¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Miércoles 29 De Marzo
Varios personajes de nuestra literatura franquean umbrales y descienden a las entrañas de Buenos Aires para descubrir verdades ocultas. Bajo el cemento y la tierra de siglos, desde “Sobre héroes y tumbas” al “Adán Buenosayres”, el imán subterráneo atrae a las mentes soñadoras, a un viaje iluminador al centro de la Tierra. Como Odessa, los túneles más largos de mundo, Roma, París y Budapest, a la vera del río marrón de América Latina se esconde una fascinante tradición de túneles y misterios inagotables. ¿Quién los hizo? ¿Cuándo? ¿Para qué? ¿Por qué? Todas preguntas que aún están sin respuestas, en la mayoría de los casos, pero que desde temprano motivaron e inquietaron a los porteños. Fernando Vidal Olmos, Adán y el astrólogo Schulze, Sábato y Marechal, marcan el camino, cuidado al bajar, no vaya a toparse con el aleph o la entrada al Infierno.
Se supone que los primeros túneles fueron construidos alrededor de 1600, o sea menos de un siglo después de la fundación de Juan de Garay, y que fueron los jesuitas quienes dieron una importante expansión a la red subterránea. Pero las primeras noticias públicas se conocerían en 1865 cuando excavando en el Mercado Viejo de Perú y Alsina se informó el hallazgo de una cisterna con bayonetas y trenzas de mujer -veinte años después se comprobó que eran de hombre y remitían a la famosa Revuelta de las Trenzas de 1811. Por los mismos años, 1867, en “Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires” de Manuel Bilbao narró el escape de un soldado inglés en 1807 desde la Iglesia del Socorro a la Recoleta, ¡1300 metros en línea recta!. Y para ubicar hallazgos en zonas más lejanas de la Plaza de Mayo, en 1873 en la calle Ecuador, entre Paraguay y Mansilla, la prensa informaba de un túnel hallado por un derrumbe.
Como investigó Jorge Larroca, en un pionero artículo de 1967 en la revista Todo es Historia, el primer reporte periodístico extenso de los túneles porteños fue publicado en la revista Caras y Caretas el 26 de marzo de 1904. Firmado por Blas Vidal, en el estilo profusamente ilustrado del medio que revolucionó el periodismo, incluía planos de los túneles subterráneos en al actual Colegio Nacional, pasajes debajo de la avenida Belgrano y la calle Moreno -supuestamente utlizados en un complot para asesinar a Juan Manuel de Rosas en 1848- y las iglesias aledañas, y la imagen de Federico Burmeister. Este naturalista, explorador de la Patagonia, en 1893 hizo un relevamiento que hallaba una conexión oculta, entre otras, hacia el Convento del Salvador, en la distantes avenida Callao y Tucumán. Nada de esto quedó corroborado pero eso impulsó que se interesaran estudiantes de la entonces Facultad de Arquitectura -Perú, entre Alsina y Moreno-, quienes en 1912 encontraron túneles perfectamente delineados.
Utilizando dos entradas entre 1917 y 1918, una ubicada en el Colegio Nacional Buenos Aires -en remodelación- y otra en el antiguo Museo de Historia Natural de la callé Perú 208, se descubrió y recorrió, documentando, tres galerías principales, más otras menores, debajo de “La Manzana de las Luces”. Una iba bajo la Iglesia de San Ignacio hacia la Plaza de Mayo, otra partía hacia el norte desde la calle Perú, y una tercera que interseccionaba ambas, en dirección a la calle Alsina.
Estos pasadizos subterráneos en La Manzana de las Luces, enclave céntrico jesuita de enorme impacto en la cultura argentina, fue abierto hace tres siglos, a pico, barreta, pala, capachos (baldes de cuero) y parihuelas, especie de camillas para transportar el material, arcilla con cal. Mano de obra indígena y esclava fue utilizada por los religiosos, mucha que se hospedaban en la Ranchería frente de la Manzana -luego, cuna del Teatro Argentino.
Las idea más aceptada es que fueron un sistema de defensa, que los jesuitas ya habían implementado en Lima, aprendido de los incas, y que constituían parte de una red más amplia -en una ciudad que a fines del 1600 apenas tenía veinte cuadras. De todos modos, y pese a que aún se anhelan documentos olvidados en España, parece altamente dudosa la hipótesis de la defensa en estos callejones que aparentan no tener salida. También se descarta la actividad delictiva, desde contrabando a tráfico de esclavos, porque la Reina del Plata colonial creció precisamente al amparo de las actividades non sanctasampliamente conocidas por los vecinos. Ya en el terreno de la leyenda, dedicado a quienes gustan de lo esotérico, en algún punto de este entramado entre el Nacional Buenos Aires, la Manzana de las Luces y el Convento de Santo Domingo, los ancestrales voces refieren que existe un pozo sin fondo, entrada del Infierno. O hueco de ánimas donde se realizaban extraños ritos de magia negra, contaban los antirosistas en plena grieta del siglo XIX.
Recién en la segunda década del siglo XX, Héctor Greslebin, por entonces un estudiante de arquitectura, hizo el primer estudio científico de la red de túneles en la Manzana de las Luces. Empezó en 1912 un trabajo que fue pionero, aunque ninguneado en la pasión transformadora de las autoridades municipales. A mediados de los cincuenta Vicente Nadal Mora informaría de varios túneles bajo el Cabildo, e inmediaciones de Plaza de Mayo, en la revista “Historia”. Más tarde, en los sesenta, las autoridades de facto municipales encargaron nuevos estudios, en la senda del incluso informe del Museo Etnográfico de 1928, aunque nunca vieron la luz.
Los avances en la conciencia de conservar la arqueología urbana, que brotaba en los ochenta con al aluvión de aljibes que emergían en el Sur y el Centro porteño -en 1887 existían casi 3000-, y el interés de privados con pasión en el respeto del Pasado, el primero, Jorge Eckstein de San Telmo, transformaron estos túneles y bóvedas en museos de sitios, abiertos al público y gratuitos, como el Pasaje Belgrano de la calle Bolívar 373.
Más explicables son los túneles de Santa Felicitas en Barracas, comedores obreros de 1893 a 1944, el Zanjón de Granados en San Telmo, alivio de los arroyos, y el trazo oculto de 180 metros del Hospital Rivadavia de Palermo, el más antiguo nosocomio del país, y que aún se utiliza con los mismos fines logísticos. Menos los que quedaron en la memoria de los vecinos, pero de los que no existen datos concretos, como los de Parque Avellaneda o los de Belgrano, debajo de la iglesia llamada Redonda. Recién en 2003 se dictaron normativas de protección del patrimonio del subsuelo porteño pero, a veces, se llega tarde como en el caso del Paseo de la Cisterna de Moreno al 500, donde desapareció irremediablemente parte de la cúpula, y quién sabe cuántos misterios a resolver más. Por su parte, los paleontólogos, señalan que Buenos Aires quizá sea la ciudad del mundo con más restos fósiles prehistóricos. Para proteger la Historia, arriba y abajo, nunca debería ser tarde.
Fuentes: Larroca, J. El misterio de los túneles coloniales en revista Todo es Historia. Año 1 Nro. 2. Junio 1967; Schávelzon, D. Túneles de Buenos Aires. Historias, mitos y verdades del subsuelo porteño. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. 2000; Barrantes, G. Coviello, V. Buenos Aires es leyenda. Mitos urbanos de una ciudad misteriosa. Buenos Aires: Planeta-Booket. 2008.
Imagen: Manzana de las luces
Fecha de Publicación: 19/03/2023
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