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Sarmiento canta ciento y una en educación y función pública

Más editoriales de los hombres y mujeres que hicieron el país. Sarmiento, polémico, desaforado, defendiendo la educación popular y los deberes de funcionario. Polémica con Alberdi.

Editorial
Domingo Faustino Sarmiento

Eran dos gigantes que el destino y las convicciones quisieron enfrentar una y otra vez. Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi. Alberdi y Sarmiento. El Ausente y el Loco. La admiración mutua, la resistencia a Rosas y el centralismo porteño, los había acercado en Montevideo y Santiago de Chile. Pero en el exilio, matizado con diferentes actitudes controvertidas, publicista Sarmiento del expansionismo chileno y Alberdi brindando por el Restaurador de las Leyes en 1847, fueron acendrando las diferencias, que estallarían con las esquirlas de la batalla de Caseros. En 1853 coincidieron en Chile, Sarmiento y Alberdi, irreconciliables.

Domingo Faustino Sarmiento

Alberdi daba a conocer en el país transandino sus famosas “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, piedra filosofal del texto constitucional, y era funcionario plenipotenciario de la naciente Confederación, lapidando a los porteños. Sarmiento, que había hecho la campaña del autodenominado Ejército Grande que batió a Juan Manuel de Rosas, veía con desagrado que los viejos unitarios, los federales porteños y el rosismo se perpetuaban en el bastión sedicioso de Buenos Aires, sentados en el Puerto y la Aduana, ante la aparente impericia de Justo José de Urquiza. Pero más molestaba al impetuoso sanjuanino que el primer presidente constitucional hacía oídos sordos a sus planes organizacionales con el eje en una Buenos Aires nacional. Y, el provinciano Sarmiento, de buenas a primeras, el federal y americanista de Argirópolis (1850), pasa despechado a convertirse en defensor acérrimo de la Reina del Plata.  Contra los “trece ranchos”.

De las “Las ciento y una”, la demoledora respuesta de Sarmiento a las críticas de Alberdi en 1853, seleccionamos dos fragmentos, casi editoriales, del pensamiento sarmientino de inoxidable actualidad. En el espíritu democrático que propugnaba el Padre del Aula, “ilustrar la opinión y no dejarla extraviarse por ignorar la verdad y no saber medir las consecuencias de sus desaciertos”; opiniones que pueden y deben tener sus diferencias, pero deberían anhelar la unidad de la Patria.

Domingo Faustino Sarmiento

“Federal-unitario ecléctico panteísta”

"¡Y no ha habido en Valparaíso un hombre de los que pertenecen a la multitud de frac que le saque los calzones a ese raquítico, jorobado de la civilización, y le ponga polleras, pues el chiripá, que es lo que lucha con el frac, le sentaría mal a ese mentecato que no sabe montar a caballo; abate por sus modales; saltimbanqui por sus pases magnéticos; mujer por la voz; conejo por el miedo, eunuco por sus aspiraciones políticas; federal-unitario ecléctico panteísta, periodista-abogado, conservador-demagogo, y enviado plenipotenciario de la República Argentina, la viril, la noble, la grande hasta en sus desaciertos" eran las delicadezas que disparaba Sarmiento contra Alberdi en la prensa chilena de “El Nacional” en enero de 1853, luego recopiladas en “Las ciento y una” de sus “Obras Completas” (1893). Eran en respuesta a “Cartas quillotanas” alberdianas de unos meses antes, a la vez, que demolían los argumentos de Sarmiento contra Urquiza en otra carta famosa, “Carta de Yungay” del 13 de octubre de 1852.

Alberdi escribe en la comodidad de una quinta en Quillota, Chile, que servía de base de operaciones a los argentinos que apoyaban el nuevo orden de cosas orientado desde el Palacio San José de Entre Ríos. Celebrando costosa cenas y brindis pagados por los “arruinados argentinos”, denunciaba Sarmiento. “Son los argentinos los únicos hombres del mundo que, fingiendo un entusiasmo perenne, están vivando iniquidades o zoncerías, mientras que mueren realmente en la obscuridad y la inutilidad de sus revueltas", describía Sarmiento distanciado del proyecto político que con su arma y su pluma había edificado, enfrentado a los caudillos, varios rosistas, que ahora notaba con horror cómo Urquiza confirmaba en las gobernaciones de las provincias.

