¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Miércoles 29 De Marzo
Todo empezó con una medida gobernamental. Cuando el ministro del Interior, el radical Hortensio Quijano, futuro vicepresidente de Perón, levantó el 8 de julio de 1945 el Estado de Sitio ordenado por el presidente Castillo, la olla empezó a hervir. Coincidente con la rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial, los partidos políticos salieron con los tapones de punta a festejar la derrota del Eje, que tenía sus simpatías entre los militares golpistas en el poder, y, exigieron el retorno del derecho y las elecciones. Enfrente, la alianza nacionalista se ocupaba de los desmanes y los heridos. Ese cálido invierno el coronel Perón observaba regulares manifestaciones de obreros frente el despacho de la Secretaría de Trabajo y Previsión, instalada en otrora símbolo de la aristocracia -y corrupción- porteña, el Concejo Deliberante. Y no solamente marchaban los sindicatos aliados, Comercio y Carne primero, sino que eran la mayoría de los trabajadores que empezaban a ser reconocidos por una sociedad que los había ninguneado. Basta comparar nomás el crecimiento exponencial de la rentabilidad del empresariado, beneficiarios estatales de las políticas de sustitución de importaciones, y sueldos que rondaban los cien pesos, sin movilidad desde 1930, cuando un vestido costaba 55. Ni hablar de las rentas exorbitantes de los terratenientes tras los entreguistas acuerdo Roca-Runciman (1933) y que se oponían al novedoso Estatuto del Peón, que era una tenue codificación laboral y que derivaba, en la realidad, en magros salarios. “Hablen tranquilos, ¿cuál es el problema?, hablá vos Tedesco”, le decían al fundador de la Asociación Obrera Textil, Mariano Tedesco, “¿Usted es Tedesco?. Hijo de italianos, ¿no? “, respondía el coronel Perón, que atendía en persona a los trabajadores, ya vicepresidente de facto de la Nación, tal su estilo, y como lo haría después Eva Perón, “Sí, coronel/ ya me parecía, ¿qué pasa Tedesco?/Muy sencillo, coronel: mucho laburo y poca guita/Eso está claro, ¿dónde?/Trabajamos de noche en…Nos pagan 3 pesos con treinta cada noche/¡Qué barbaridad! Enseguida lo arreglamos. Haré llamar a los dueños de la fábrica para que se haga un convenio de parte con ustedes ¿Cuánto quieren ganar?/Nos tiramos a 3 pesos con 33 centavos pero los justo sería 3.50 la noche/Todo va a andar bien. No puede ser que todavía se explote así a los trabajadores/Gracias, coronel/Tedesco, usted quédese. Los demás pueden irse y tengan confianza”, cerraba Perón con un nuevo acuerdo con las bases en puerta. Pero también con unos trabajadores que no eran ningunas marionetas de un maquiavélico militar ni tampoco unos delirantes en sus reclamos…pedían veinte centavos de aumento. Habían aprendido a los golpes a moderar los reclamos, las duras lecciones de la Semana Trágica (1919)y las masivas detenciones, y torturas, de la policía picana en mano, tras la caída de Yrigoyen. Incluso lo más combativos como los operarios de los frigoríficos del Sur de Cipriano Reyes, una de las espaldas anchas del naciente peronismo, luego perseguido, torturado y encarcelado por los mismos peronistas. En las palabras claras de Enrique “Mordisquito” Santos Discépolo, el inmortal autor de “Cambalache”, “Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo, yo no lo inventé a Perón…ni a Eva Perón…ni a su doctrina. Ellos nacieron de una reacción a tus malos gobiernos. Nos trajo, en su defensa, a un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un largo camino de miseria. Nacieron de vos, por vos y para vos”, cerraba el poeta de Buenos Aires en algo que, salvando las distancias, es el mismo cuento de siempre: había miles de grupos como The Beatles en Liverpool, incluso mejores, pero ellos con su talento estaban sonando a la hora señalada de la Historia.
Nada hacía preveer el 17 de octubre. Al menos en los máximos dirigentes nacionales. Mientras el líder radical Amadeo Sabattini desechaba una a una las propuestas de Perón de una coalición popular y transversal por una salida democrática, “no sé qué más ofrecerle al tanito de Villa María”, decía resignado el coronel, la “Marcha de la Constitución y la Libertad” reunía cien mil personas el 19 de septiembre de 1945. Ni la huelga de los tranvías melló la masividad que cantaba “Con tranvía o sin tranvía, hoy quedaron en la vía” o “A -presidente de facto- Farrel y Perón, hoy le hicimos el cajón” bajo las figuras de San Martín, Sarmiento y, un gigantesco, Roque Sáenz Peña, impulsor del voto obligatorio aunque no democrático ya que excluía a las mujeres y los inmigrantes. Otras curiosidades, además de ver a comunistas, socialistas, empresarios y terratenientes del brazo, fue la presencia del embajador Braden, “la voz de la libertad se hace oír en esta tierra, y no creo que nadie logre ahogarla”, palabras de un funcionario norteamericano dichas bajo Sáenz Peña, uno de los políticos argentinos que más se opuso a la presencia de Estados Unidos en el Continente. Un frustrado golpe de Rawson a sus mismos compañeros golpistas del 43 y la toma de las universidades, foco de la “resistencia civil” que sería brutalmente reprimido en un triste anticipo de La Noche de los Bastones Largos (1966), hacían parecer a fin de mes que los militares tenían los minutos contados y que el “nazi” de Perón se eclipsaría de una buena vez, alguien además al que hacían culpable de todo, desde el Estado de Sitio de nuevo implantado -algo que el mismo Perón desaconsejó según Felix Luna- hasta el asesinato del estudiante Salmún Feijóo.
