¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónLuis Federico Leloir con sus investigaciones abrió vastos caminos en la bioquímica contemporánea, que en tiempos de pandemias y enfermedades alimenticias siguen siendo inspiradoras de millones de científicos. Con el guardapolvo gris de siempre y trabajando silencioso en una silla de paja, atada con alambre. Leloir donaba todos sus sueldos y premios al instituto donde trabajaba, nunca quería figurar en investigaciones donde no hubiera puesto sus manos, jamás tuvo un despacho privado, carecía de solemnidad y exhibía buen humor constante, privilegiaba el trabajo en grupo, formaba discípulos como prioridad, y llegaba primero y se iba último del laboratorio que él casi había fundado, incluso después de que había sufrido un ataque cardíaco “Yo creo que somos muy intolerantes. Nos falta capacidad como para admitir que haya personas que piensen en forma distinta a la nuestra. Por eso cuando llegamos al Poder echamos a los que no están de acuerdo con nosotros. En otros países se mantienen los cuadros y los cambios se dan en otra forma”, reflexionaba al diario Clarín apenado Leloir en 1981, un Nobel que levantó varias veces lo que otros destruían, y volvía a la humilde silla frente al microscopio y un par de tubos, ansioso en descubrir los misterios de la Naturaleza, un argentino esencial.
Los bisabuelos de Leloir habían llegado a la Argentina, desde el sur de Francia, pocos años después de la Revolución de Mayo y se transformaron en ricos ganaderos y agricultores. Su padre abogado Federico continuó con el negocio familiar, y se casó con Hortensia Aguirre. Luis Federico fue el menor, nacido el 6 de septiembre de 1906 en Avenue Víctor Hugo, a pocas cuadras del Arco de Triunfo. Habían llegado en el intento de salvar al padre de una afección cardíaca, que no sobreviviría, y, a los dos años, Luis regresa a Buenos Aires. Cursa aquí sus estudios primarios, y los secundarios los completaría Leloir en Inglaterra. Como le agradaban las ciencias naturales, ingresa en la Facultad de Ciencias Médicas donde cursó regularmente, pero no fue un estudiante brillante, por caso debió rendir cuatro veces el examen de anatomía. Inició sus prácticas en el Hospital Ramos Mejía, “creo que no podía ser un buen médico, porque nunca estaba seguro del diagnóstico o del tratamiento”, recordaría, y un encuentro casual con el futuro Premio Nobel Bernardo Houssay cambiaría su vida, en un contacto realizado por su prima, Victoria Ocampo.
“Cuando fui al Hospital de Clínicas –trabajó dos años de gastroenterólogo- y me puse a trabajar en Fisiología, cada vez pasaba más horas en el Laboratorio. Se puede decir que allí empecé realmente a dedicarme a lo que, luego, sería mi vida”, enfatizaba. Leloir comenzó a trabajar en el Instituto de Fisiología para realizar su tesis de doctorado, que a propuesta de Houssay trató sobre “Las glándulas suprarrenales en el metabolismo de los hidratos de carbono”; y que resultó ganadora del Premio de la Facultad de Medicina de Buenos Aires en 1934. Para esta investigación se necesitaba contar con conocimientos de técnica bioquímica, además de matemática y física, por lo que Leloir siguió algunos cursos en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Una sed de conocimiento que nunca apagaría ya que muy prestigioso en los sesenta, seguía tomando cursos avanzados. A mediados de la década del treinta pasaría definitivamente de la Medicina a la Bioquímica, una de las disciplinas de vanguardia de la ciencia moderna.
Luego de doctorarse en medicina, Leloir viaja al Biochemical Laboratory, de la Universidad de Cambridge, que dirigía el profesor Frederick Gowland Hopkins, ganador del Premio Nobel en 1929 por su descubrimiento de las vitaminas. A su retorno en 1937, estrecha lazos con Houssay con el trabajo en el Instituto de Fisiología, y por sugerencia del descollante científico, Leloir se enfoca en reveladores investigaciones en los ácidos grasos por el hígado y la hipertensión arterial de origen renal. Junto a Juan Carlos Fasciolo, Eduardo Braun Menéndez, Juan María Muñoz –un químico singular ya que además era médico y odontólogo- y Alberto Taquini, sus compañeros en el laboratorio de la Universidad de Buenos Aires (UBA), comprobarían que la renina actuaba sobre una proteína de la sangre, y es ésta la que produce la hipertensión: la llamaron hipertensina, su primer descubrimiento de resonancia mundial.
