¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Miércoles 31 De Mayo
La Década Infame talló una lápida para los treinta. Fraude, corrupción, mafia, fanatismo religioso y fascismo modulan una realidad donde el pueblo asistía a un violento retorno al orden. La oligarquía pretendía hundir bajo botas militares la democracia, y la justicia social, fogueada con el ascenso de Hipólito Yrigoyen. Pero aquella década resultó crucial en varios aspectos, de larga impacto, en la sociedad. El proceso de sindicalización del movimiento obrero se afianza. El Estado empieza a expandirse. Las costumbres se reacomodan con los retoques de los locos veinte. Y la cultura produce una verdadera revolución mestiza y nacional, adaptando las corrientes inmigratorias, desde Jorge Luis Borges y Raúl Scalabrini Ortiz a Carlos Gardel y Juan Carlos Dávalos. Una década no puede resultar infame, que se impugne en la memoria, si cobijó a Roberto Arlt o Enrique Santos Discépolo. U Omar Viñole. Hoy prácticamente desterrado, un raro, que se paseaba vaca en mano, evacuando anquilosadas instituciones y capitostes soberbios. La vaca. Amigo de Pablo Neruda y Oliverio Girondo, Viñole representó la solitaria voz libre que cuestionaba un régimen infame, es el escritor-filósofo que inventa el absurdo criollo, es el happening antes del happening “El loco es el único extraviado que tiene ideas propias, que son de él y las lleva bajo el brazo (...) El loco, es el único hombre grande que tiene el valor de parecer miserable y tarado entre tantos miserables y tarados que lo son de verdad”
El martes 12 de marzo de 1935 el Luna Park promete una velada imperdible de catch, la nueva pasión de multitudes. Cierra el Conde Nowina, el polaco que introdujo la disciplina que Martín Karadagian pondría en la estratósfera. Antes debutaba el doctor Omar Viñole, 1.84 metros y 114 kilos, versus el ruso Martín “Rompehuesos” Zikoff. Venía entrenándose Viñole en el gimnasio de Bouchard, con la vaca apostada en la esquina. La maquinaria del diario Crítica apoyaba a este excéntrico veterinario y escritor que arribaba a Buenos Aires desde Córdoba, enfundado en una camisa rusa plena de condecoraciones. Ya había dado en el Teatro Avenida la primera conferencia, “La no existencia de locos y la no existencia de razas” cubierto de un taparrabos. “No eran profetas políticos los que yo había venido a buscar a Buenos Aires. Sino el escenario que por su amplitud sirviera para propagar en veinticuatro horas, mi disconformismo por esta corriente materialista que no nos ha dado ni pan ni paz a nuestros espíritus”, manifestaba a los incrédulos periodistas, que en enero anterior lo acompañaron en un paseo por la Costanera, bovino en mano, y filosofando, “el infortunio es el único medio de vida de Buenos Aires”
Volvemos a la tercera pelea de la noche de marzo del 35. Dirige Juan Galtieri. Antes de salir a la lona, Viñole se dedica tres minutos a debatir sobre la decadencia del clasicismo, al tiempo que ubican a la vaca en el córner, “la heroína de la campaña”. Silbatina generalizada, acentuada con los insultos al público de Viñole, que se acaban cuando Zikoff se descontrola en el match, previamente humillado por el principiante con una “toma de cabeza”, y empieza golpear de mala manera al escritor. El referí no puede separar a la mole que golpea en el tapiz, sin piedad, e interviene la policía. Estalla la platea a favor del debutante. Galtieri otorga la victoria a Viñole, quien era más mediático que el presidente fraudulento Justo, en la triste Buenos Aires de las mayorías perseguidas -en este aspecto, Viñole sería similar a Warhol en la utilización de los medios de comunicación en la obra de arte, sólo que Andy no tenía ni diez años cuando Viñole se aliaba estratégicamente con Natalio Botana. Se retiraría del deporte para, a los pocos meses, atacar a la aristocrática Academia de Letras. El Hombre de la Vaca, el loco, que gritaba a los usurpadores de la República, “Ya no queda más fuente de recurso para vivir, que la miseria"
