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Ver, mirar y observar.

Cuantas más veces el usuario se detuvo a observar una operación arquitectónica, más logrado esta el diseño.

Nueve de cada diez personas usan estas tres palabras como sinónimos. Analicémoslo.

VER es usar la vista y quizá derive en sensaciones percibidas o elaboradas por otros sentidos. No implica prestar atención, es solo captar lo que está delante de nosotros.

MIRAR, es dirigir la vista hacia un punto fijo, enfocar, hasta contemplar.

OBSERVAR es examinar, elaborar un juicio, generar información al cerebro y que éste la procese analizando en base a experiencias previas en relación a lo observado. Para observar, antes miré, y antes de mirar, vi.

Para simplificar y ejemplificar, hagamos de cuenta que estás sacando una foto. Ves una situación, mirás un objeto o situación -posicionás tu cámara-,  y por último observás -buscás el mejor punto de vista de lo retratado, manejando la luz y el enfoque que le querés dar en base a tus conceptos de fotografía, luz, y concepciones previas acerca de cómo fotografiar y del objeto en cuestión.

Para complejizar y ejemplificar, la luz es algo esencial en la arquitectura.

A la hora de disfrutar la arquitectura, habitando o visitándola, cuando uno se encuentra con el sitio, ve determinada morfología desde el ángulo solar en el que está situado casual o intencionalmente el acceso.

Ahora bien, cuando uno avanza en la relación proyecto-usuario, estudiando y recorriendo sus espacios,  va mirando situaciones que llaman la atención por ingreso de luz y sombras que se generan. Parte del éxito arquitectónico de un proyecto, es captar la atención y generar la observación del usuario a partir de mirar estas operaciones. Si durante el recorrido no pasó de ver a observar -de que la luz te moleste a que te genere sensaciones positivas- el arquitecto ha fallado. Cuantas más veces el usuario se detuvo a observar una operación arquitectónica, más logrado está el diseño.

“Lo bueno si es breve, dos veces  bueno” dijo Baltasar Gracian, y citó Le Corbusier. Exigiendo un poco más al término, y citando “menos es más” de Mies Van der Rohe, entre estas dos frases concluimos en que cuanto menos operaciones complejas tenga la obra arquitectónica, pero más tiempo de observación le generen al usuario, más exitoso va a ser el proyecto. La arquitectura tiene que ser tan buena como poco empalagante. El cerebro está preparado para observar y disfrutar determinada cantidad de operaciones sin agotarse ni perderse.

El éxito es encontrar el equilibrio de la observación

La observación en la arquitectura

A diferencia de la percepción que emplea la totalidad de los sentidos, la observación aquí se funda en el sentido de la vista. Esto constituye una condición natural del ser humano que ha dado origen al conocimiento directo. La capacidad de observación ha partido desde la admiración por las cosas y lo desconocido y se ha transformado en la habilidad de construir miradas para analizar e interrogar la realidad.

Este cuestionamiento de la realidad nos ha llevado a la búsqueda de respuestas y soluciones a nuestro modo de vivir, construyendo el mundo como lo conocemos. Por tratarse de una capacidad natural e inherente a nuestra condición de humanos, tiene la facultad de establecerse como un instrumento fundamental de conocimiento. Por eso ha formado parte importante del desarrollo de cada disciplina que la ha domesticado con fines propios.

Sabemos ahora que observar no es estrictamente hacer uso de la vista, ni construir una mirada, sino hacer consciente lo que observamos y darle una orientación y destino.

Observar arquitectónicamente considera una estrecha relación entre el ojo que ve, la cabeza que piensa, reflexiona e infiere, y la mano que recoge la medida de la vista, cuantitativa y cualitativamente.

En esta disciplina, se llega el conocimiento primero a través del dibujo y la reflexión. Esto nos brinda herramientas para luego poder crear con libertad. La estrecha relación entre croquis y texto determina una unidad que constituye el acto de haber observado.

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