¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónAprender cómo complacer a un hombre, casarse, tener hijos, dedicar la vida a la familia. Eso era lo que se esperaba de una mujer a finales del siglo XIX. Había que permanecer en la casa y dejarse definir por el hombre, ya sea el padre cuando eran niñas o el marido de más crecidas. Ellos se encargaban de decirle a las mujeres qué hacer, y muchas veces las embelesaban con idealizaciones (del estilo: “¡mi esposa es la mejor cocinera, por supuesto que la amo!”), pero luego respondían agresivamente si ellas les cuestionaban algo del orden que ellos imponían. Ellos estaban afuera, trabajando, haciendo su propia vida, con la capacidad de ser independientes. La vida ideal, el sueño de toda chica, era encontrar un esposo y padre de familia dentro de todo decente. No así el sueño de Dolores Candelaria Mora Vega, mejor conocida como Lola Mora.
En Tucumán, se dice que en abril de 1867 (si bien no se sabe a ciencia cierta), nacía Lola Mora, la tercera de siete hermanos. Realizó la primaria en el Colegio Sarmiento de dicha provincia y en seguida sacó a relucir su talento para el dibujo. Cuando cumplió la mayoría de edad, es decir, a los 18 años, sufrió la temprana muerte de ambos padres, lo cual la dejó bajo la tutela de su hermana mayor. Quizás fue esto lo que la empujó a cuidar y responsabilizarse de sí misma: eso mismo luego le daría la libertad para ser quien quiso ser. Con el pintor italiano Santiago Falucci, Lola tomó clases de técnica de pintura y dibujo, e incluso incursionó en las últimas innovaciones técnicas de la época. En ese momento, logró retratar en carbonilla personajes de las clases altas tucumanas, lo cual le permitió recibir diversos encargos de retratos de personas muy influyentes, así como acercarse a ese círculo de poder. Exhibió sus pinturas, con mucho éxito, y las donó a la provincia. Tras esto, pudo conseguir una beca del Presidente Uriburu para irse a estudiar a Italia. Allí, conoció su verdadera pasión: la escultura.
Lola viajó por toda Europa. Y cuando retornó a la Argentina, ya como una artista consagrada, realizó esculturas sin dudas hermosas que aún podemos visitar. Entre ellas, la más imponente es “Fuente de las Nereidas” (1903), que se halla en la costanera sur de la Ciudad de Buenos Aires. Parte del Monumento Nacional a la Bandera está esculpido por ella. Hizo varias estatuas para la Plaza de la Independencia (y la Casa de la Independencia) de San Miguel de Tucumán, y otras tantas en Jujuy, Salta, y en la ciudad de La Plata. Dejó su impronta por todo el país.
Trabajar en pantalones trepada a los andamios esculpiendo mármol: ese era el sueño de Lola Mora. Y vaya si lo logró. Lola Mora se enfrentó con la piedra en sentido literal y figurado. Por su arte rompió barreras, escandalizó, triunfó y fue condenada. De hecho, se cuenta que era bisexual, y se casó con un alumno de ella para ocultar los rumores. Mujer y escultora eran términos que no se escuchaban de forma conjunta por esos tiempos en Argentina. La percepción que se tenía sobre ella y sobre su obra fluctuó de manera constante entre el reconocimiento y la reprobación. Fue distinta porque su talento como artista era de los que se ven muy de vez en cuando, pero fue distinta –sobre todo– por su condición de mujer. Por todo lo que se le negó y por todo lo que consiguió. Por el estigma con el que cargó toda su vida y porque tuvo que luchar el doble: a nadie se le perdonaba no seguir las normas de la época, menos aún a una mujer. Fue distinta por fuerte, por tenaz, por transgresora. Por ponerse los pantalones cuando el mundo quería verla en falda.
Fecha de Publicación: 23/08/2018
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Ir a la secciónQue oportuno es considerar a esta artista única, por lo que tuvo que superar, por la calidad elevada de su producción, y por el muy tardío reconocimiento. Integra el selecto grupo de las destacadas luchadoras que en épocas muy adversas, supieron hacerse escuchar.
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