El matrimonio de Leloir con Amelia Zuberbühler, en 1943, del cual nacerían cuatro hijos, y semilla de los nueve nietos, ocurre en un momento donde Houssay es apartado de su cargo en el Instituto por firmar una solicitada, a favor del ingreso de Argentina a la Segunda Guerra Mundial –y contra los golpistas de junio de 1943. En solidaridad, Leloir renuncia a sus cargos en la cátedra y laboratorios de la UBA, y viaja a Estados Unidos, a los laboratorios de Carl y Gerty Cori, en St. Louis y también en los de D. Green en la Universidad de Columbia, en Nueva York.
A la vuelta de Leloir en 1946, se reencuentra con Houssay, quien volvía a trabajar en su instituto privado, una vez que fue jubilado por el gobierno peronista. La creación de la Fundación Campomar permitió que Leloir y sus nuevos colaboradores, Ranwel Caputto, Raúl Trucco y Carlos Cardini, organizaran el Instituto de Investigaciones Bioquímicas (IIB) y ofrecieran una beca de post-grado para trabajar en él. El IIB se instaló en el barrio de Palermo Viejo en una pequeña casa de 90 mts2, lindera con el Instituto de Biología y Medicina Experimental de Houssay, en la calle Julián Álvarez al 1900. Fue Houssay que sugirió a Leloir en 1947 como un posible Director de la nueva institución; que era costeada por los fondos aportados por el empresario textil Jaime Campomar a pedido de Cardini, su cuñado. Cien mil pesos anuales, que en esos momentos eran equivalentes a unos 25.000 dólares, aproximadamente hoy diez veces la cantidad en la última moneda, significaron hasta la muerte del empresario, en 1956, casi el único sostén de un centro de investigaciones de avanzada de las ciencias, ya que con un Nobel bajo su techo, y con otro por venir, era completamente ignorado por el Estado.
Uno de sus discípulos, Alejandro Paladini, brinda un panorama signado por la voluntad y la genialidad, “Lo cierto es que no tuvimos, por ejemplo, una centrífuga refrigerada durante mucho tiempo y que, desde luego, todos los descubrimientos básicos sobre los nucleótidos-azúcares (bases para el posterior Nobel de Leloir) se hicieron sin utilizar materiales radioactivos. La biblioteca, toda ella aportada por Leloir, era excelente y se complementaba muy bien con la del Instituto del Dr. Houssay, que era vecino nuestro [...] Leloir llegaba en su auto y descendía siempre cargado; su comida, las revistas nuevas y canastas llenas de frascos policromos y heterogéneos recolectados en la familia…sostenía que les resultaban más útiles que los convencionales porque le impedían equivocarse de reactivo; así fue como un frasco de perfume ‘Flor de Loto’ alojó durante años un solvente que acabó siendo crucial para purificar nucleótidos”, recordaría de los días posteriores a 1948, cuando buscaban aclarar la transformación de la galactosa (uno de los componentes del azúcar de la leche) en derivado de la glucosa. El camino de transformaciones de la galactosa que descubrieron Leloir y su equipo se conoce internacionalmente como "camino Leloir" O sea al conjunto de descubrimientos que llevó al gran científico argentino a determinar cómo los alimentos se transforman en azúcares y sirven de combustible a la vida humana. La dilucidación permitió conocer las causas y evitar así la muerte, ceguera o la locura de galactosémicos, enfermos hereditarios que están impedidos de asimilar el azúcar de leche.
