¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónDurante los primeros meses de 1795, Buenos Aires fue testigo de un extraño episodio. El virrey Arredondo, molesto por los vientos de libertad que venían de Europa, interrogó en su propia casa a un hombre al que muchos denominaron “el primer revolucionario”. En los años que había durado el mandato de Arredondo, la ciudad creció notablemente. Los antiguos empedrados de las calles cercanas a Balcarce y Defensa se terminaron extendiendo hasta la Aduana. Por fin los transeúntes y los carros podían circular por la zona mientras llovía. Además, cuestiones de seguridad interior llevaron al virrey a amurallar la ciudad de Montevideo. Del mismo modo instaló tres campos de vigilancia en el puerto de Santa Fe. Un acercamiento progresivo a las familias estancieras del Río Salado, Cruz Alta, Arroyo del Monje, Barrancas, Bragado y Las Lomas, le permitió cerrar ciertos acuerdos muy favorables con la industria ganadera. Tan bien le fue que llegó a tramitar una serie de programas de apoyo de la corona española a fin de impulsar la actividad comercial.
Pero su intensa gestión tenía un objetivo que iba más allá del bienestar común. Buscaba combatir cualquier tipo de levantamiento y, aprovechando las condiciones propicias creadas por su gobierno, tomó una serie de medidas legales prohibiendo todo tipo de reuniones sospechosas. Es decir, eventos donde pudieran infiltrarse los grupos revolucionarios. Por ser el virrey, tenía el privilegio de interrogar a cualquier sospechoso sin necesidad de consultar al soberano de España, que en aquel tiempo era Carlos IV.
Seguramente, este recurso lo convertía en alguien peligroso para la incipiente revolución que surgía en el seno de Buenos Aires. Unos personajes muy particulares desembarcaron en 1788 llegados de Europa: los masones. Arredondo los conoció en las batallas que había librado para el rey Carlos contra Francia. Dueño de semejante conocimiento, inmediatamente fue trasladado a Buenos Aires. Su mandato como virrey comenzó el 4 de diciembre de 1789. La corona española necesitaba a Arredondo en el Río de la Plata porque en mayo de ese año los masones que él mismo había combatido terminaron haciendo arder la Bastilla en París. Una serie de revoluciones impulsadas en Europa estaban minando el poder de la nobleza alrededor del mundo.
La Masonería tenía oscuros orígenes. Se trataba de un grupo que ocultaba sus métodos de ingreso, ascenso y egreso. Por lo tanto inquietaba enormemente a quienes no podían acceder a él. Lo más interesante es que surgió en el siglo XII como un gremio. Los antiguos canteros y constructores de catedrales góticas, por razones prácticas, únicamente abrían las puertas a sus aprendices. En francés, “maçon” quiere decir “albañil”. Con el tiempo la formación de estos albañiles se hizo más sofisticada y la Masonería se convirtió no sólo en un espacio de formación técnica “donde se hacía carrera”, sino en una escuela donde se hablaba de temas universales. Pasado el tiempo, tomando el carácter de Logia, terminó transformándose en refugio de grandes intelectuales y políticos. Sin embargo, no fue hasta el siglo XVIII que la Masonería vio surgir en su seno a los primeros revolucionarios de la modernidad. Eran capaces de convertir cada rincón del mundo en una Bastilla Tomada. Cada capital podía arder como París. Tan poderosos llegaron a ser los masones que, pensando que la corona británica podía transformarse en un peligro para la liberación del Nuevo Mundo, financiaron la independencia americana y vencierona los ingleses en el Atlántico Norte. Semejante historia no le resultó simpática al rey de España, que había prohibido el pensamiento masónico de Montesquieu, Rosseau, Voltaire y Diderot en todas las tierras del Virreinato. En alguna parte de él, imaginaba que España y Gran Bretaña eran los únicos baluartes capaces de escapar de los tentáculos de aquel extraño poder oculto.
El viernes 2 de enero de 1795, en el puerto de Buenos Aires, Juan José Castelli y Nicolás Rodríguez Peña recibieron a aquel supuesto masón que Arredondo interrogó en su casa. Traía un libro oculto entre sus cosas. Dejó ese libro en manos de Castelli sin mirarlo a los ojos y siguió de largo. Fue en ese instante, entre el tumulto portuario, que los hombres de Arredondo secuestraron al masón. Ese hombre fue al que llamaron “el primer revolucionario”, que entonces era como decir “el conspirador por antonomasia”. Pero Castelli y Rodríguez Peña, al instante de recibir el libro, escaparon corriendo más allá de la Aduana. Agitados, llegaron al bosque que daba al río. Tenían en sus manos la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Redactada por los masones franceses, se convirtió en el manual de los primeros grupos independentistas porteños. La Logia Independencia, la Federal, la Logia Lautaro en la que además entró San Martín… Todas se desarrollaron cuando el virrey dejó de tener influencia. En sus días de gloria, revisaba con obsesión las listas de pasajeros de todas las embarcaciones en busca de sospechosos. Hasta Manuel Belgrano llegó a ser increpado alguna vez en la Recepción del Consulado Real de España en el Río de la Plata, que hoy se puede ver detrás de la Casa Rosada.