Desde Yungay, también en Chile Don Domingo, aunque Sarmiento perseguido por el gobernador de su provincia Nazario Benavídez –contra quien se levantó en noviembre de 1852 y alabaría su asesinato en 1859-, publicaría “Campaña del Ejército Grande”, que en resumen culpa a la negligencia y ambición de Urquiza por la realidad de un país dividido, tratando la campaña que acabó con Rosas, y tras la –previsible- separación de Buenos Aires de la República, el 11 de septiembre de la República.

Domingo Faustino Sarmiento

Alberdi, polémico       

Varios son los puntos que dirimen Alberdi y Sarmiento en estos dos textos fundamentales de la política argentina, que incluyen comercio, leyes, literatura, educación y hasta el ejercicio del periodismo. La virulencia de 1852 no parece muy distinta a la de 1945 o 2022. Surge sin embargo en el interés contemporáneo la mirada de Alberdi en “Cartas quillotanas”, adalid del liberalismo argentino, sobre la educación y la formación de ciudadanos, “Sus escritos ajenos a la política, sus escritos sobre la instrucción, que son los más serios y más dignos, ¿le darían la competencia de hombre de estado? Lo que es ajeno a la política no puede hacer hombres políticos. Esos trabajos le hacen merecedor de su asiento en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile, pero la pedagogía no es la ciencia del publicista, ni las humanidades hacen ministros de estado –habla de Sarmiento, cuyos textos pedagógicos reivindica la educación normalista aún persistente-.

La enseñanza ha dado a luz más de un hombre público, es cierto; pero es la alta enseñanza política, la profunda enseñanza histórica, que dio a Guizot el derecho de gobernar esa Francia tan bien explicada por él, no la instrucción primaria, que apenas es la preparación a la enseñanza. Saber leer y escribir es ponerse en aptitud de empezar a educarse. La instrucción primaria es a la educación lo que es tener un escoplo a saber la carpintería. Usted mismo ha reconocido que su libro de educación primaria llevaba impropiamente el ponderativo título de educación popular.

Su libro es la obra de un hombre de bien, pero no el trabajo de un hombre de estado. Costeado por el Gobierno de Chile, nada le debe por él la República Argentina; y hasta hoy no ha producido una institución práctica ni allá ni aquí. Debiendo ser la conducta del autor el mejor comentario de su obra, recuerde usted que la agitación demagógica no es la educación que requiere la juventud de estas infelices repúblicas.

Por lo demás, observaré, no en perjuicio de usted sino en bien de nuestro país, que más necesita de escolares que de escuelas nuestra América desierta; y más bien medios de emplear el tiempo sobrante que métodos para abreviarlo sin necesidad. Mucho podrá deber al alfabeto, pero más falta le hacen hoy la barreta y el arado. Esta es la educación popular que necesitan nuestras repúblicas, y por cierto que ella no se toma en la guerra civil”, asevera el tucumano, convencido del daño irreparable de cualquier confrontación entre hermanos. Alberdi, quien calificaría a la Guerra contra el Paraguay como Guerra de la Triple Infamia. Y a los argentinos, en especial a los políticos, que “no sabían qué era el liberalismo”.