De un pasado misterioso, se sabe que nació en Bragado en 1906 y que el padre comisario fue cesanteado por los radicales, lo que explicaría sus posturas contrarias a la democracia liberal. Algunas versiones lo ubican yendo a Córdoba a estudiar veterinaria, la pasión por los animales que aprendió de niño en los campos bonaerenses, pero otras señalan que realizó estudios en Europa, en varias ramas del saber “Hay tanta bestia con título, que un hombre que no lo fuera en 1932 inspiraría duda”, englobaba la graduación universitaria. En los primeros años trabaja de su especialidad en los municipios de Córdoba y San Francisco. El ámbito académico no le es ajeno, exponiendo Viñole importantes trabajos en el Congreso de Fruticultura (1928) y el Congreso de Historia (1929), parte de las más de 60 monografías científicas. Pero de joven hace ruido en la medianía serrana, gobierno en poder de rancios conservadores, y publica revistas satíricas junto a intervenciones estrambóticas, como la de fundar la Universidad Popular del Pueblo San Martín frente a la Casa de Trejo, en la plaza, y que otorga títulos como Doctor en Dignidad. “En Córdoba, donde estuve ignorado por diez años, fui una persona sensata. Pero me salvé a tiempo. Casi soy candidato a gobernador, y no veo por qué no hubiera llegado, si ha podido serlo Pedro Frías, a quien sus congéneres le llamaban cariñosamente la cantera, por las piedras que llevaba adentro”, resumía en la notas al partidario diario Crítica, y en la revista Noticias Gráficas, que publica varios de sus artículos, “El cielo es el viaducto del Riachuelo”, que sorprenden al lector desprevenido.
Bueno, tampoco tan desprevenido. “La camiseta del jefe de policía”, “A usted le sale sangre", "El hombre que se depiló la ingle", "Cómo vienen al mundo las palabras", “Veronal o la vaca que tomaba cocaína”, algunos de los 43 títulos que editó el escritor, con tapas que no eran menos llamativas, en miles de kioscos de barrio. Un genio del marketing. Pero lo que aparecía en el interior, superados los interminables prólogos, entre textos humorísticos, referencias inesperadas, delirantes biografías (“Jesús en una casa de departamento”), exaltaciones y panfletos, resultaban disquisiciones filosóficas discepoleanas, “el orgullo como la ciencia están de bancarrota”, o diatribas contras los políticos e intelectuales de derecha e izquierda, “Buenos Aires sería ideal como lugar de residencia, si no fuera Leopoldo Lugones” o “Nicolás Repetto, Cristo del Socialismo” Salvo algunos intelectuales y artistas, que comprenden este anarquismo cristiano o humanismo antiburgués, cercano a Arlt por momentos, la mención de Viñole causa risas y rechazo. Por eso el próximo paso lógico del escritor, en mayo de 1935, será apostarse en México al 500, cita de los escritores canonizados, con la moderación de Victoria Ocampo, quien organizaba el próximo PEN Club Internacional.
Se pasea con la vaca, a la cual administraba un suave laxante, y delante de la puerta de la Biblioteca Nacional, recita adelantos de "Lo que opina la vaca de Buenos Aires". “Hemos llegado hasta aquí, hasta las propias barbas de esta casa, donde unos hombres de luto que habitan la zona de la naftalina se ocupan de sacarle la tierrita que se acumula en las palabras enriqueciendo el idioma, mientras, afuera, otros hombres que no están de luto naufragan desorientados, sin pan y sin trabajo", remataba para horror de los Larreta y Martínez Zuviría. Con un proyecto de viajar a España con el animal, “me voy para devolverle la visita que nos hiciera el finado Cristóbal Colón. Como el Estado no se ha ocupado hasta el momento de la galantería, lo hago a iniciativa de mi propia y canina gratitud”, hace una prueba en Montevideo, donde es repudiado por diarios y público. Viñole planeaba dejar una flor en el cementerio al “idiota desconocido”
El chiste ya no causaba gracia en la reprimida Buenos Aires y el escritor-filósofo resulta mal visto por el gobierno. La policía empieza demorarlo, detenerlo, maltratarlo; en el recibimiento del presidente de Brasil Getulio Vargas, “Yo no sé que haría ese país del café sin el concurso de la leche”, en la puerta del Jockey Club, “gente de cogote gordo”, en el diario La Prensa, “el alcaloide permanente de los argentinos”, en el Congreso Nacional, llenando de bosta el ingreso principal. "No soy yo quien perturbo, sino la vaca", repetía Viñole, "¡Que la lleven detenida!". Y las fuerzas del orden arrastraban a la empacada vaca hasta la comisaría en medio del escándalo. En febrero de 1936 sería la última performance pública, en Mar del Plata, alterando a la “peor burguesía”.
