¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Sábado 01 De Abril
El Valle de Tecka en Chubut en 1903 eran un terreno inhóspito y desolado de la Patagonia. Hace cien años ni siquiera figuraba en mapas. En ese rincón participaba de una ceremonia mapuche el envejecido cacique Valentín Sayhueque, otrora poderoso monarca del País de las Manzanas, la vasta región de Río Negro. Cacique a quien el General Roca había nombrado Gobernador, poco antes de arrollar a su pueblo en la autodenominada Conquista del Desierto. Los paisajes pedregosos nada remitían al verdor y el bullicio de tolderías de las riberas fértiles, unas 50 mil personas poco antes del fatídico 1879, y donde su pueblo durante siglos vivió en comunidad, hasta la llegada de los españoles y los criollos. Huincas, raza blanca, que comerciaban, y explotaban en dosis iguales, a los pueblos originarios. Algunos del otro lado de la cordillera que una vez se atrevieron regalar a Sayhueque la bandera chilena. Y el gallardo patagónico la rechazó enérgico diciendo que eran argentinos, al igual que su honorable “hombre de luz”, el indio Don José de San Martín.
Todos eran recuerdos plateados y aires frescos mezclados en la mente de Sayhueque, que había jurado al padre Chocorí que intentaría la paz con los blancos, y que negoció hasta el último lanzazo en 1885 con el Estado Argentino, unos puñados de leguas cercanos a su soñado Nahuel Huapi.
Cerraría los ojos al despuntar el siglo Don Valentín, arrancado de los valles y los manzanales que ellos plantaron enseñados por los jesuitas, volviendo a la Ñuke Mapu, la Madre Tierra. Lejos, en Buenos Aires, ese día recordaría una frase del cacique el amigo Perito Moreno, “Es cierto que prometimos no robar y ser amigos, pero con la condición de que fuéramos hermanos…-y como decía mi aliado mapuche Reuque Curá- quiero estar como unos hermanos con los cristianos argentinos”.
Nacido en 1818 de un linaje voroga y tehuelche, Sayhueque fue uno de los principales caciques a la altura de Namuncurá, Mariano Rosas y Calfucurá. Bajo su égida mantuvo entre 1863 y 1885 una poderosa confederación con otros caciques igualmente legendarios, Inayacal, Foyel, Reuque Curá y Purrán. El viajero de la marina británica George Musters, quien recorrió 2.750 km desde el estrecho de Magallanes hasta el Río Negro, lo conoció en 1870 a la vera del río Caleufú, y resaltaba la prestencia y una inteligencia superior. Sayhueque en todo momento se mantuvo al margen de los ataques al sur bonaerense de Calfucurá, el monarca de las Salinas Grandes, y desplegó cordiales relaciones con los visitantes; tal lo demuestra el Perito Moreno en 1875, que fue huésped de honor del Gran Lonco.
Todo cambiaría en 1879 cuando el Perito vuelve a Río Negro y es apresado por el mismo Sayhueque: nunca quedará claro cuánto de científica tenía esta segunda misión del Perito y cuánto de mapeo, antes del ataque del ejército argentino a mansalva. Las metrallas del general Roca, que aparentamente había ordenado lo contrario, diezmaban en ese entonces tolderías enteras y, los oficiales de rango, capturaban a decenas de mujeres y niños para servir a los terratenientes argentinos.
El mismo Perito solicitaría un par de años después por su “leal enemigo” clemencia, debido a la humillante prisión que se mantuvo a Sayhueque y familia en Retiro, con el peso de la culpa; al igual que Lucio V. Mansilla quien hacía lo que podía para que el Estado Argentino cumpliera con parte de los acuerdos de tierras, tras el cese al fuego en la Patagonia, de 1881. Que jamás cumplió la Nación, con los variados antecedentes en incumplir, como el tratado de 1873, suscripto por el presidente Sarmiento. Allí expresamente se señala “que el Gobierno Argentino se compromete a proteger y amparar la residencia tranquila y permanente de dichos caciques, capitanejos y sus tribus en los campos que ocupan actualmente”. Una curiosidad de este acuerdo es que lo suscribe también el Jefe de la frontera Oeste y Este de Buenos Aires y Sud de Santa Fe, el coronel Franscisco Borges. Abuelo de Jorge Luis Borges.