Y las “sectores pensantes” lograron el primer objetivo con la renuncia de Perón a todos sus cargos en el día de su cumpleaños 50, en ese momento justificada por la designación “inconsulta” de un cercano de Evita en la secretaría de Comunicaciones, Oscar Nicolini. Ese 8 de octubre de 1945 renuncia alegando a sus camaradas “evito un derramamiento de sangre”, con fuerzas de Campo de Mayo a punto de marchar sobre la desprevenida ciudad, unas palabras que repetiría en su derrocamiento diez años más tarde. En las calles del país se sucedieron manifestaciones a favor y en contra de Perón, y ese 9 de octubre nacía el país peronista. Por su parte los estudiantes cantaban el himno frente a la casa del presidente de la federación universitaria. Y fueron nuevamente reprimidos.
Varios historiadores, de las más variopintas tendencias, coinciden que en esa semana ocurrió una tragicomedia. Jefes y oficiales militares imaginaban una rocambolesca sucesión con la Corte Suprema o una alianza explosiva con los radicales intransigentes de Sabattini. Volvieron viejas figuras decididamente antiobreras y rancios conservadores a la Casa Rosada. Se encarga al procurador de la Corte, el circunspecto Juan Álvarez, la conformación de un ministerio que enfríe la presión de las clases medias y altas. Eva y Perón hacen planes de retiro en Chubut. Nadie sabía “lo que hacer”, diría Niní “Catita” Marshall. El pueblo, sí. Porque apenas comprendieron que la mayoría de los 20 mil decretos que entre 1944-1945 habían salido de la firma de Perón, la entrada de la Argentina a los derechos civiles y del trabajo del siglo XX, iban a ser tumbados uno a uno, se organizaron en las redes que venían cimentando sindicalistas, antes socialistas y anarquistas. Son los que escuchan el defenestrado coronel, a quien dejan hablar en cadena por la radio (sic), “dejo firmado la -novedosa- implantación del salario mínimo vital, básico y móvil…recordar que la emancipación de la clase obrera está en el propio obrero. Estamos en una batalla que ganaremos, porque el mundo marcha en esa dirección…Venceremos en un año o en diez, pero venceremos…no voy a decirles adiós, les digo hasta siempre -otra curiosidad, Perón en el exilio de Madrid tenía un retrato a carbonilla del Che Guevara-“ Farrell y su ministro de facto Ávalos, en medio de un golpe dentro del mismo golpe y un imposible llamado a elecciones, detienen a Perón en el Tigre, y lo trasladan a la isla Martín García, encarcelado en el mismo sitio que el popular presidente Hipólito Yrigoyen. Y lo convierten en mártir.
Dirigentes obreros esperaron ese sábado 13 al general Mercante, mano derecha Perón, con sus columnas predipuestas en cada rincón del Gran Buenos Aires. Crítica titulaba “El coronel Perón ya no constituye un peligro para el país” Por debajo corría un reguero insospechado para los periodistas, intelectuales, aristocracia, políticos y los militares, y que iba desde los cañaverales de Tucumán a las fábricas de Córdoba. Allí Sabattini, el Peludo chico, le decía a un preocupado y perplejo Arturo Frondizi, “A Perón lo he sacado de un ala…deje que haya un gobierno conservador: el camino a Córdoba va ser chico para las fila de coches de la gente para venir a verme!” Lo que empezaban a quedar angostas eran las calles con trabajadores, no en coche, sino en tranvías y camiones que cruzaban la general Paz y el Riachuelo, alentados por la huelga que declara a regañadientes la Confederación General del Trabajo para el 18 de octubre.
Los trabajadores de la carne de Rosario le dicen a los tibios dirigentes que la movilización se producirá con ellos, o sin ellos, por el “estado emotivo de las calles” Ramón Tejada, un humilde ferroviario, cuando aún se reunía la CGT en la Unión Tranviaria Automotor de la calle Moreno, decía “por más que le demos vuelta al asunto, si declaramos la huelga general, esta será por la libertad del coronel Perón, porque reclamando su retorno al gobierno estamos defendiendo nuestras conquistas” Mejor análisis político, imposible. Los que no tenían dudas, los cabecitas negras, los descamisados, empezaban a meter las patas y el corazón en el plato nacional en aquel amanecer del 17 de octubre de 1945.
