos de dominación española, y que Buenos Aires fue el faro, en los peores momentos de la marcha de la Independencia, para el Continente entero.
“Yo me ennoblezco con la locura de creer cómo creo”, ficcionalizaba Juan Bautista Alberdi a Belgrano en “La Revolución de Mayo. Crónica dramática”, “que un sepulcro está cavado ya para nuestros tiranos, que la libertad viene, que el reinado del pueblo ya se acerca, que una grande época va a comenzar”
Fuentes: Pigna, F. 1810. La otra historia de nuestra revolución fundadora. Buenos Aires: Planeta. 2010; Fradkin, R. Gelman, J. (comp) Doscientos años pensando la Revolución de Mayo. Buenos Aires: Sudamericana. 2010; Goldman, N. ¡El pueblo quiere saber de qué se trata! Historia oculta de la Revolución de Mayo. Buenos Aires: Sudamericana. 2009; Chávez, F. Historia del país de los argentinos. Buenos Aires: Theoria. 1977
Fecha de Publicación: 25/05/2022
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