Agarrate que responde Sarmiento

“Esas son vuestras BASES de Constitución? ¿Esa la palanca de organización y progreso?”, ataca furibundo Sarmiento esta subordinación de la educación a la economía, en Alberdi, “¡Para manejar la barreta se necesita aprender a leer, abogado Alberdi! En Copiapó se paga 14 pesos al barretero rudo, palanca de demoler ciegamente la materia; y 50 pesos al barretero inglés que, merced a saber leer, se le encomiendan las cortadas, socavones y todo trabajo que requiera el uso de la inteligencia. ¡Para manejar el arado se necesita saber leer, periodista-abogado! Sólo en los Estados Unidos se han generalizado los arados perfeccionados, porque sólo allí el peón que ha de gobernarlos sabe leer. En Chile es imposible por ahora popularizar las máquinas de arar, de trillar, de desgranar el maíz, porque no hay quien las maneje, y yo he visto en una hacienda romper la máquina de desgranar en el acto mismo de ponerla en ejercicio…Deshonradme en hora buena; pero no toquéis la educación popular, no desmoronéis la escuela, este santuario, este refugio que nos queda contra la inundación de la barbarie, que eleváis a sistema americano, a palanca de progreso”, argumenta el sanjuanino, a la postre el impulsor de la Ley de Educación Primaria común, gratuita y obligatoria de 1884, ejemplo de alfabetización y cultura en el mundo. Y cita a un pedagogo norteamericano, “Seríamos infieles a nosotros mismos, infieles a la causa de la libertad, de la civilización y de la humanidad si descuidásemos el cultivo de aquellos medios por los cuales sólo podemos realizar las esperanzas que hemos excitado. Estos medios son la educación universal de nuestros futuros ciudadanos, sin distinción ni diferencia. Dondequiera que en entre nosotros exista un ser humano con capacidades y facultades que puedan ser desenvueltas, mejoradas, cultivadas y dirigidas, las puertas de los conocimientos deben estarle de par en par abiertas, y proporcionársele toda clase de facilidades para que entre sin restricción por ellas” Por esta defensa de la educación popular, Sarmiento merece ciento y un monumento.

“Debe resistir a las seducciones del momento”

 “Yo no soy hombre de Estado, y si he deseado serlo, si lo esperé a lo lejos, desde que me acerqué al jefe del gobierno presunto de mi país, comprendí a la primera inspección que yo, en mi capacidad propia, no podía ser consejero ni sostenedor de la política que veía en germen, sin dejar de ser yo el hombre público que mi país conocía. ¿Nunca llegará el caso de que yo sea en ejercicio efectivo un hombre de Estado? Pudiera ser; pero eso no establece a priori la incompetencia que usted ha querido probar en sus hipócritas e insidiosas cartas”, diría Sarmiento contestando las quillotanas. Domingo, sin estudios formales, periodista y escritor, presidente de los argentinos, funcionario y legislador en varias oportunidades, pese a los vaticinios –y esperanzas- del amigo Alberdi.

Y anota un decálogo que suena de feroz actualidad para un hombre de Estado: “Un hombre de Estado debe tener el deseo, el intento fijo, permanente de llegar a serlo, viviendo para ello en la vida pública. Debe tener persistencia en sus miras, y consagrarles la vida entera.

….

Debe resistir a las seducciones del momento, a la perspectiva inmediata de empleos y de expectabilidad, si prevé que a nada de lo que desea hacer prevalecer conduciría darse prisa.

Debe inspirar tal confianza en la sanidad de sus miras que en el momento de la acción la confianza implícita del público desarme las resistencias que están dispuestos siempre a poner los otros hombres de Estado y los traficantes como usted (sic).

Debe considerar los hechos presentes como medios, y no como objeto de la política, que está en asegurar el porvenir de un Estado, sin descuidar su presente; no debe, por tanto, a la generación actual pedirla que se inmole al porvenir; ni tampoco que se someta y subyugue a los hechos presentes sin resistirlos”

Quien quiera oír, que oiga.

 

Fuentes: Alberdi, J. B. Sarmiento, D. F. Cartas Quillotanas / Las ciento y una. Buenos Aires: emecé. 2011; de Gandía, E.  La réplica de Sarmiento en www.bdigital.uncu.edu.ar; García Hamilton, J. I. Cuyano alborotador. La vida de Domingo Faustino Sarmiento. Buenos Aires: Sudamericana. 1997

ImágenesMinisterio de Cultura

Fecha de Publicación: 11/09/2022

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