Unos meses después, Sayhueque escribiría al Ejecutivo en Buenos Aires reiterando su voluntad por la paz y subrayando las buenas relaciones, firmando en Bajada Valcheta, Neuquén:
“Aunque soy joven pero cada día que amanece aumenta mi sabiduría por la Gracia de vuestro Rey de los Cielos…les participé a mis caciques…damos fiel y eternamente los anteriores buenos convenios, que apoyemos la defensa de Patagones, Bahía Blanca, Azul, Colorado, Tandil -contra el avance de los araucanos, instigados por Chile, y los malones de Calfucurá- y en seguida todos los demás puntos pertenecientes a VE como también haciéndoles unas comparaciones y dándoles a conocer que con las naciones cristianas -en muchos aspectos, su País de la Manzana poseía un status de nación moderna, con parlamentos, aunque con algunas sutiles diferencias; en su valles no existía la propiedad privada ni alambres- somos paisanos hijos del mismos territorio, hijo de un solo Rey de los Cielos y de las mismas mujeres, que respiramos el mismo aire, nos sustentamos con los mismos animales que el Rey de los Cielos crió en el mundo, y ante él todos somos iguales, que no hay ya más mérito entre el rico y el pobre…como asimismo me permití añadirles que en las invasiones -de los huincas- perdimos buenos padres, hermanos y cuantas familias, intereses de animales, prendas de plata, y últimamente vuestras propiedades de terrenos, los que se salvan perecen en vida: y en el sosiego tranquilo vive todo habitantes alimentado sus naciones, haciendo crianzas de animales, duerme, se ríe, el hombre de manera que vive en una pura alegría todo habitante…Cuente que su amigo ha trabajado para el bien público, que no sé mentir. En mí encontrará un criollo sin doblez, cajetilla en el desierto y gaucho en el campo”, remataba en la verba urbanizada del lenguaraz, el traductor, su secretario José Lonconchino. Algo que repitiría, en vano, un lustro después con las divisiones avanzando del coronel Villagas, al presidente Avellaneda, “debemos considerarnos como legítimos hermanos para mirarnos, con mucha bondad y equidad Uds. y mis habitantes -porque- somos hijos muy criollos de este suelo, hijo de un solo Creador”, puntualizó.
El final de esta historia, con millones de hectáreas en pocas manos, innegable cuente quien cuente, en la carta de Foyel e Inacayal en el Lago Nahuel Huapi, al ahora ascendido general Villegas en 1881, con su líder Sayhueque peleando en las cercanías de Junín de los Andes, a veces humillando a los soldados con metralladoras y cañones, lanzas -y rifles winchester- victoriosas de los mapuches rebeldes en Los Guanacos, , “queremos expresar nuestra adhesión a Don Gobierno (sic) Somos indios errantes, pero no hemos robado, ni muerto, ni cautivado. En los campos de nuestros mayores vivimos y trabajamos en paz. ¿Por qué Don Gobierno nos va a llevar a otros sitios, a enseñarnos otros religión? Allá vamos a sufrir y vamos a morir sufriendo” ¿Por qué?
Fuentes: de Titto, R. Calfucurá y Sayhueque. Los emperadores del Desierto en revista Legado Nro.5. Buenos Aires: Archivo General de la Nación. 2017; Vicat, M. Caciques. Indígenas argentinos. Buenos Aires: Ediciones Libertador. 2008; Martínez Sarasola, C. La Argentina de los caciques o el país que no fue. Buenos Aires: Del Nuevo Extremo. 2014
Fecha de Publicación: 22/10/2022
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