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Buenos Aires - - Miércoles 31 De Mayo

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Gauchos versus cowboys. Paisanos en el circo de Búffalo Bill

En 1892 en el espectáculo “The Wild West” de Búffalo Bill tuvieron un histórico encontronazo gauchos y vaqueros. Gauchos que se conmovieron más con Manuelita Rosas que con la Reina Victoria.

Cambalache
Búffalo Bill

La sensación del mundo del espectáculo en 1891 no era Sarah Bernhardt ni Arturo Toscanini. El Cirque du Soleil eran los indios y cowboy del enorme circo de Búffalo Bill. Una troupe de cientos que giraba por los principales capitales del mundo recreando y creando el Salvaje Oeste. Pero les faltaba algo a Bill, que había contratado además de los norteamericanos, a los mejores jinetes mexicanos, polacos, árabes y mongoles, “Lo felicito Míster Bill pero nuestros jinetes son los mejores”, dijo el hacendado Eduardo Casey en París. “Puede ser”, retrucó algo molesto el mito de América del Norte, “pero queda lejos Argentina para comprobarlo” “Faltaba más, en unos meses tendrá los caballos y jinetes, además excelentes domadores”, retrucó convencido Casey, que poseía unas 300.000 hectáreas en Santa Fe y Buenos Aires, 60.000 yeguarizas y cientos de gauchos andando las pampas. A los pocos meses arribarían diez gauchos y doscientos potrillos. A caminar en bombacha, boleadoras y sombrero de ala ancha con barbijo, en plena city londinense, entre victorianos señores de bombín. Poco les importó saludar a la Reina Victoria. Sólo se inmutaron cuando una anciana Manuelita Rosas los recibió en un derruído rincón de Southampton, que simulaba una estancia bonaerense, al grito “¡Mis gauchos!”, “¡Mis gauchos!”

Wild West Show era un impresionante espectáculo de Bill, que luego de triunfar en 600 ciudades norteamericanas, llevaba la cultura del oeste de su país al mundo, con indios malos y vaqueros héroes. William Frederick Cody, o Búffalo Bill,se había construído una leyenda a escala mundial, que había sido correo a los 14 años del mítico Pony Express, atravesando territorios de pieles rojas; que luchó por la Unión contra los esclavistas; y que arrasó con los búfalos para alimentar a los obreros que tendían rieles hacía el Pacífico. Alrededor de él montó un circo que basaba los asombros en arriesgados trucos ecuestres, en medio de teatralizaciones, y que incluían la doma de caballos salvajes, a la que llamaban Rough Riding. Otras de las atracciones resultaban Buck Taylor, "el Rey de los Cowboys", que se arrojaba a un estanque a diez metros de altura a caballo, y Annie Oakley, que acertaba a una moneda arrojada al aire, con su Winchester, cabalgando a toda velocidad. Para este espectáculo multinacional que rodaba desde 1883 desembarcaron en Londres en marzo de 1892 Marciano Gorosito, de Melincué; Ismael Palacios, de Curumalalal; Zacarías Martínez y Bernabé Díaz, de Chacabuco; Valentín Paz, de Salto; Manuel Gigena y Abel Rodríguez, de Rojas; Rosario Romero, de Venado Tuerto; Juan Pacheco, de Catriló; y Celestino Pérez, de Navarro. Habían sorteado un complejo casting de más de cien preseleccionados, reducidos a una treintena, y que fueron entrevistados uno por uno por Casey, en uno de sus inmensos palacios, en medio de las pampas argentinas.

 

 

Eduardo Casey nació en la estancia “El Durazno”, en Lobos, Buenos Aires, el 20 de abril de 1848. Hijo de irlandeses estancieros de Navarro y Las Heras, Casey conocía de primera mano las habilidades de los gauchos, trabajando especialmente a la par en la cría de caballos. Fundamental en la actividad hípica nacional, uno de los fundadores del Jockey Club en 1882, fue además un notable colonizador que compró terrenos para arrendar a precios bajos a inmigrantes en la futura Venado Tuerto, Santa Fe, y en la provincia de Buenos Aires, en la zona de Pigüé, Curumalal y Coronel Suárez. Además financió la construcción de barrios en Montevideo. La crisis de 1890 afectó seriamente sus finanzas y empezó un declive casi hasta el bancarrota, lo que obligó a vender casi todas sus propiedades -una, el actual Ministerio de Cultura de Nación en la avenida Alvear- y fallece humilde, sin deudas, en 1906. Para 1891 estaba intentando recuperar en Europa parte de la fortuna con el negocio ferrocarrilero. Allí conoce a Bill. 

