Una tarde con la noche de encima, verano ardiente, centro porteño. Sombras y vapores que se difuminan en el horizonte. Buenos Aires se transfigura. Vuelve a tener un aspecto chato. Mirando desde Plaza de Mayo la vista se pierde en Congreso y más allá. Tiempo de arcanos y caos infinito. Las torres y edificios no ocultan la noche sideral que tanto veneraban y temían los antepasados querandíes y pampas. Esa planicie que quemaba a los españoles de Pedro de Mendoza detrás de las empalizadas. Y que la polvorosa gran aldea que se transformó en hormigueante metrópoli sigue teniendo alrededor, cuando la “noche campesina que toma desquite de la opresión y la insensatez de una faena jadeante sin objeto”, sentenciaba Ezequiel Martínez Estrada. Noche negra que define un espíritu nocturno porteño que ansía lo secreto, las conspiraciones cósmicas, la verdad que está allá afuera, el sacerdote mistongo del “yo te bato la posta”. Lo oculto es una escondida razón de la sinrazón que alimenta al porteño que está solo y espera.
La presencia de otra realidad era una constante desde los tiempos de la Colonia en Buenos Aires, con sirenas en las aguas del Riachuelo –en 1996 el grupo de rock La Renga reactualizó la leyenda con “Psilocybe mexicana”- y aquelarres bonaerenses, cuevas de brujas, como aquel ombú aún en pie de Rodríguez Peña y Paraguay. Pero cuando los inmigrantes españoles en 1860 arribaron con las creencias del esoterismo y la teosofía, según la investigación de Mauro Fernández, Patricia Palma y Mauro Vallejo, lo oculto adquirió una potencia inusitada en estas pampas. A partir de 1877 con la sociedad Constancia, y sus publicaciones, los conceptos de la teosofía, en particular la catalana, se difundieron de tal manera que el espiritismo kardeciano, basado en la inmortalidad del alma y la comunicación de espíritus, vivió una edad dorada en Buenos Aires.
Esta tendencia social se observó con preocupación y fue pronto criticada en la prensa previa al novecientos, “Precauciones contra el espiritismo” titulaba El Diario 7 de octubre de 1892. Allí se registraban con discreción las sesiones espiritistas en los salones aristocráticos, los de Cosme Mariño o Felipe Senillosa, o las charlatanerías de personajes como el español Conde de Das. Pero también empezaban a divulgar subrepticiamente las conexiones de la masonería con la política, en tanto informaban de extraños ritos y una simbología particular en espacios públicos; que no era exclusividad de determinados sectores en el Poder. Grupos de izquierdas recurrían asimismo a la liturgia masón.
Cross a la mandíbula contra el esoterismo
Uno de los primeros que investigó y alertó sobre la alta aceptación esotérica porteña fue Roberto Arlt en 1920 en el semanario Tribuna Libre. “¿Cómo he conocido un centro de estudios de ocultismo? Lo recuerdo. Entre los múltiples momentos críticos que he pasado, el más amargo fue encontrarme a los 16 años sin hogar. Había motivado tal aventura la influencia literaria de Baudelaire y Verlaine, Carrere y Murger. Principalmente Baudelaire, las poesías y bibliografía de aquel gran doloroso poeta me habían alucinado al punto que, puedo decir era mi padre espiritual, mi socrático demonio... Y receptivo a la áspera tristeza de aquel período que llamaría leopardiano, me dije: vámonos. Encontremos como De Quincey la piadosa y joven vagabunda, que estreche contra su seno impuro, nuestra cabeza, seamos los místicos caballeros de la gran Flor Azul de Novalis. Abreviemos. Describir los pasajes de un intervalo harto penoso y desilusionador no pertenece a la índole de este tema, mas sí puedo decir que, descorazonado, hambriento y desencantado, sin saber a quién recurrir porque mi joven orgullo me lo impedía, llené la plaza de vendedor, en casa de un comerciante en libros viejos”, introducía Arlt este ensayo, escritor cachorro quien recorría las redacciones a busca de un espacio para sus futuras aguafuertes, y que había empezado a escribir la cumbre de “El juguete rabioso” en 1919. Estas líneas de “Las ciencias…” no solamente adelantan la historia de Silvio Astier, su avatar de la novela, sino que el proyecto narrativo arltiano global; más claro en el resto del artículo, con la opción de la ficción metida en el barro de la realidad, para desenmascarar los peligros de la posverdad, en los veinte, y el enano fascista en ciernes.
“Hay una tendencia general a retornar al nebuloso y pasado ayer, se siente la nostalgia de los milagros, de las maravillas agoreras y de las oscuridades tumultuosas que también parecen satisfacer las indefinidas ansiedades de nuestras organizaciones, excesivamente nerviosas y desgastadas de los hijos de ciudad, a quienes la exageración del naturalismo –y el progreso científico- ha guiado hacia el misticismo” escribe urgente Arlt, en una lucha que casi está sin aliados en 1920 y en el 2000, también. Es esa zona combate la pluma del escritor de “Los sietes locos” y “Los lanzallamas”, en el complot permanente, en la traición –tan tanguera- a la vuelta de la esquina, y sublima, en palabras de Andrés Avellaneda de 2013, los fantasmas de las clases medias aún ígneas: la búsqueda del sentido de la vida, la redenciones apocalípticas a una inveterada humillación y la destrucción de la sociedad por sociedad secretas.
