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Luis Agote: sangre sin fronteras

El genial invento de Agote, y su laboratorista Lucio Imaz Appathie, sigue salvando millones de vidas en el mundo. En Argentina, la fecha de la primera transfusión es el Día del Donante.

Conocimiento
Luis Agote

Hasta la aparición del invento argentino de transfusión de sangre, que la Humanidad había intentado desde la Antigüedad, los hemorragias eran una causa común de muerte. Muerte que ensombrencía el horizonte del Mundo en 1914, cuando Luis Agote, y su laboratorista Lucio Imaz Appathie, realizaron las primeras experiencias con pacientes  en el Hospital Rawson de Parque Patricios. Y que ese invento, si bien no fue utilizado en la Gran Guerra como se suele afirmar, pese a los esfuerzos de Agote que se difunda pronto su descubrimiento,  hizo posible el futuro de bancos de sangre,  e infinidad de tratamientos derivados de ese otro órgano, que es la vital sustancia roja. Salvar a millones. Por ello, al igual que otro colega compatriota, René Favaloro y su bypass, rehúso en patentarlo respetando el juramento hipocrático, en su versión contemporánea, “hacer de la salud y de la vida de vuestros enfermos la primera de vuestras preocupaciones”

Luis Agote nació en Buenos Aires el 22 de septiembre de 1868. Realizó estudios primarios de interno en el exclusivo colegio W. Junior y, secundarios, en el Colegio Nacional Buenos Aires. Mucho después Agote sería el impulsor de la anexión de éste a la Universidad de Buenos Aires. Ingresa la Facultad de Medicina en 1887 y, rápidamente se destaca en la docencia, en la cual haría una carrera ascendente en la Cátedra de Semiología, en un momento que la medicina argentina comenzaba a modernizarse, y era campo de grandes talentos de renombre mundial como el doctor Enrique Finochietto o Alejandro Posadas. Fueron muy famosas las lecciones de Agote junto al lecho de los enfermos. Luego de un paso por el Hospital Ramos Mejía, egresado Agote en 1893 con una tesis sobresaliente sobre hepatitis, ingresa en 1899 en el Hospital Rawson, en es tiempo una centro de vanguardia médica en uno de los barrios humildes porteños. De aquella época dejó una memorias de su paso como director médico en la isla Martín García, una de los mejores descripciones del paraje, y que sería una costado literario poco visitado en su producción, con libros que indagan la Roma Imperial. Casó con María Robertson Lavalle, que venía del linaje del general Juan Lavalle, y tuvieron al también médico Luis, que luego dirigiría un instituto de menores con el nombre del padre.

El 11 de marzo de 1914 se inaugra el Instituto de Clínica Médica en el Rawson, dependiente de la  Facultad de Medicina por sus gestiones como diputado nacional, y que sería el solar para su genial logro. En el descubrimiento de Agote tuvo una influencia decisiva su cercanía a un niño hemofílico, al que lo unían lazos familiares, y que padecía de frecuentes epistaxis profusas con gran repercusión en su estado general, dicen Abel Luis Agüero y Alicia Damiani. Lo cierto que el doctor venía experimentado con el último gran problema de la medicina de principios del XX, luego del descubrimiento de los métodos anestésicos, la antisepsia y la asepsia.

“Agote había realizado innumerables experimentos in vitro y en animales en pos de un método seguro y eficaz para hacer incoagulable la sangre destinada a ser transfundida. En su búsqueda, recordó que el citrato neutro de sodio tenía la propiedad de impedir la coagulabilidad de la albúmina del huevo y pensó que —como la sangre era un albuminoide,  en la cita de Agüero y Damiani — esa sal debía comportarse de la misma forma. Mezcló en un frasco 100 cc de sangre fresca con algunos cristales de citrato neutro de sodio, lo guardó durante 15 días y comprobó que la sangre estaba tan fluida como al inicio del experimento. Para probar la inocuidad de la sal, el mismo Agote recibió en repetidas oportunidades la inyección de citrato neutro de sodio en dosis elevadas, sin tener ningún signo de intolerancia ni toxicidad”. Era la hora de probar algo que nos iba a revolucionar la medicina.  