“Lo que es a nosotros no se nos iban a dir”

Apenas llegaron a Londres, los gauchos comienzan a ensayar para actuar en el Earl´s Court, un plaza de 22 mil espectadores. Y protagonizab una digna escena de Hollywood: “Pieles rojas y cowboys ensayaban un simulacro en que la indiada asaltaba una diligencia para robar y arrancarle las mechas a los hombres caras pálidas. Los cowboys comenzaron la persecución sin poder alcanzarlos, y nosotros olvidados que era puro teatro entramos a creerlos flojos. El loco de Marciano Gorosito, sin poder sujetarse les gritó: “Lo que es a nosotros no se nos iban a dir”. Búfalo Bill ordenó repetir el número pero poniendo a los gauchos. Eufórico Gorosito repitió “se nos van a dir si son brujos”. En cuanto los matreros quisieron juirse, atropellamos, en medio del polvo de la disparada nuevamente Gorosito le disparó las boleadoras a un indio de nariz ganchuda y muchas plumas de colores, que hacía de cabecilla. El pobre actor cayó a tierra y los dos o tres que venían detrás pegaron una rodada, con lo que terminó el número”, contaría Palacios en 1937 en la revista Hogar. Pero nuestro gauchos no terminaron allí la demostración de habilidades, por lo que fueron sensación en la prensa inglesa por días. Zacarías Martínez de paseo por el puente Westmisnter observa que un caballo se espanta, expulsa al policía de la montura, y sale disparado contra los transeúntes. Presto el gaucho emprende una loca carrera, entre vehículos y personas, y sin dañar a nadie, enlaza al animal desbocado. Hasta la Reina Victoria pidió un show privado en el castillo de Windsor con los famosos argentinos, Bill hábil empresario, y divirtieron con las destrezas a los nietos reales. “La Reina de Inglaterra no pareció una viejita cualquiera”, en una carta de un orgulloso paisano a Casey. Pero aún faltaba conocer a otro personaje, más ligado a nuestra historia, a su historia campera, en lo que fue según Palacios “El día más triste que vivieron en Inglaterra”. Conocerían a Manuelita Rosas, la hija de Don Juan Manuel.

“¡Mis gauchos!” “¡Mis gauchos!”

“La chacra quedaba a tres cuadras de la estación -recordaba Palacios de Southampton- Entramos por un portoncito agachado entre un cerco de ligustro y rumbeamos hacia una casa igualita a las estancias de los viejos pagos. A un costado vimos un rancho con ganas de caerse y un palenque trepado por la hierba; había tal abandono que ni un perro siquiera nos ladró”, recordaba en la revista Hogar el gaucho, seguramente con algún detalle agregado por el cronista en 1937. Pero la esencia de desarraigo y tristeza no puede ser adornada “En el corredor, adornado por algunas prendas gauchas, nos aguardaba doña Manuelita. Vestía de luto y tenía una pálida cara de pena…En cuanto nos vio salió a nuestro encuentro y se nos quedó mirando…quería hablarnos y los labios se le llenaban de muecas. Cuando su desconsuelo no pudo más, se nos abrazó fuerte, muy fuerte, mientras decía “¡Mis gauchos!” “¡Mis gauchos!” Al rato, cuando el cónsul Alejandro Paz pudo calmarla, nos invitó a entrar: “Estoy sola, mis hijos rara vez viene de Londres a verme””, refería de quien acompañó al padre en el exilio, y jamás regresó. La Princesa Federal para unos, la Incestuosa para otros. Ella vivía en verdad en Londres con su esposo Máximo Terrero, que fue prácticamente el apoderado legal de Rosas a partir de 1852. 

Manuelita Rosas

“Al volver -con pocillos de té- nos preguntó ¿alguno de ustedes han cruzado alguna vez por la Estancia Los Cerrillos? -la principal de Rosas, en San Miguel del Monte, provincia de Buenos Aires- Todos nos miramos y dijimos que no con la cabeza; entonces ella, con voz lerda, nos contó que en ese pago su padre había sido hombre de a caballo de los mejores. Los ojos se le volvieron a llenársele de lágrimas. Afuera un viento silbador revolcaba las arboledas y la lluvia repicaba en el techo….Manuelita nos dio a cada uno una fotografía suya, “para que se acuerden de mí” Después nos abrazó. En el portón dimos vuelta la cabeza. No vimos más que un yuyal alborotado por el viento”, remataba Palacios, en la tupida prosa de la revista. Félix Luna reflexionaba sobre la anécdota compadeciéndose de Manuelita Rosas. En otra vertiente sentimos un viento que venía de los pagos del Martín Fierro, antes del enganche forzado al fortín, la época idílica de gauchos punzó libres.  

 

Fuente: Luna, F. Segunda fila. Buenos Aires. Buenos Aires: Planeta. 2014; Elissalde, R. L. Un argentino hijo de irlandeses, unos paisanos y el mismísimo "Buffalo Bill" en Gacetamercantil.comLaNacion.com.ar

Imágenes: Instituto Rosas / El País

Fecha de Publicación: 21/03/2022

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