En los veinte años siguientes Viñole iría desapareciendo de los tapas y medios, que tanto construyeron su popularidad y predicamento. En 1938 instala en una isla del Tigre una Escuela de Meditación, que ofrece titular en Hombres Azules. “El mundo del futuro no tendrá iglesias, no tendrá catedrales, no tendrá universidades sino casas de oficios, porque son los oficios los profesiones teologales y los llamados científicos. Todo será hecho en el mundo a puertas abiertas, porque el mundo será una gran Escuela de Meditación”, recibe Viñole a los cursantes, que saldrán espantados y nunca volverán luego de los diez cantos “A la crueldad dorada de mi pueblo”, dedicado a dos cerdos. Intenta entrar a la orden de los franciscanos, sin éxito, y el golpe de 1943 lo devuelve a la realidad política. Viñole colabora con el diario El Nacional que nuclea a los independientes dentro del Partido Laborista. Trabaja desde allí en la campaña de Perón, le ofrecen un precandidatura de diputado, se niega, y, después del triunfo peronista, edita un reducido semanario “El Tanque”, escrito completamente por él, que dura lo que dura el gobierno justicialista. Instala en los sesenta un taller en Arenales y Esmeralda, dedicado a la escultura y la pintura, y fallece en 1967. Nadie lloró al Hombre de la Vaca. Nadie a Omar Viñole, poeta y revolucionario.
En “Mi disconformismo filosófico”, editado por la popular Editorial Claridad, Viñole en aquel 1935, año de su ascenso y caída, narraba una perfomance de su estancia cordobesa, quizá la primera perfomance del arte argentino:
“Había estado leyendo a Ludwig, en “Napoleón”. Necesitaba hacer una crítica oral. Pero necesitaba realizarla con el guerrero corso. Notifiqué a mis amigos y muchos que no lo eran, que el sábado a la noche daría una comida a Napoleón Bonaparte. Hice preparar una mesa para veinte cubiertos. Asisto yo solo, y en la otra cabecera, opuesta a la ocupada por mí, empiezo, previo las imaginarias cortesías, a dialogar con Napoleón. El tono enérgico con el que yo hablaba trajo, además de los que venían a contemplar mi caso, los curiosos que es de imaginarse. Por espacio de cuarenta minutos hablo con el Napoleón que había construido para este “debut”, que sólo estaba en mi cabeza. Le increpo su error histórico. Le insulto con una catarata de objeciones singulares, para ejercitar inclusive el fumismo satírico, y pido la cuenta. Pago los veinte cubiertos, “contra” la voluntad del hotelero. Le tiro la servilleta en la cara, y le digo: Usted es un petiso deforme, que sólo tuvo una sed de sangre, porque su alma era de papel secante. Yo no puedo acompañarlo a la calle. Quédese usted aquí. ¿Qué?, interrogué. No, señor —como si me contestara— me avergüenzo de haberle acompañado, porque yo me cago en la historia”
Fuentes: Goldar, E. El Hombre de la Vaca. Los excéntricos. Buenos Aires: Todo es Historia. 1977; Fleischer, A. Las aventuras performáticas de “el Hombre de la Vaca”. Radicalidad experimental en Omar Viñole en revista UNIDIVERSIDAD. 2018. Universidad de Puebla. México; Núñez, J. en Pagina12.com (2015)
Imágenes: Facebook
Fecha de Publicación: 12/03/2022
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