Pasó un tiempo y el pueblo porteño no volvió a tener noticias de la presencia de aquel posible revolucionario interrogado en la casa del virrey. Se hizo un gran silencio al menos hasta que llegó el mes de marzo. Llovió mucho esa temporada. Los días eran inestables. El agua a veces se arremolinaba y la sudestada juntaba camalotes en la costa. Pero ese 21 de marzo la tormenta no dio tregua. Tan siniestra resultó, que el agua bajó al Río de la Plata manchada de sangre. Sí, frente al río, volviendo del Consulado Real, el virrey Nicolás Antonio de Arredondo y Pelegrín se las arregló para escapar de una emboscada. Aún conservaba una importante carta que el rey Carlos IV le había enviado desde Madrid. Trasladó en sus propias manos el sobre lacrado hasta el Cabildo casi con veneración. La humedad parecía desgastar las paredes de las intendencias construidas alrededor de la actual Plaza de Mayo. De los diez guardias que lo acompañaban quedaron dos. Arredondo no podía perder tiempo. Los masones ya estaban por todos lados. Tal vez querían vengar al “primer revolucionario”, matando y haciéndose matar por un ideal que aún no se concretaba.
Una vez que se reunió con su esposa en la casona de la calle Balcarce, le habló diciéndole que prefería buscarle un lugar más seguro, lejos de su lucha contra “el mal”. Rompió el sello rojo de lacre de la carta del rey de España y, sin sentarse siquiera, leyó cada palabra a la luz de las velas. Quedó mudo. Carlos IV le pedía urgentemente volver a España. Pero los masones seguirían en Buenos Aires. No sabemos con exactitud si aquellos grupos de jóvenes eran claramente idénticos a los masones de la Revolución Francesa, pero sí podemos decir que estaban muy en contacto con aquellas mismas ideas de igualdad, libertad y fraternidad que inundaron París al son de la Marsellesa. Ahora bien, ¿qué le estaba pidiendo su majestad a Arredondo? ¿Por qué volver ahora, en plena lucha contra los grupos que operaban desde la clandestinidad?
Paradójicamente, Juan José Castelli y Nicolás Rodríguez Peña resultaron ser los únicos que sabían la respuesta. Parece que junto a la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, los masones franceses habían adosado para los revolucionarios argentinos una copia secreta del informe del rey de España. La noticia era impactante. Londres apoyaría a Madrid en su lucha contra Francia trayendo barcos a Buenos Aires. Arredondo abandonaría el continente. Los ingleses querían en su lugar a un virrey más dócil.
El virrey dimitió por orden de Carlos IV y murió en España en 1802, cuatro años antes de las invasiones inglesas. Los virreyes Melo, Olaguer y del Pino resultaron sorprendentemente útiles a los fines de los ingleses. Gran Bretaña no fue capaz de respetar el trato con Carlos. Lo que originariamente fue un apoyo a la corona española se convirtió en una invasión a partir de 1806.
Si querés leer las entregas anteriores de las Crónicas de la Argentina desconocida, clickeá en los siguientes links:
I Argentina: la historia que no conocemos
II ¿Sabías que vivimos en el reino del Milodón?
III La universidad de los cazadores prehistóricos
IV El primer idioma que se habló en Argentina
V Las momias mejor preservadas de la historia están en Salta
VI El imperio donde no se ponía el sol
VII La Pocahontas argentina
VIII Elcano vs Magallanes: en 2019 se cumplen cinco siglos de dudas
IX Las voces de los ángeles
Fecha de Publicación: 24/03/2019
¿Por qué expulsaron a los jesuitas?
Elcano vs Magallanes: en 2019 se cumplen cinco siglos de dudas
El imperio donde no se ponía el sol
Las momias mejor preservadas de la historia están en Salta
¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónNo hay comentarios
Comentarios
Bajo el lema “Aprendizajes y desafíos de la agenda regional”, ya se encuentra abierta la inscripción...
Este evento regresa con una propuesta moderna y renovada hasta el 8 de octubre. Fue declarado de int...
Desde el 13 octubre, en Salta y San Juan, te podés inscribir en las Residencias Serigráficas de la F...
La Patagonia Rebelde, La Nona y El Loro Calabrés, solamente tres títulos del enorme Pepe Soriano que...
Suscribite a nuestro newsletter y recibí las últimas novedades