 

El regalo para la Humanidad

La primera transfusión en el mundo con sangre citratada fue realizada el 9 de noviembre de 1914 en el Instituto Modelo de Clínica Médica por el Ernesto Merlo,  y bajo la supervisión de Agote. El transfundido fue un paciente con tuberculosis pulmonar, y el dador fue Ramón Mosquera, portero del Instituto “El resultado fue tan favorable que tuvo desde ese momento,  la firme convicción que el problema se había resuelto”, destacaban sus colaboradores. A los pocos días, ante las autoridades universitarias y funcionarios -Agote también se desempeñó varias veces en el Departamento Nacional de Higiene- y con la presencia de académicos, profesores y numerosos médicos, se llevó a cabo la primera transfusión pública de sangre citratada a una puérpera. Se le inyectaron 300 cc de sangre, nuevamente de Mosquera, y tres días después,  la paciente fue dada de alta. Inmediatamente el periódico New York Herald publicó una síntesis del método de Agote, y percibió la proyección futura del hallazgo, desde anemias por hemorragia aguda a un sinfín de procesos. Agote se interesó en compartir su descubrimiento de inmediato, en medio del desastre humanitario de la Primera Guerra Mundial, 10 millones de muertos y 20 millones de heridos al finalizar, y publicó su trabajo en francés e inglés en 1916, pero recién sería Francia en 1919 quien primero adoptaría la técnica de transfusión de sangre citratada.

“Nuestro método de transfusión inmediata consistía en tomar sangre de la vena del pliegue del codo del donante y recogerla en un recipiente o aparato de dermoclisis conteniendo una solución de citrato de sodio al 25%, en la proporción de un gramo por cada 100 cc de sangre. Esta mezcla hace la sangre incoagulable, sin que pierda sus propiedades vitales y sabiendo que el citrato de sodio es inofensivo para el organismo en dosis mucho mayores lo transforma en un método altamente seguro. Previamente a la mezcla del citrato con la sangre ya se había comprobado su inocuidad inyectando el citrato de sodio en solución endovenosa. Nosotros utilizamos un aparato cuyo modelo fue construido según nuestras indicaciones por la casa Lutz y Schultz de esta capital”, anotaría Agote de su logro mundial para la revista Anales del Instituto Modelo de Clínica Médica, el doctor que desarrolló una intensa actividad en la publicación de libros científicos y de divulgación, “Lecciones de Clínica Médica” (1904) y “La salud de mi hijo. Manual de Higiene para Madres” (1912) Su interés por la minoridad ocuparía sus pensamientos y acciones durante los últimos años, una vez que se jubila en 1929 de sus cargos universitarios y asistenciales.  

Quedó la polémica sobre la autoría del invento, que se disputaban el norteamericano Richard Lewisohn y el belga Albert Hustin. Agote intercambió amables cartas y artículos con ellos para zanjar la cuestión. Con el tiempo se pudo comprobar que  Lewisohn había plagiado sus ideas de aquel artículo en New York Herald. En cuanto a Hustin, que certificaba sus experimentos con sustancias similares en Bruselas, en marzo de 1914, queda un mención porque quien llevó la teoría hasta el final, con humanos, fue Agote. A quien nunca le importó de quién era la idea, sino que la misión del argentino era sanar a los otros, pobres o ricos.

 

Agote y la política

En 1894 Agote obtiene una banca de diputado provincial por el partido autonomista en el poder, y desarrolla una extensa carrera política, siendo elegido dos veces diputado nacional por los conservadores, en 1910 y 1916. Desde su estrado impulsaría la creación de la Universidad Nacional del Litoral y el Patronato Nacional de Ciegos. Pero su legado legislativo más polémico, ya que generaciones de argentinos crecieron bajo esa tutela, fue la Ley 10903, o Ley Agote de 1919, aunque fue recién bajo la presidencia de Alvear  que se implementó. Los historiadores y juristas actuales coinciden en señalar que se trató un complemento a las leyes de Residencia y Defensa Social del Centenario, sumamente represivas, y que no incorporaban los avances de las modernas legislaciones europeas, incipientemente orientadas a los derechos humanos después de los horrores de la guerra, las revueltas obreras y la Revolución Rusa.