La tentación de lo Oculto
De Leopoldo Lugones a Alberto Laiseca, de Silvina Ocampo a Marina Yuszczuk, la literatura porteña ha estado influenciada por el más allá. Lo fantástico, más que el gauchesco o el policial, quizá sea el género nacional con la innegable influencia de Jorge Luis Borges y que nos proyecta fuera de las fronteras. Brota entre puertas al infierno que se abren en Belgrano –“Sobre héroes y tumbas” de Ernesto Sábato-, o un hospital de San Telmo –“El hombrecito del azulejo” de Manuel Mujica Láinez- a las sociedades secretas en la Oscura Ciudad de Cacodelphia –“Adán Buenosayres” de Leopoldo Marechal- que buscan lo Absoluto, o las últimas fronteras de la Verdad. Varios escritores argentinos a partir del siglo XIX, primer acercamiento de la literatura con el ocultismo, suscribieron a las palabras del Premio Nobel William Butler Yeats, “¿Acaso la poesía y la música no surgieron de los sonidos que los hechiceros emitían para ayudar a su imaginación a hechizar? La Ciudad siguió a lo largo del siglo XX siendo un hechizo por “respirar el aire de otros mundos", y que aventuraban los escritos de Macedonio Fernández.
El hijo de Macedonio en 1966 publicaba un ensayo sobre “Las ciencias ocultas en Buenos Aires”. Poeta y periodista, Adolfo de Obieta realiza una pionera defensa de la historia espiritual dentro de la historia cultural de los pueblos y ensalza el Buenos Aires metafísico. Diferente al sesgo de denuncia y positivismo de Arlt, de Obieta alaba “la luz interior” que se puede hallar en el saber oculto. Y realiza una simple comparación de los títulos más vendidosen 1948, año de “perturbaciones en nuestra corteza” o sea del peronismo, para señalar que la inquietud esotérica, la “búsqueda del ser esencial”, no solamente no había disminuido desde la edad dorada de 1890, sino que había aumentado en los cuarenta, y seguía en los sesenta pese al “afán materialista”. También ubica estos deseos muchos antes de la llegada de los españoles, en la tierra inmemorial de los pampa, y señala que “la Musa de la Historia se pasea silenciosa por los seculares galerías subterráneas de Buenos Aires”. Aquí nacen para él las “legiones que atisban por los caminos del alma y la mente…que –saben que- hay puertas abiertas entre mundos…que nuestro cuerpo no es uno sino triple o séptuple…que un hombre puede estar con su cuerpo físico en la ciudad y en cuerpo astral o mental mirando lo que ocurre en un casa de Jujuy y Chubut…tampoco faltan los niños que ven la salamandra entre los leños del hogar, o la vieja que sabe materializar una flor” En la era de la imaginación técnica en Buenos Aires se seguía detrás de “leyes y verdades y medidas ultrametafísicas”.
Vidas kármicas, yoga, new age, kabbalah, botánica oculta, constelaciones, chakras, chamanes y astrología ancestral son algunas de las actividades que enumera Adolfo de Obieta hace más de medio siglo, nada extrañas a quien camine los adoquines y raspe un poco la olla. Filamentos del Misterio, de cómo tejen y destejen los duendes a Buenos Aires. Unos que aparecen apenas se esconde el sol y la noche cósmica se engulle a la ciudad. Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse. Oda al ocultismo en Buenos Aires.
Coda esotérica porteña
“¿Qué frases iluminadas no estará platicando, o soñando, Antonio Porchia, o qué discípulo de Xul Solar no estará descifrando alguna de sus cripto-caligrafías? –escribe de Obieta- La tentación de lo Oculto –de velar y desvelar- es connatural a la raza, lo mismo en lo social que en lo metafísico. Cisneros o Álzaga, ¿saben de la existencia de la Sociedad de los Caballeros Racionales y sus corresponsales en Buenos Aires –NdR. sociedad secreta europea, gérmen de la Revolución de Mayo-? En “La casa” de Mujica Láinez ¿es todo fantasía literaria? En cuadros de Alejandro Hidalgo, Xul, Battle Planas, Leonor Vasena, Solari Parravicini, Thiemer, Anny Warnes, Eustaquio Rodríguez, María Teresa, ¿no podrá inaugurarse hoy mismo en Buenos Aires un buen museo de arte hermético?” Uno que atesore lo que se vive eterno en sus sibilinas calles y que se adivina cuando el cemento cede al espíritu. Conjuros de vapor de verano.
Fuentes: Arlt, R. Las ciencias ocultas en Buenos Aires. Buenos Aires: Interzona. 2021; de Obieta, A. Las ciencias ocultas en Buenos Aires. Buenos Aires: Editorial Merlín. 1966; Palma, P. y Vallejo, M. “La circulación del esoterismo en América Latina. El conde de Das y sus viajes por Argentina y Perú, 1892-1900”, Trashumante. Revista Americana de Historia Social 14 (2019): 6-28; Amícola, J. Astrología y fascismo en la obra de Arlt. Buenos Aires. Weimar Ediciones. 1984.
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Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.