“”No existen problemas agotados, solo hay hombres agotados por los problemas””, figuraba en la entrada del laboratorio, en un pequeño cartel, una brillante síntesis de la filosofía científica de Leloir. El fallecimiento del benefactor Campomar puso en serios aprietos económicos a Leloir y sus colaboradores, en un principio subsanados por un subsidio de los Institutos Nacionales dela Salud (National Institutes of Health) norteamericanos. En el país, a partir de 1955 soplan nuevos aires para el conocimiento, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), el de Tecnología Agropecuaria (INTA) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), este último por inspiración de Houssay quién fue su Presidente, nervio y motor por muchos años, que posibilitan que la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires crease en 1958 el Instituto de Investigaciones Bioquímicas de dicha Facultad, dedicado a la docencia de postgrado y a la realización de Tesis Doctorales, cuya sede era la misma que la de la Fundación Campomar. Con este nuevo impulso, enmarcado en la generación dorada del saber nacional, 1956-1966, Leloir se muda a Belgrano, en un edificio ofrecido por el Ministerio de Salud Pública. Allí con Caputto, Trucco y Paladini crearon grupos de trabajo estables y exitosos en Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Mar del Plata, mientras Leloir y Cardini continuaron dirigiendo un IIB cada vez más grande en el que trabajan hasta el día de hoy centenares de investigadores argentinos, explorando otros campos de la bioquímica, además del de los azúcares.
A las ocho de la mañana del 27 de octubre de 1970 llegó a la casa de Leloir la noticia oficial de que había sido distinguido con el Premio Nobel de Química. Sus parientes estaban excitados. El doctor Leloir no modificó la rutina, se vistió tranquilo, desayunó en familia y condujo el pequeño automóvil hasta su trabajo. Allí lo aguardaba un cerco periodístico, más varios colegas eufóricos, y, entremedio, un señor con acento extranjero dijo: “Yo debería haber sido el primero en darle la noticia, soy el embajador de Suecia”. El doctor Leloir aceptó los saludos y parecía tranquilo, pero su forma de hablar denotaba la emoción que lo embargaba; algo que le había impedido trabajar el día anterior con la habitual calma, debido a que el secretario de la embajada sueca se lo había adelantado la noche anterior. Así fue que la prensa empezó a investigar al enigmático científico Leloir y se encontró que vivía en un austera casa de clase media de Belgrano, que iba a trabajar muy temprano en un humilde Fiat 600, que muchas veces debía bajarse a empujarlo, y que en su laboratorio se calzaba un raído guardapolvo gris de la década del treinta, y sentaba en una silla de paja, atada con alambre. El tercer Premio Nobel de la Argentina.
Poco después, el 10 de diciembre, en la sala de conciertos de la Real Academia de Ciencias de Suecia, el Rey Gustavo Adolfo le entregaba la medalla y el diploma, y se escuchaban las razones del premio más codiciado del mundo, “Pocos hallazgos han tenido tanto impacto sobre la investigación bioquímica. Su labor y la que él supo inspirarnos brindaron un conocimiento real en el amplio campo de la bioquímica, donde anteriormente teníamos que conformarnos con vagas hipótesis. Una serie extraordinaria de descubrimientos cuyos méritos han revolucionado ahora nuestros conocimientos" Al darle el micrófono, arrancó agradeciendo al doctor Houssay, Premio Nobel 1947, y con sincera humildad, Leloir afirmó: “El honor que he recibido excede mi expectativa más optimista. El prestigio del Premio Nobel es tal que uno de repente es promovido a un nuevo estatus. En este nuevo estatus me siento incómodo al considerar que mi nombre se unirá a la lista de gigantes de la química como van Hoff, Fischer, Arrhenius, Ramsay y von Baeyer, por nombrar solo algunos. También me siento incómodo cuando pienso en químicos contemporáneos que han hecho grandes contribuciones y también cuando pienso en mis colaboradores que llevaron a cabo una gran parte del trabajo”. Y un consejo a quien quiera oír, “una cosa que yo siempre traté de evitar es el trabajar en temas que interesaran ya a muchos investigadores o que estuviesen de moda. Los investigadores jóvenes están muchas veces fascinados por el desarrollo de los temas de moda y deciden trabajar en ellos. Para el momento en que llegan a dominar dichos temas, puede ser que el glamour de ellos esté ya declinando, o lo que es peor, que estén sujetos a una competencia despiadada. Recuerdo una situación similar cuando en mis años juveniles jugaba al polo. Como principiante, tenía jugadores experimentados que me aconsejaban. Una de las tácticas era no correr atrás de la bocha, porque cuando uno la alcanzaba era demasiado tarde. Un jugador experimentado corre hacia donde la bocha va a llegar. Hay una diferencia pequeña de tiempo entre ambos comportamientos y en el deporte la estrategia se aprende con la experiencia. En ciencia supongo que la estrategia es seguir lo sugerido por los resultados experimentales más que por la literatura”, remataría. En este breve paso de fama empezó a recibir en su laboratorio miles de desopilantes inventos (sic) y periodistas ansiosos de que repita cómo desistió de los “millones” por inventar la salsa Golf (doble sic) Cuenta la leyenda que en el restaurante Ocean de Playa Grande, el más exclusivo de la Mar del Plata histórica, pidió Leloir langostinos, y harto de la mayonesa, solicitó al mozo todos los aderezos posibles. Hasta que unió mayonesa con kétchup y, voilà, salsa Golf.
La Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, la Academia de Ciencias de Chile, la Academia Pontificia de Ciencias, la Biochemical Society, la Royal Society de Londres, la Societé de Biologie de París, la Academia de Ciencias de Francia y la Academia de Ciencias de Buenos Aires distinguirían al eminente doctor Leloir, y finalmente las autoridades se interesaron el equipamiento necesario para que pudiera continuar su labor científica, y transmitir su saber a las nuevas generaciones. Durante la última dictadura, el entonces Intendente de la Ciudad de Buenos Aires, donó a la Fundación un terreno municipal situado en el barrio porteño de Parque Centenario y apoyó la recaudación de fondos para construir un nuevo edificio, el primero que ocuparía el Instituto que hubiera sido diseñado con la expresa finalidad de ser un centro de investigación en Bioquímica. Los costos fueron cubiertos aproximadamente en partes iguales por donaciones privadas y públicas y la mudanza al edificio de 7.000 mts2 tuvo lugar en diciembre de 1983. Atrás quedaban los 90 mts2 en que había empezado sus estudios revolucionarios, este Tesoro Nacional en 1947. Leloir tuvo la satisfacción de trabajar en la nueva sede por cuatro años. El 2 de diciembre de 1987, el científico concurrió a su laboratorio como todos los días y se retiró a la tarde para descansar en su casa. Fallecería a la noche por un infarto.
“Todo lo que tocó (oxidación de ácidos grasos, hipertensión arterial, descubrimiento y función de nucleótido-azúcares, camino de formación de glicoproteínas) lo convirtió en oro. Una vez que abría un camino en Bioquímica dejaba que otros llenaran los detalles del tema”, afirma su discípulo Armando Parodi. Leloir definía a la investigación como una “aventura atractiva”, “Algunos de los períodos más placenteros de mi carrera fueron aquellos en los cuales trabajé con personas inteligentes y entusiastas, con buen sentido del humor. La discusión de los problemas de investigación con ellas fue siempre una experiencia muy estimulante”, y puntualizaba, “La parte menos agradable de la investigación, el trabajo de rutina que acompaña a la mayoría de los experimentos, está compensada por los aspectos interesantes, que incluyen conocer y a veces ganar la amistad de personas intelectualmente superiores, provenientes de diferentes partes del mundo. El balance es claramente positivo”, cerraba Leloir, que hasta el último respiro deseaba curiosear y conocer del Universo, en compañía de otros, con el ímpetu de “sólo saber más”
Fuentes: Pérgola F. Luis Federico Leloir en revista Argentina Salud Pública. Junio de 2014:43-44, Buenos Aires; Paladini, A. C. Luis Federico Leloir. Buenos Aires: Editorial Medicina; 1988; https://www.medicinabuenosaires.com
Imágenes: Cultura.gob
Fecha de Publicación: 06/09/2021
Te sugerimos continuar leyendo las siguientes notas:
4 inventos argentinos que le cambiaron la vida al mundo entero
Tras los pasos de Favaloro
Luis Agote: sangre sin fronteras
Cápsulas contra el COVID-19 en San Juan
Bernardo Houssay: mi país será una potencia científica
Educación: enseñar para ser prescindibles, sembrar la semilla de la autogestión
2 cordobesas y más de 5000 galaxias
Una correntina, premiada por crear un software que detecta el cáncer de mama
¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónNo hay comentarios
Comentarios
El icónico género musical que nos acompaña hace años y nos representa a todos los argentinos a nivel...
Protagoniza en los últimos meses la comedia “Me gusta - Todo por un like” junto a Paola Krum y Lucia...
El pasado sábado 18 de noviembre se desarrolló la segunda fecha del Circuito NOA de Aguas Abiertas e...
La historia de Berta Szpindler de Borensztein merece ser contada.
Suscribite a nuestro newsletter y recibí las últimas novedades