“Yo tengo la convicción profunda de que nuestra Ley falla si no llegamos a suprimir el cáncer social que representan 12 a 15 mil niños abandonados moral y materialmente (que) finalmente caen en la vagancia y después en el crimen…¿Qué  deberíamos hacer con esos chicos?... constituyen un contingente admirable para cualquier desorden social siguiendo por una gradación sucesiva de esta pendiente siempre progresiva del vicio, hasta el crimen, van a formar parte de esas bandas anarquistas que han agitado la ciudad en el último tiempo”, decía Agote en unas agitadas sesiones de mediados de 1919, y proponía algo muy simple, “recluirlos en la isla Martín García. Allí hay condiciones suficientes para el alojamiento de 10 mil menores vagabundos”, bosquejaba en un calculo seguramente de sus días de médico interno, en la isla del Río de la Plata. Aquella generación, que eran los últimos destellos de la generación del ochenta, no comprendía el profundo cambio social de la Argentina aluvional, y la experiencia radical, y temía la conflictividad social. Agote en esa mismas reuniones manifestaba su preocupación que excedía a los niños de la “vagancia”, inmigrantes y criollos de la “calle”, y señalaba los incidentes a “piedradas” en su querido Colegio Nacional, en ecos incontenibles de la Reforma del 18. Además recriminaba al presidente Yrigoyen, y sus ministros, por recibir a los huelguistas secundarios, que aspiraban a las mismas normas democráticas que sus compañeros universitarios. Para Agote, “como si no supieran que al darles el país la enseñanza les presta un favor, educándolos en toda forma”

Finalmente la Ley del Patronato de la Infancia sancionada en 1927, fuertemente resistida por socialistas, la primera en América Latina, establecía que “El Estado tiene el derecho de secuestrar a los menores cuya conducta sea manifiestamente antisocial, peligrosa, antes de que cometan delitos…No hay en ello restricción de libertad civil: el menor no la tiene y sólo se trata de sustituir la patria potestad por la tutela del Estado” Para el estado argentino hasta 1990 los niñas y niños no eran sujetos de derecho, eran cosas, eran menores.

“La Ley Agote estableció que los jueces del crimen de la Capital, provincia y territorios, ante quienes eran llevados los menores acusados de un crimen o víctima de un delito, tenían facultad de disponer de ellos, si estaban material o moralmente abandonados o en -discutible- peligro moral. Se los podía entregar a una persona honesta, un establecimiento de beneficencia o un reformatorio público”, señala Sandro Olaza Pallero, y allí la controversial creación del Patronato Nacional de Menores Abandonados y Delincuentes (sic),  “La Ley de Patronato habría sido menos rupturista de lo que tiende a asumirse. Esta normativa refrendó muchas de las prácticas que se implementaban desde el siglo XIX, relacionadas con los niños y jóvenes huérfanos, abandonados, procesados y condenados”, que venían de un perimido higienismo, ajeno a la cuestión social que haría eclosión en décadas siguientes, incomprendida con la mentalidad de los epígonos del llamado Proceso de Organización Nacional iniciado por Julio Argentino Roca.

“En los días aquellos de la Semana Trágica los que encabezaban todos los movimientos, los que destruían, eran turbas de pilluelos que rompían vidrieras, destruían coches, automóviles, y que en fin, eran los primeros que se presentaban en donde hubiera desorden”, recogen de Agote, Viviana Demaría y José Figueroa en www.topia.com.ar,  “los que iban a la cabeza en donde había un ataque a la propiedad privada o donde se producía un asalto a mano armada, eran los chicuelos que viven en los portales, en los terrenos baldíos, y en los sitios obscuros de la Capital Federal”, en un fundamento ideológico de su Ley, que marcó una larga manera de entender la infancia -la película “Crónica de un niño solo” (1965) de Leonardo Favio sería su relevo de pruebas. Agote fallecería en la localidad Turdera, el 12 de noviembre de 1954. Su genial invento, el método de conservación en la transfusión de sangre, transformaría a la Humanidad, su ley de minoridad, a los argentinos.

 

Fuentes: Agüero AL, Damiani A. Luis Agote y su aporte a la ciencia universal. Rev Argent Salud Pública, 2019; 10(38): 43-46; http://www.derecho.uba.ar/publicaciones/pensar-en-derecho/revistas/14/la-ley-de-agote-y-la-proteccion-de-la-minoridad.pdf; http://www.caccv.org.ar/raccv-es-2009/RACCV_VII_nro3_2009_Art_pag146_ESP.pdf

Fecha de Publicación: 02/07/2021

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