Tal vez el único antecedente fue la defensa a Saavedra en la Plaza de la Victoria -actual Plaza de Mayo- por los gauchos y mulatos en 1811. O las marchas espontáneas de los negros en festejo a las victorias diplomáticas de Rosas frente a ingleses y franceses. Farrell ordena trasladarlo a Buenos Aires porque era “una ilusión, una esperanza” para los miles que empezaban a colmar la plaza, otrora bastión de la que se empezaba a llamar “oligarquía” Y Perón queda a la expectativa, silencioso, en el Hospital Militar. En la calle Posadas, Eva Perón que hace un par de días nada sabía de su esposo, camina por las paredes. Arturo Jauretche, el pensador que fue un compañero crítico del peronismo, recordaba la realidad en Gerli, “¿Qué hacemos mañana, doctor?”, preguntaba un nervioso correligionario de FORJA -una tendencia nacionalista del radicalismo-, “Mañana, ¿qué pasa mañana?” respondía con sorpresa el autor “Manual de zonceras argentinas” (1968), “Y…la gente se viene para Buenos Aires…no los para nadie…están todos con Perón/Y quién organiza eso/Qué sé yo…nadie…todos…¿qué hacemos nosotros?/Mirá, si es así, cuando la gente salga ¡agarrá la bandera del comité y ponete al frente!”, cerraba asegurando que ese dirigente que reunía treinta votos en Avellaneda, cruzó el Puente Puyerredón a la madrugada con mil obreras y obreros, y con la sonrisa del doctor Yrigoyen.
La ciudad volvía a su alma criolla, negra, en un espíritu carnavelesco que los porteños, a la par que cerraban postigos, describirían de una murga. Bailaban y cantaban mujeres, niños y hombres bajo un solo nombre: “Perón no es comunista/Perón es hijo del pueblo/y el pueblo está con Perón”, recordaría Leopoldo Marechal. Pocos sabían que el mismo Perón reconocía que a veces “les hablo un poco en comunista”, una idelogía en sus antípodas, porque pensaba que era el único discurso que entendía el obrero. No importaba. Porque a la retórica Perón le había sumado hechos concretos que se visualizaban en vacaciones pagas, unos pocos días al principio, y la ropa para la primera comunión hecha a medida, pagada en cuotas, y no de un abuelo.
Perón repetía a cada rato sus colaboradores, a su Eva por teléfono, “che, son muchos” y demoraba la decisión de partir a la Casa Rosada ante el pánico de los militares y los políticos, que empezaban a entender de qué se trataba. El radical Scalabrini Ortiz anotaría, “hermanados en el mismo grito, y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevada… lo que yo había soñado e intuído durante muchos años estaba allí presente, corpóreo, tenso… eran los hombres que están solos y esperan, y que iniciaban su tarea reinvindicación”, parafrasendo su título fundamental de la literatura argentina.
Medio millón de personas recibieron a las 23:10 al coronel Perón a punto de entrar en la Historia, no solo argentina, sino del mundo. Un mar de personas de carne y hueso, muchos que se ponían ropa nueva porque iban a un desconocido "Centro", miraban extasiadas a su amado líder en libertad pero sabían que ese triunfo también era de ellos. “¡Trabajadores!” fue la primera vez que Perón utilizó esa palabra en un discurso, y que fue más que nada una charla uno a uno. Porque iba hilvanando las frases con las gritos y vítores que valoraban su acción en el secretaría laboral como “el primer trabajador argentino” El líder anunciaba que ese día era el “renacimiento de la conciencia de los trabajadores” y que fueran “más hermanos que nunca” Y con un giro tanguero hacia el final que “los abrazaba como abrazaría a mi madre. Porque ustedes han tenido los mismos dolores y los mismos pensamientos de mi pobre vieja…y recuerden que hay mujeres obreras que han de ser protegidas aquí, y en la vida, por los mismos obreros” Y cumpliendo la promesa de solicitar una ordenada desconcentración, Perón enfatizó que retornen pacíficos a sus casas no sin antes “yo quiero pedirles que se queden quince minutos más para llevar en mi retina el espectáculo grandioso del pueblo” Fueron retornando cansados pero felices a los suburbios porteños, y del Conurbano, sin desmanes. A veces se encontraban con columnas rezagadas que querían alcanzar la plaza antes de la medianoche, otras con balas de los jóvenes de familias patricias, tal cual quedó registrado en los oficios policiales. Perón partía a San Nicolás para descansar con Eva ¿Se acuerdan del procurador de la Nación? Entraba en medio del discurso de Perón a la Casa Rosada llevando la lista de potenciales ministros encomendada. Y una vez más dejaba demostrada la grieta que a muchos dirigentes argentinos los separa de la realidad. Y de su pueblo.
Fuentes: Luna, F. El 45. Buenos Aires: Jorge Álvarez Editores. 1968; James, D. Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina. Buenos Aires: Siglo XXI. 2010; Reyes, C. Yo hice el 17 de octubre. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1984; Chávez, F. Perón y el peronismo en la historia contemporánea. Buenos Aires: Oriente, 1975
Fecha de Publicación: 17/10/2020
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