La Gran Orden de Caballeros fundada por el Maestre Francisco de Miranda en Londres, encontró su final muy pronto. Sin duda fue la escuela de donde partieron los libertadores de Sudamérica para deshacerse del yugo español. Pero muchos intereses conspiraron contra sus discípulos. Un día la Orden se quebró por dentro y comenzó a derrumbarse aceleradamente. Uno de sus miembros principales, el libertador venezolano Simón Bolívar, terminó encarcelando a Fernando de Miranda para dar fin a su histórica agrupación. Convertido en el paladín de la revolución nacida en el Caribe, Bolívar sospechó que Miranda negociaba con la Junta de Cádiz. Rápidamente lo sacó del camino y de manera automática las sedes internacionales de los Caballeros, entre ellas la Logia Lautaro, quedaron acéfalas.
A pesar de todo, los miembros de la Lautaro siguieron con sus campañas, sin dejar de intuir algo (más por la práctica que por la teoría): las desgracias no vienen solas. Un día podía tener lugar algún acontecimiento peor que la desconexión con Miranda.
Hacia 1818, uno de sus miembros, el revolucionario e intelectual argentino Bernardo de Monteagudo, fue acusado de participar en un complot para asesinar a ciertos independentistas chilenos muy prestigiosos. El escándalo tendría proporciones internacionales.
Poco tiempo atrás, Monteagudo apenas se había integrado al ejército de San Martín. Quiso formar parte de la Campaña a Chile y, después de la “emboscada de Cancha Rayada”, lo regresaron a Mendoza como encargado de asuntos regionales.
Mientras estaba en El Plumerillo reorganizando a los soldados, recibió una noticia. Supo por fuentes oficiales que los hermanos Carrera y un tercer cómplice, Manuel Erdoíza, habían sido apresados en el Camino de los Andes. Se decía que cada uno de ellos tenía una tarea distinta, habiendo entrado a la región de Cuyo a fin de debilitar las acciones de los campamentos asentados probablemente junto al arroyo de Picheuta. Al enterarse de la presencia de estos espías Monteagudo quiso hablar con ellos. Acto seguido, por boca de un cabo raso, supo que se trataba de tres de los más ilustres independentistas chilenos que se habían opuesto a O´Higgins.
Las cartas en esos días tardaban mucho tiempo en llegar a su destino. Monteagudo le escribió a San Martín y él a su vez terminó por consultar a alguien más. No sabemos a quién. Pero es verdad que el General jamás actuaba solo. Entonces, para estudiar el asunto de los prisioneros de Monteagudo, amplió su consulta a juristas y políticos de otras provincias. ¿Quién podía recomendar la lucha de independentistas contra independentistas? De alguna manera había que resolver esta penosa situación sin derramar sangre.
Bernardo de Monteagudo esperó alguna comunicación de San Martín. Alguna noticia sobre los independentistas. Aunque tres mensajeros parecían haber salido de puntos diversos de Sudamérica sin llegar a Mendoza. Las misivas desaparecieron. Finalmente el silencio y la ausencia de órdenes, dejaron a Monteagudo completamente solo.
Según se dice, intentó mantener a aquellos hombres en prisión hasta la llegada de San Martín, pero algunos grupos simpatizantes de Manuel Erdoíza se dedicaron a hostigar el destacamento cuyano. Tras algunas noches de insomnio, entendiendo que en su más absoluta intimidad debía decidir sobre el futuro de los tres ilustres chilenos, esperó a los grupos que lo amedrentaban. Unos tiros al aire debían servir, pero los Carrera, desde la celda, gritaron algo así como: “¡mejor la muerte!”.
Sin contar con instancia superior alguna, Monteagudo, que era un hombre amante delos silogismos, seguramente hizo un razonamiento sencillo: “muerto el perro se acabará la rabia”. El fusilamiento de Manuel Erdoíza y los Carrera terminó con las revueltas. Pero, lastimosamente, también fue el golpe de gracia que determinaría la extinción definitiva de la Lautaro en Sudamérica. Belgrano y San Martín supieron que los días de gloria habían terminado. Los revolucionarios chilenos participaban de una corriente paralela a la de San Martín y O´Higgins. Tenían un plan muy diferente. Sin embargo, resultaron ser masones.
Por esta controversia, persiste aún la duda respecto a la distinción entre “masones” y “lautarianos”. ¿Cómo reaccionó la Masonería respecto al Incidente Monteagudo? Es probable que existieran quienes se preguntaban: ¿eran ambas órdenes la misma cosa?
En ese sentido podemos decir que poco o nada tenía que ver la Masonería con la agrupación digitada por Miranda. Su postura ante la fe cristiana separaba taxativamente a ambos grupos. Demostrado está que los“lautarianos” tenían vínculos muy sólidos con el catolicismo. En cambio, la Masoneríadesarrolló modelos de pensamiento laicos.
Pese a todo, en los duros tiempos que sobrevinieron al encarcelamiento de Miranda en Venezuela, ambas logias terminaron colaborando entre sí. Fueron solidarias y se reconocieron mutuamente como hermanadas por ideales superiores.
Ahora bien, el tiempo pasó y la verdad es que después de muchos golpes, alguna clase de miedo llevó a la Masonería a pensar algo que hasta la muerte de los independentistas chilenos, nadie quería enfrentar. ¿Podían los masones sufrir la misma erosión social que la Lautaro?
Monteagudo escapó a Perú, pero al cabo de unos pocos años, alguien lo asesinó. Tal vez fueron los independentistas de la corriente de Erdoíza, representados por el cuchillero Candelario Espinosa. Se dijo también que fue un crimen pasional. Ambos hombres frecuentaban a la misma mujer, Juanita Salguero. La historia se mantuvo en silencio hasta hoy. La verdades que la Lautaro murió definitivamente y la Masonería se desentendió del asunto. Nadie quiso nombrar otra vez el incidente Monteagudo y la investigación se cerró prematuramente.Los últimos integrantes de la Masonería que protegieron a la Lautaro terminaron por enmudecer, haciéndose permeables a algunos círculos de la aristocracia porteña que buscaban novedades.
Poco a poco, los movimientos ocultos perdieron fuerza. Instituciones como el Jockey Club en 1882, el Rotary en 1905 y los Leones en 1917, sustituyeron de alguna manera a lo que alguna vez habían sido las órdenes secretas de mayor furor entre nuestros próceres.
“La Logia Lautaro ya no existe”, afirmarían los intelectuales porteños a mediados del siglo XIX. Es verdad que habría un resurgir de su nombre en los días de la presidencia de Julio Argentino Roca, entre 1880 y 1886. Pero nada de aquello tenía conexión con los verdaderos “lautarianos”.
Nada quedó de esos principios intelectuales y políticos más que un vago recuerdo. Algunas pocas reapariciones de los llamados Masones Aceptados del Mundo comenzaron a atraer a una nueva clase de público, sin generar grandes corrientes políticas. No mucho más que los Rosacruces o las fraternidades universitarias.
Monteagudo, por otro lado, sigue esperando que alguien devele las verdaderas razones por las cuales su cuerpo fue cruelmente acuchillado.